Me había propuesto en este segundo artículo, de los dedicados a la Legión en su 95 aniversario fundacional, hablarles de la conocida polémica que se suscitó entre Millán-Astray y Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Lo que allí pasó tiene tantas versiones que ya no sabemos muy bien lo que pasó, si es que pasó algo. Según estaba escribiendo, el aburrimiento y la pereza intelectual se apoderaban de mí. He decidido resumir aquello quedándome con lo que cuenta don José María Pemán, que allí estaba, en la tercera de ABC del día 26 de noviembre de 1964. Su opinión es para mí definitiva:
‹‹Ni Unamuno ni Millán-Astray eran hombres a los que les gustara pasar inadvertidos… Los dos estaban acostumbrados a exponer el pecho a cuerpo limpio, el uno a las ideas contrarias y el otro a las balas enemigas… Eran dos españoles›.
Me permito añadir que eran dos vehementes españoles, dos sentidores a la vez que pensadores, recurriendo al término que usa Fernández de la Mora.
Unamuno, casi olvidado, tuvo a su alcance el premio Nobel, que él solo, solo él, dejó desierto. Se definió, en uno de sus raros momentos de humildad, como una M entre una y uno (una-M-uno). Era capaz de escribir poco antes de morir, en un arranque de los suyos y por una nimiedad, al director del ABC de Sevilla: ‹‹ [… entre los hunos-rojos- y los hotros-(blancos de color de pus)-], a lo que acompañaba de irrepetibles lindezas contra los andaluces. Y en su permanente contradicción saber encajar la respuesta del director, Juan Carretero: ‹‹No es mía la culpa si en España hay hunos y hotros. Y Hunamunos››.
Don Miguel era un lujo de español. Quizá lo español desnudo y sin tapujos, con sus grandes defectos y gigantes virtudes.
Millán-Astray, ha sido objeto de las más injustas críticas que en no pocas ocasiones llevaban oculta una intención más sibilina: atacar su obra, atacar a la Legión. Creador de la obra cumbre del espíritu militar español, el Credo de la Legión es, junto a los versos de Calderón, guía del comportamiento militar. Su ‹‹Espíritu de Compañerismo››, sería suficiente para justificar la trascendencia de su obra: ‹‹Con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos››. Era un lujo de español. Era un lujo de militar español. Han querido presentarle como un burdo e inculto soldado, descalificarle y con él a lo que representaba, la Legión, el honor y el valor. No lo consiguieron. Su obra iba a quedar y trascender en los tiempos.
Pemán, es la gloria de las letras, incluso de las armas, valiente, un echao pa’lante, capaz de retar a Miguel Primo de Rivera a duelo por un quítame esas pajas. Su palabra, sus versos, son letra de los himnos de nuestra Armada y Ejército del Aire.
Pero cambiemos de tercio.
No hubo polémica entre hombres que en algún momento de su vida, en el definitivo, volvieron su mirada al Crucificado.
Don Miguel, en su mística española, mira al Crucificado de Velázquez: ‹‹… mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche››.
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
… es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela
Mientras la tierra sueña solitaria,
Vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su Cruz, mientras los hombres sueñan;
El Coronel Millán-Astray alista a la Legión al Crucificado, Cristo de la Buena Muerte, el Cristo legionario, al que el pueblo empieza a cantar:
‹‹Dicen que a la Legión se ha alistado un Cristo Crucificado
Ya nadie podrá decir que a la Legión solo viene gente de mal vivir››
Todo espiritualidad en un Credo atribulado de lucha y entrega a los demás.
El sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos.
El morir en el combate es el mayor honor… la muerte llega sin dolor.
¿Quién da sentido a ese mensaje? ¿Para quién el sacrificio? ¿Por quién dar la vida?
Pesan mucho los muertos, sobre las espaldas, pesa mucho la vida de tantos compañeros muertos. Levantan los legionarios sus brazos, al Cielo, con su Cristo valiente. Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la
alegría no podrá morir nunca. Morir no es tan horrible como parece; todo se posee cuando no se desea nada.
Don José María Pemán tuvo que palpar muy de cerca el sentir legionario. Mirar a la cara al Crucificado no es fácil. Hablarle de legionario a legionario…
Por ir a tu lado a verte… No son locos, ni marginados, los que así cantan a su más leal compañera, los novios de la muerte.
Soy valiente y leal legionario, eso hay que ser, así hay que ser para dirigirse al Cristo de la Buena muerte, con descaro y devoción, con energía y respeto, mirándole a los ojos con mirada brillante, fija y recta, de ofrecimiento y de súplica: ¡Aquí estoy! ¡Mándame!
Aunque no merezco que Tú escuches mi quejido, por la muerte que has sufrido, escucha lo que te ofrezco y escucha lo que te pido.
Así supo rezar don José María Pemán en una de las oraciones legionarias más bellas que jamás se haya escrito, que jamás hayas leído.
Es el momento del silencio. Quedarse a solas con Él.
¡Reza legionario! ¡¡¡Reza!!! ¡Reza ante el Cristo Legionario! La muerte no es tan horrible como parece.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez