El Caganer

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Todos los años, con paciencia y dedicación, pongo el nacimiento en casa con la principal finalidad de transmitir a mis nietos esa tradición a la que conforme pasan los años más valor le doy. Espero que a ellos les ocurra lo mismo y que en el futuro no se conformen con los virtuales adornos o las luces que proyecten desde las pantallas táctiles de sus ordenadores. Nunca debería faltar el ritual de extraer las figuritas que llevan un año envueltas en papel, comprobar las que se han roto, buscar el musgo, la tierra, el serrín; simular con el corcho las montañas, el cielo con papel y las nubes de algodón, mientras el agua corre por un río de papel de plata arrugada. Un conjunto de desproporcionados tamaños, imposibles perspectivas, anacronismos y contrastes; así es el nacimiento que aceptan las mentes de los más pequeños que todavía entienden la metáfora del paisaje. Tampoco falta el Castillo de Herodes donde se esconde el malo que nos perseguirá ya para siempre. Recientemente se ha incorporado a nuestro nacimiento una figurita que yo desconocía ya que nunca estuvo en el que en mi niñez se montaba en casa. Figurita que al principio rechacé al pensar que no venía a cuento, pero las risas de picardía de mis nietos me hicieron aceptarla, y esconderla por el belén convirtiendo su búsqueda en un motivo de entretenimiento. Habrán adivinado que hablo del caganer, figura que según leo tiene sus orígenes a finales del siglo XVIII y que se ha convertido en tradición indispensable en los belenes catalanes. Nos dicen, y así lo entiendo yo, que no es una grosería ya que es una de las muchas metáforas del nacimiento. Esta en concreto significa el abono de la tierra para hacerla fecunda. Por eso se considera el caganer un símbolo de salud, prosperidad y felicidad para el año entrante. La figurita en cuestión, los recuerdos y la utilización práctica del abono, me han traído a la memoria una anécdota que tenía olvidada y que oí a mi madre siendo niño.

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Contaba mi bisabuelo que bajando hacia Sevilla hizo un alto técnico en un hotelito de Despeñaperros. Antes de almorzar y con la elegancia que le distinguía preguntó a la recepcionista del hotel por los aseos. Esta, a la vez que le señalaba una rústica puerta de madera, le entregó una cañita de aproximadamente un metro de longitud. Mi bisabuelo, aunque algo sorprendido por el ofrecimiento, prefirió no hacer preguntas y aceptarla con la misma naturalidad que a él se la habían ofrecido. Fue al abrir aquel portalón cuando rápidamente se percató del porqué del utensilio. El supuesto aseo de caballeros era un gallinero donde multitud de gallinas picoteaban alrededor de un fornido y arrogante gallo. Ponerse de cuclillas a calzón caído en aquel lugar expuesto a los ataques de las hambrientas gallinas, incluso someterse a la chulería del gallo del corral, requería, sin la menor duda, el uso de aquel utensilio para mantener a raya a cualquier gallina que osase acercarse por la peligrosa retaguardia que quedaba a culo pajarero. Mi bisabuelo, al ver el panorama se desinfló y para hacer algo de tiempo se entretuvo unos minutos sacudiéndole unos cañazos al chulo del gallo. Por si alguno está interesado, todavía existe el hotelito, aunque ahora el gallinero es un hermoso comedor de tres tenedores.

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Mira por donde la figura del caganer es más corriente de lo que nos parecía aunque, visto lo visto, este año entre mis nietos y yo hemos tomado la decisión de ponerle una caña en la mano del caganer no vaya a ser que se nos ponga chulo un pollo del corral. Porque cuando un pollo se quiere hacer gallo, y entiéndanlo como mejor les parezca, hay que tener cuidado ya que dice el refrán que no es buen año cuando el pollo pica al gallo.

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