SEÑOR SÁNCHEZ: ¿SOBRA EL MINISTERIO DE DEFENSA O USTED? Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Se lamentaba Francisco I en el momento de ser derrotado en Pavía y hecho prisionero por el guipuzcoano Juan de Urbieta: «Ni un amigo me queda para unir mi espada a la suya». Cuando llega prisionero a Madrid y ve por sus calles a los niños jugando con espadas de madera exclama: «¡Bendita España, que pare y cría los hombres armados!».

De repente alguien te trae un recuerdo que te ilumina. En España hay buena memoria, suele ser para lo malo, ¡hay tanto! Siempre ha sido una nación dispuesta al sacrificio y entrega y —¿por tanto?— muy atormentada.

La pluma y la espada han sido manejadas con maestría reconocida, la misma mano portadora, ahora de una, luego de la otra. Ambas afiladas y penetrantes hasta lo más hondo: el corazón.

Nuestro Siglo de Oro se movió entre estas artes y la misma mano que manejó la espada, o la pica las más veces, cogió la pluma para contarlo. Cervantes, Calderón, Lope, fueron soldados; cosa que no fue Shakespeare.

La sintaxis es combate, disposición de letras para entrar en la lucha incierta. Hieren y causan bajas como las formaciones de las tropas; mal utilizada es derrota, tarde o temprano caes en la batalla de las letras.

La pluma escribe la historia, no menos lo hace la espada.

La Ilíada es un texto hecho para siempre con las primeras letras que el hombre se va a transmitir de generación en generación; donde se descubre el honor y la traición. Entre otras cosas: todo.

El recuerdo con el que ayer me entristecieron hace reflexionar, mirar atrás con el esfuerzo y riesgo que conlleva. Palabras que son traiciones.

Verdad y honor son los conceptos heredados y con los que se construye todo lo que merece la pena, sólidos muros y fortificaciones. Sobresalen en los textos escritos con grandeza. Son una misma palabra, al menos inseparables.

La palabra es tu honor y tu verdad o no merece escribirla ni pronunciarla. De cualquier hombre solo queda eso; en alguna de sus formas. Hasta con el gesto haces sintaxis. No se olvida y se convierte en su corona de diamantes o de espinas.

Cuando la palabra deja de tener valor, hoy una, mañana otra, nos movemos entre sombras, en una realidad como en la cueva, ¿recuerdan? El que dice la verdad es rechazado por molesto.

Estamos viviendo situaciones desconocidas, creo que muy preocupantes, tanto que, como pidiendo socorro, la sociedad reclama a los ejércitos, ¡que vengan los soldados! Es una señal de temor. De siempre el soldado ha sido el último recurso para la salvación ante el riesgo máximo. Hay otros intermedios antes de tener que acudir a ellos.

¡Que vengan los militares! Preocupa. Algo siente la gente. El temor ante algo desconocido (y tan seguido), provoca inseguridad cuando se ve la incapacidad de los que deben asumir las decisiones.

El recuerdo me llega. Es del año 2014. Se pronuncia el señor Sánchez:

—¿Qué ministerio sobra y qué presupuesto falta?

—Falta más presupuesto contra la pobreza, la violencia de género… Y sobra el ministerio de Defensa.

¡Que vengan los militares! Allí están sonrientes, callados, firmes, conocedores de su trabajo, dando confianza.

A pesar de su presidente que se mueve como una sombra que dice y no dice nada coherente y bueno.

Se lo recordamos a ustedes. A él le trae sin cuidado.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

12 enero 2021