En febrero de 1873 dimitía Amadeo de Saboya acabando así con quince siglos de monarquía en España. En las Cortes, de mayoría monárquica, se votaba a favor de la República, la primera en España, con más advenedizos, oportunistas y resentidos personales, que republicanos. Aquella aventura empezó mal y de ello se dio cuenta su primer Presidente, el catalán Estanislao Figueras, que al ver el panorama definió la situación con una sola frase, “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”, cogió un tren en Atocha y no se bajó hasta llegar a París.
Aquella República duró menos de un año envuelta en una locura federalista que rompió a España entre odios regionales y locales. Todos se saludaba al grito de ¡Salud y República!, y ninguno sabía lo que aquello del federalismo republicano significaba. Pero el afán de ser diferentes llevó a declararse repúblicas independientes a Cataluña, Málaga, Cádiz, Sevilla, Granada, enarbolándose en todos los lugares la bandera de la independencia y el enfrentamiento de todos contra todos. Un ejemplo de aquel progresismo, solidaridad social y talante democrático ocurrió en Cartagena durante aquellos días de auge federalista.
“A las seis mañana castillo Galeras ha enarbolado bandera turca” telegrafiaba el Capitán General del departamento marítimo de Cartagena al ver ondear allí la bandera roja que anunciaba la República Federal. Antonete Gálvez, no se lo tomen a broma, era un diputado federal huertano que declaró el “Cantón Murciano” en la ciudad naval militar de Cartagena.
Fue el terror del Mediterráneo, bombardeó Alicante, se enfrentó a escuadras extranjeras y quiso invadir el resto de España. El cantonalismo fue uno de los episodios más bochornoso de nuestra historia y un riguroso ridículo internacional. Eran las consecuencias de una labor demagógica que proclamaba la llegada de una República federal, libertaria y redentora. Todo terminó once meses después, cuando Castelar dijo aquello de “Lo quemasteis en Cataluña” al reclamarle los diputados federales el proyecto de Constitución federal. Un pequeño piquete de soldados enviados por el General Pavía disolvió la asamblea. Pronto volvimos a las andadas y seguimos en ello. No tenía la República la culpa sino ese deporte nacional incomprensible e insolidario que consiste en repartirse España a trozos. Es tal la incultura y las mentiras en las que se basa el reparto que cualquier intento de independencia responde únicamente a los intereses de una secta. Ya sabemos lo que dijo Castelar en una definición tan acertada como la de Don Estanislao
“Aquí en España todo el mundo prefiere su secta a su patria, todo el mundo…intolerantes todos, intransigentes todos”.
Pues eso, “Senyors, ja no agunto mes” “Estic fins als collons de tots nosaltres”
General de División (R)
Buenos días, General Dávila. Un artículo muy interesante y oportuno. Según parece, estamos condenados a repetir locuras. Parecería que las tribus prerromanas de nuevo cuño se alzan en contra de Roma, ahora llamada España, por los que prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. Lo que ahora se llama «derecho a decidir» no es más que el derecho a decidir sobre lo que no es de propiedad exclusiva, el derecho a decidir sobre lo que es, también, de los demás; en definitiva, es el «derecho a apropiarse» sobre lo que no se tiene título de propiedad, un robo, motivado por el viejo motivo histórico de la creación y expansión de las naciones: establecer un terreno exclusivo de «caza», a costa de los habitantes del territorio o bien a costa de los derechos de otras naciones, pues la historia del Mundo es, en general, la historia de cómo unos han operado para robar a otros. La lucha de los españoles hace tiempo que había dejado de ser una lucha entre naciones para ser una lucha por los derechos como ciudadanos en una sola Nación, desde el momento en que se había conseguido el reconocimiento fronterizo por las otras naciones y desde el momento en que la propiedad de la Nación dejó de ser de considerada como legítima de una casa real para ser considerada como legitimidad perteneciente a la ciudadanía, y es precisamente ahora cuando se vuelve a negar esa propiedad, en virtud de la creación de nuevas naciones, en oposición a la Nación. No ha habido jamás una oportunidad tan idónea para consolidar una Nación decente como a partir de 1975, cuando España tenía una amplia base social de «clase media» dispuesta a convivir en paz y prosperidad sobre la base de la Nación, un creciente reconocimiento internacional y, pretendidamente, una sabiduría de los errores del pasado. Por lo que se ve, la memoria es la facultad más frágil. Hemos construido los nidos y calentado los huevos de las serpientes.
Aceptar el «derecho a decidir» de una región española, significaría aceptar el «derecho a decidir» de todas (y la reestructuración de las mismas, que puede que no estén de acuerdo con el actual «mapa provincial regional»); en definitiva, la desaparición de España como nación, que es un bien patrimonial, del que tendremos que dar cuenta a las generaciones futuras, En España, por lo que se ve, el orden no puede derivar de la sensatez, sino que la sensatez tiene que derivar de que alguien ponga orden.
Un abrazo.
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Como siempre acertado y oportuno. Gracias y un abrazo
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Mi general, No está solo en ese contundente exabrupto del Sr. Estanislao yo me apunto también a él.
Leyendo al historiador Luis Suarez en su libro “los caminos de la instauración” publicado por ACTAS. Uno saca la conclusión de que la equivoca interpretación y mala práctica de algunos, tras el Concilio Vaticano II junto a los vientos políticos endógenos y exógenos, tienen mucho que ver con lo que nos pasa.
Si el ser humano es un animal moral más que intelectual, que lo es, y los españoles somos los campeones como decía Keyserling: “En lo ético, España se encuentra a la cabeza de la actual humanidad europea” esa circunstancia ha sido aprovechada por filosofías políticas más o menos utópicas que muchos han abrazado al modo religioso. Brenan decía: “podría sostenerse que el anarquismo arraigó en España ante todo por su moralismo”. De igual manera, el nacionalismo excluyente, se disfraza de razones morales, culturales e históricas, engañando a muchos por aquellos que solo tienen intereses espurios.
Y el caso es que se nos advirtió con tiempo suficiente, pero, ni hicimos caso en su momento, ni somos proclives a aceptar experiencias ajenas. La envidia y la fanatización ocupan lugar preferente entre nuestros defectos y eso hace que en el fundado comentario del Sr. Carassius Auratus, a la idónea oportunidad que apunta en 1975, le apostille un “pretendidamente” al conocimiento de los errores del pasado. Naturalmente, hoy se repiten.
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Me gusta tu acertado comentario. ¡Que verdad!
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La del disfraz moralista
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Reblogueó esto en antoniofernadezgiraldo.
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