Eran alrededor de las ocho y veinte de la tarde del 23 de febrero de 1981. Jordi Pujol, Presidente de la Generalidad de Cataluña, visiblemente asustado, hablaba con el Rey. ¡Tranquilo, Jordi, tranquilo!, contestaba Su Majestad intentando transmitir a toda España un mensaje imposible.
¿Quién se acuerda? De esto hace treinta y cuatro años. Solo nos quedan los titulares. Algunos llevaban intención, primera y segunda intención.
“¡La bandeja está grabada!, ¡quieto todo el mundo!, ¡se sienten, coño!, ¡ni está, ni se le espera!, la llegada del elefante blanco o el pacto del capó”, por poner algún ejemplo, forman parte de una literatura que había iniciado su andadura con el “golpe de timón” o, el más traumático, “golpe de bisturí”, que todos repetían como papagayos.
La expresión “golpe de timón”, junto a la de “golpe del bisturí”, fue creada por Josep Tarradellas cuando este acababa de dejar la presidencia de la Generalidad.
¿Qué quería decir el expresidente? Desde luego no pedía una medida de fuerza sino que expresaba, pregonaba, una grave preocupación.
“Si no hay unidad en España, en Cataluña, en el País Vasco, en todo el país, no nos salvamos. Soy un ciudadano catalán y español apasionadamente preocupado por el país”.
Delataba los síntomas.
Vino a Madrid donde le susurraron al oído lo que ya antes alguien le había contado en privado. Acuerdos entre partidos, conciliábulos, propuestas de dudosa constitucionalidad… Pudo comprobar el ambiente enrarecido de la Villa y Corte.
Se habló de tramas. No todas salieron a la luz, aunque desde distintos lugares se dispuso con astucia o dolo el enredo, el engaño y la traición. La trama no se gestó en los cuarteles ni están los militares en poder del enigma. Entre los pliegues de las guerreras buscó protección más de un villano. Ahí sigue escondido.
No sabemos mucho, pero sabemos que en el momento decisivo las Fuerzas Armadas, como no podía ser de otra manera, estuvieron al lado del Rey, al lado de la democracia y de la unidad de España, cumpliendo fielmente la misión que la Constitución les otorga y que nadie puede interpretar a su libre albedrío. Presenciaron en su mayoría, como todos los españoles, y en su caso avergonzadas, aquella comedia sin reconocer a los protagonistas.
Todo es ya historia. Hace ya treinta y cuatro años.
Se acabó el tiempo de los golpes, los de timón y los otros. Es el momento de la responsabilidad, de asumirla y exigirla, desde la ley, desde su aplicación, desde la Justicia. Responsabilidad exigible a los que ofenden y golpean, con distintas formas de golpe, en lo más íntimo del sentimiento de millones de españoles con un jaque a la esencia de la Constitución que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. También a los que se lo permiten.
Nadie está por encima de la Ley, ni entonces ni ahora.
Seguimos caminando en la incertidumbre.
“Dudoso es el curso de la culebra, torciéndose a una parte y otra con tal incertidumbre, que aun su mismo cuerpo no sabe por dónde le ha de llevar la cabeza. Señala el movimiento a una parte, y le hace a la contraria, sin que dejen huellas sus pasos ni se conozca la intención de su viaje”. (Diego de Saavedra Fajardo)
Deseable sería que, sin engaños, el cuerpo siempre supiera por donde le ha de llevar la cabeza. Que supiéramos la intención de este incierto viaje para el que ¡Tranquilo, Jordi, tranquilo! se ve insuficiente, sea quien sea el Jordi de turno.
La incertidumbre genera intranquilidad y desconfianza. Cualquier cosa es posible…, si al andar no vuelves la vista atrás y ves la senda que nunca se ha de volver a pisar. ¿Golpe a golpe? Mejor verso a verso.
General de División Rafael Dávila Álvarez (R)