Quien iba a saber que un nombre y una frase iban a recorrer el mundo y convertirse en la mejor de las arengas para los soldados aliados en la II Guerra Mundial, a la vez que pasaba a ser uno de los mensajes más conocidos y queridos en los Estados Unidos de América. Una forma de comunicación muy antigua, y entonces en desuso, tuvo la culpa: el grafito o grafiti.
James J. Kilroy trabajaba en los años cuarenta como supervisor en un astillero en Quincy (Massachusetts). Su responsabilidad era revisar los remaches de las planchas de acero utilizadas en la construcción de barcos. Las marcaba con una tiza que en ocasiones se borraba por lo que la plancha le era devuelta y no contabilizada. Su sueldo dependía del número de planchas que revisaba, así que el inteligente James decidió, con gran sentido del humor, resolver el problema de una vez por todas.
En cada plancha de acero revisada grabó con pintura la frase: Kilroy was here, a lo que añadió un misterioso dibujo con un hombre de prominente nariz asomado a lo que parece una tapia. Muchos de aquellos barcos fueron utilizados para el transporte de tropas en la II Guerra Mundial lo que hizo que el mensaje fuese visto y leído por miles de soldados. A lo largo de la contienda aquél grafiti, Kilroy was here, fue apareciendo por todos los lugares adonde los combates habían llevado a las tropas aliadas. Se veía en paredes, trincheras, armas, vehículos, incluso en los escritos oficiales de los Cuarteles Generales. Dicen que un Stalin extrañado se lo encontró en la pared del baño que utilizó en la Conferencia de Potsdam.
Pero, ¿quién era Kilroy? Ya no era el supervisor de planchas de acero sino un misterioso personaje que se adelantaba a las tropas aliadas en su avance. Nadie sabía quién era Kilroy pero todos se sentían Kilroy.
Dejó de tener nombre y nacionalidad para ser simplemente el soldado que iba en vanguardia, en primera línea, llevando izada la bandera de todos, el servicio y la victoria. Aquel nombre empezó a transmitir tranquilidad, esperanza y cómplices miradas entre los soldados. Kilroy was here era una inyección de moral. Era el primero en llegar y el último en abandonar la posición. El símbolo de la victoria, del coraje, del orgullo de unos hombres que lejos de casa luchaban por una cultura, una patria, una civilización. Kilroy se universaliza, es el nombre de todos, del soldado que en cualquier rincón del mundo lucha por la libertad.
Da lo mismo el nombre, es simplemente un soldado. Es la importancia de un símbolo, de un mensaje espontáneo que se convierte en motor de la voluntad, ánimo y enardecimiento.
Hoy medio mundo se congratula y felicita a unos soldados que con su actuación evitaron una enorme catástrofe en el tren Amsterdán-París. ¡Vamos! dijeron. No hubo necesidad de más palabras. Valor y honor, para eso estamos aquí. No importa la nacionalidad de estos soldados. Importa su gesto. Importa el mensaje. Aquél que dejó escrito un humilde supervisor de planchas de acero y que sirvió para que cualquier soldado que luche por la libertad deje su firma con el indestructible mensaje.
Es el que ha quedado grabado en el tren Amsterdám-París.
Allí, en Irak, Afganistán, Siria… y en cualquier rincón del mundo, en el más recóndito e inesperado, se puede y se debe leer:
Kilroy was here. Un soldado ha estado aquí para defender la libertad.
No ha llegado todavía el momento de retirarse.
La lucha no ha terminado. Más bien acaba de empezar.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez


Buenas noches, General Dávila. Conocía el dibujo, pero no me había preocupado de averigüar su historia, que es muy interesante. Supongo que parecidos «grafitis», con el mensaje «he/mos estado aquí» los podríamos encontrar desde muy antigüo, como señala en su artículo, pues es costumbre humana dar fe de su paso, y el paso de los ejércitos ha supuesto siempre un gran significado para sus miembros quienes, una vez superadas todas las penalidades que hubieran tenido que arrostrar hasta llegar a donde llegaron, en algunos casos quisieron señalar individualmente la constancia de haberlo conseguido. No soy nada experto en este tema, pero estuve pensando que, al menos en algunos casos, podemos encontrar definiciones por las que el soldado «de a pié» encuentra un nombre o un apodo por el que se acaba denominando a sí mismo, de modo genérico, como soldado de determinada nacionalidad (o, tal vez mejor, a su condición de «valiente esforzado» de determinada nacionalidad); así creo que se puede considerar a «Kilroy», como a «Tommy Atkins», o a «poilou» (apodo).
Es de celebrar que en ese tren hubiera soldados, y de esperar que la respuesta fuera la que fué, pues el soldado está entrenado para hacer frente a las amenazas para las que la mayor parte de la gente no tiene (tenemos) otra respuesta «instintiva» que la huida, lo que a menudo sólo significa el aplazamiento del desastre. En el caso del soldado, ese «instinto» está cuidadosamente preparado mediante su formación, tanto de sus habilidades físicas como de formación moral, pues el soldado, cuando se trata de proteger la vida de los demás, no vale para pasarle el problema al otro; el problema es problema de otros hasta que llega a la presencia del soldado.
Así, pues, nada me extraña. Cualquiera que haya leído «historias de soldados», de cualquier guerra, hallará multitud de ejemplos en los que un soldado (de cualquier rango) ha tomado «el toro por los cuernos», y no ha esperado a que le pille a otro.
Sin hacer referencia a la situación bélica, he intentado encontrar (sin resultado) alguna información correspondiente a una noticia que me impactó hace muchos años. Si no me engaña mi memoria, la noticia daba cuenta que, durante la clase de «teórica» en un CIR (creo que el de Colmenar Viejo, pero no me fío de mi memoria hasta ese punto), por alguna razón se cayó una granada al suelo (supongo que sería aquella «EXPAL» que tenía dos posiciones: instantánea o retardo), de la que se había separado la anilla (con lo cual el asa se habría separado merced al muelle y activado el artefacto); lo de menos es intentar explicarse la (afortunadamente rara) situación, el caso es que el oficial que estaba impartiendo la clase se arrojó sobre la granada, sin dudar, protegiendo con su cuerpo a los reclutas asistentes. He leído similares comportamientos en situación bélica, lo que se pudiera interpretar en algún caso como producto de la «adrenalina» en situación de combate, pero la que refiero no corresponde en absoluto a esa situación, por lo que considero que la conducta del oficial sólo puede interpretarse como producto de ese «instinto» del militar, resultante de haber asimilado el aprendizaje moral de sus responsabilidades «hasta el tuétano», justamente el mismo «instinto» que ha impulsado a esos soldados a no dudar en responder a la amenaza.
Finalizo con un brevísimo comentario (en dos palabras) con respecto a sus dos últimos párrafos:
«No ha llegado todavía el momento de retirarse.
La lucha no ha terminado. Más bien acaba de empezar.»
Así sea.
Reciba un fuerte abrazo.
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Gracias. Como siempre me encantan sus relatos. Intentaré contar la historia del héroe de la granada si la encuentro. Creo que se le concedió la Medalla del Ejército.
El final del artículo es el que es, guste o no, es la cruda realidad que nos espera. Un fuerte abrazo. General Dávila.
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Pues eso, que cuando decimos en la reserva, queremos decir en la recamara.
Sin más, quedo siempre a sus órdenes.
Viva España
Francisco Padilla
Caballero Legionario
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Fuerte abrazo legionario. General Dávila
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