Un viento seco y sin vida nos trae el sonido de la guerra. A pesar de la lejanía de su origen lo hemos reconocido enseguida. Trae olores de duros combates en aquellos históricos escenarios de vida y muerte. Viene de la tierra que es el principio de todo y donde la guerra es la rutina diaria. Tierra de guerreros que se enfrentan a lo que les es ajeno y donde nunca vence la abundancia de recursos sino la crudeza del violento mensaje. La vida se enfrenta al miedo de la esclavitud impuesta por la cultura de la muerte.
¡Irak!, suena a guerra y a duros enfrentamientos.
¡Irak!, suena a guerra en el frente y a olvido en la retaguardia.
¡Irak!, es una duda para el soldado que allí luchó y que, sin saber todavía porqué, con urgencia fue retirado.
¡Irak!, una guerra de nombre prohibido que se libró en varios frentes y en todos se perdió. Solo venció el honor y el valor de los soldados. No es nada raro, suele ocurrir en todas las guerras; las pierden los que una vez que las empiezan no tienen, para ganarlas, el valor suficiente.
Se gana o se pierde una guerra escuchando el mensaje que te envían desde la retaguardia. Aún perdura el mensaje de derrota que se envió a nuestra tropas, ¡retirada! Un hueco vacío que otros con urgencia, enfrentados a la incertidumbre, tuvieron que ocupar. Así llegó para nosotros la utopía del final de la guerra.
Ahora volvemos.
Con la misma legalidad que entonces, ahora volvemos.
Con el mismo mensaje de entonces, no combatir, ahora volvemos.
Solo esperamos que no volvamos con la misma duda de entonces.
No hay mayor desasosiego que ordenar hoy una cosa y mañana la contraria. Nada más amargo para el soldado que verse sometido a las oscilaciones de las vacilantes y contrapuestas decisiones.
Es una vida dura la del soldado. Una vida llena de constantes riesgos, fatigas y sacrificios. Duras jornadas de incertidumbre en lejanos horizontes donde eres permanente centinela que espera la aurora. Enfrentado a un enemigo escurridizo, cruel y duro, que no suele dar la cara y -¡cuantas veces!- limitada tu posibilidad de reacción.Es una vida dura la del soldado. La de hombres que cuando el amor a la vida les dice al oído que se separen del peligro, les dice su espíritu militar que se mantengan en el puesto de honor.
Es una vida dura la del soldado, que acepta el sacrificio, incluso el mayor de todos, sin que haya razones de índole material que le lleven a ello. Estar convencidos de que se lucha por una causa justa es su asidero moral más firme ante la brutalidad de la guerra.
Es el honor y la honra los sentimientos que han acompañado a las unidades moviéndolas hasta límites insospechados.
Es una vida dura la del soldado cuando te envían a una guerra sin nombre, enmascarada con mensajes que limitan el espíritu de lucha propio y la voluntad de vencer.
Es una vida dura la del soldado que vive pendiente de una bala perdida, de una emboscada, un artefacto escondido o la permanente incertidumbre que acontece cuando en soledad se vislumbra la muerte.
Es una vida dura la de soldado cuando te juegas la vida mientras en la retaguardia se discuten y ponen en entredicho las razones y las órdenes por las que te han trasladado a estos confines.
Es una vida dura la del soldado, pero no hay vida más honrosa y hermosa siempre arropado por la camaradería y la fraternidad de tus compañeros.
Irak, arma arrojadiza entre unos y otros, combates de hemiciclo, guerra prohibida, desconcierto de las tropas.
Hubo grave incomprensión en aquellos enfrentamientos de la retaguardia.
En vanguardia se jugaban la vida los soldados de España.
¡Irak! ¡Irak! ¡Irak!…Volvemos. Quién lo diría.
General de División (R)