«ANÉCDOTAS DE JINETES MILITARES EN AQUELLOS CONCURSOS HÍPICOS» Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver.

«Hoy quiero recrearme en la figura de algunos de ellos, y aunque todos esos recuerdos me produzcan melancolía, también me traen alegría por todo lo disfrutado con su compañía».

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Cuando aparecieron las alambradas bajas, los caballos de frisia, y sobre todo cuando el primer sonido de una ráfaga de ametralladora retumbó en el campo de batalla, aquellos jinetes supieron que la Caballería a caballo había terminado.
Con el paso del tiempo, el Arma se mecanizó a favor de los vehículos blindados, y dejo a los caballos apartados de los asuntos militares. Entonces, afortunadamente, tomaron fuerza en los ejércitos los deportes ecuestres, y en algunos países como Francia, la Escuela de Caballería del Ejército de Saumur, no se disolvió sino que desde 1972, pasó a formar parte de la ENE (Escuela Nacional de Equitación) francesa, con el nuevo nombre de Escuela Nacional Francesa de Equitación y del Cuadro Negro, cosa que no ocurrió con la nuestra.
Como en tantas facetas de la vida y por las malas gestiones de estos últimos años, también recae sobre los jinetes militares de hoy, eso de:
― «Hoy los pobres sois los nietos de los ricos».
Aquellos eran tiempos distintos a los actuales; la cercanía con los jinetes era mayor, la cualidad del divo no había llegado a nuestro deporte, y todo era mas artesanal, nos sentíamos miembros de una misma familia, la de la Hípica con mayúscula. Entonces todo era más duro, sí, pero también más sencillo.
Estas que voy a contar son algunas de la sanas costumbres que estaban al uso entre los jinetes militares, y algunas de sus muchas anécdotas.
Quiera Dios inspirarme para salir airoso de este atolladero.
A todos ellos quisiera dedicarles estas líneas, como siempre envueltas con mi respeto y admiración, a los que nos dejaron, y a los pocos de aquellos años, que aún nos regalan con su compañía.
Y no se trata en retroceder a la época en que los obstáculos de los recorridos tenían una altura máxima de un metro, con una ridícula tabla fina colocada en la parte superior, llamada «taquet» y que tirarla constituía doce puntos de penalidad, o como cuando el derribar el obstáculo con las manos del caballo era penalizado con tres puntos y con los pies dos; ni tampoco a los años gloriosos en que los jinetes militares españoles conquistaban medallas olímpicas, como las de oro y plata de los Juegos de Amsterdam y Londres.
Me refiero a los años cuando yo empezaba, cuando en las hoja del diario deportivo Marca, se podían seguir los resultados de todos los concursos hípicos de España. Años que marcaron el final de las banquetas en las pistas, aunque como luego veremos, algunas quedaban.
Dentro del ambiente militar, eran años en los que se tenía la bonita costumbre de telegrafiar diariamente al jefe de la Unidad para contarle escuetamente los resultados de cada tarde. Como no teníamos ni coche ni móviles, eran tiempos de viajar todos juntos en tren, de vivir en residencias militares, y cada tarde al acabar las pruebas, pasar por las ventanillas de telégrafos….
A varios de aquellos concursos nos iremos, y seguiremos con nostalgia a los jinetes militares que, desde toda España, se matriculaban en los mismos. Aunque ya no estén a nuestro lado, he preferido poner sus nombres, algunos hasta con su apodo académico, como prueba de la admiración y el cariño que siempre les profesé. Nunca los olvidaré.

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El capitán de Caballería José Rodríguez Colubi con su caballo “Gorgorito”, pasando escolásticamente la banqueta de la pista de Alcalá de Henares, a finales de los años 40. (Foto y datos, proporcionados gentilmente por su hijo el coronel de Caballería Gonzalo Rodriguez-Colubi Balmaseda).

En 1964, desde Badajoz, mi primer destino de teniente, fuimos dos capitanes y el que esto escribe, al concurso de Cáceres. Ellos eran veteranos y estaban bien montados, pues tanto Joaquín con “Rosero”, “Simbad” y la “Casi Casi”, como Guillermo con el potente “Zafiro” y el rápido colín “Aliviador”, acababan de ganar varias pruebas ese mismo verano. Yo llevaba prestado un auténtico penco desorejado, y durante todo el concurso trabajé para el alcalde. No me acuerdo de su nombre, pero merecería haber tenido el final que dice una máxima en caballos:
―«El que por sus condiciones malignas resultare rebelde, se le debiera condenar a los trabajos groseros, vulgo, el tirar de un carro, arado ,etc.» ¡Guerra al penco! Que decía Botín.
Mi primera sorpresa nada más llegar por la mañana, fue ver en la mitad de la pista una gran banqueta, que aunque no fuese como la que me contaba Joaquín que había en Lisboa, a mi me pareció enorme.
A esa banqueta lisboeta, con tres grandes escalones por uno de sus lados y en rampa casi vertical por el otro, los portugueses la llamaban «O terrível monumento», y aunque sabía de la fantasía de nuestros vecinos, por lo que me dijeron debía ser todo un monumento, como lo fue para mi esa, que en la primera prueba me hizo «tomar tierra». (Bajarme sin permiso, vamos)
Con las orejas gachas nos fuimos a la residencia militar de turno, y acto seguido a telégrafos a poner el correspondiente telegrama a nuestro coronel, cuyo texto decía:
―“Banqueta inaccesible, hostia casi segura. Salúdale capitán Joaquín Rivero Merry, capitán Guillermo Rodríguez de Llera, y teniente Ángel Cerdido Peñalver”.
La operadora no quería cursar el telegrama debido a la ordinariez del texto, pero con esa educación y gracia natural que Joaquín tenía, la convenció, y el telegrama se cursó.
El último día, sin la banqueta en el recorrido, mis compañeros arreglaron la liquidación en el Gran Premio. Yo seguí tomando tierra, pero mi única preocupación era pensar que el lunes, a primera hora de la mañana, debía presentarme al coronel, y temía a su reacción después de haber leído el telegrama.
Y el lunes a primera hora, nos recibió. Después de saludarnos, nos cito en el bar de oficiales al acabar los trabajos de aquella mañana. A esa hora fuimos y nos encontramos con toda la plantilla de jefes y oficiales que ya nos estaban esperando.

Con unas palabras del coronel animando a que no se perdieran esas costumbres, como la del telegrama, que marcaban el espíritu jinete, nos recordó, que era precisamente la práctica de la equitación, la base de ese espíritu, y con una modesta copa de vino español se acabó el entrañable acto.
Dos años mas tarde, cuando, por una reorganización, no se de que Plan, me destinaron a otra Unidad, el telegrama enmarcado seguía colgado en una de las paredes del bar.

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En la desaparecida Hípica Militar del Paseo de Zorrilla de Valladolid, dos grandes jinetes, ambos comandantes profesores míos en la Academia de Caballería, fueron los protagonistas de esta singular anécdota.
Asterio Mayor Iglesias el “frailón”, que por aquella época llevaba dos caballos castaños muy parecidos, que si no recuerdo mal, eran el “Tripulante” para las pruebas grandes y el “Escándalo” para las pequeñas, y Modesto Valenzuela Martín el “trallas” que corría las pruebas grandes con su magnífico “Educador”.
Esa tarde, en el gran premio, nuestros jinetes hicieron los dos únicos ceros de la prueba y pasaron al desempate. Calentando en la pista de ensayo para el barrage, Asterio se dio cuenta que su caballo “Tripulante” estaba totalmente cojo. Sin perder la serenidad que le caracterizaba, disimuladamente se va a las cuadras y se encarama en el caballo de la prueba pequeña, se dirige a la pista de ensayo y sin apenas calentar, entra en la pista de competición y comienza el desempate. Puntos cero, y deprisa. Por unos segundos, le ganó el Gran Premio a su amigo Modesto.
Al año siguiente en ese mismo concurso, en la tribuna de jinetes, Asterio no podía mas y se confesó:
-¿Modesto, te acuerdas del desempate del Gran Premio de Valladolid del año pasado?
-¡Como no me voy acordar!, si me lo ganaste por décimas de segundos.
-Bueno, pues he de confesarte algo que desde aquella tarde me remuerde la conciencia.
-¡A si!, y ¿que es?
-Que el caballo con que salí al desempate, no era el “Tripulante” que se había quedado cojo, si no el “Escándalo” con el que había corrido ya la prueba pequeña.
El ambiente se puso tenso, pero en ese momento empezó a diluviar, justo cuando el jurado, llamó a la pista por el micrófono al bueno de «Alito», que apareció a caballo con “Hering” (el tordo de la Yeguada Pedro Beca), con un gran paraguas abierto. Cuando le tocaron la campana para iniciar el recorrido, el señor Zambrano cerró su paraguas y lo empleó a modo de fusta. Con la singular escena, todos rieron y se olvidaron de lo ocurrido el pasado año.

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El gran jinete vallisoletano Ángel Alonso Martín, sin lugar a dudas uno de los jinetes militares más laureados, logró su primer triunfo de relevancia en el concurso completo (doma, campo y salto) del Campeonato de España de 1948. El premio fue el caballo (Brise Brise), que le iba a marcar la vida.
Aquel caballo olvidado en la Yeguada Militar de Lore-Toki de San Sebastián, pequeño y cojo, le otorgaría años después la gloria, y le llevó a estar seleccionado en 1956 para los Juegos Olímpicos de Melbourne.
Como el gobierno australiano se negó a levantar la cuarentena de seis meses sobre los caballos, por temor a un nuevo brote de fiebre aftosa, las pruebas hípicas se organizaron en Estocolmo, a donde tampoco pudo ir mi admirado profesor, por una lesión de su caballo.
Mi buen amigo, Josechu Verdugo, el alumno preferido de Alonso Martín, me contó que su profesor, se jugó con unos amigos una tortilla de patatas, a que se saltaba el Canal de Castilla a caballo…, y a punto estuvo.
Fue en un tramo del canal a su paso por el Pinar de Antequera, donde los dos caminos de sirgas que lo orillaban, estaban despejados, pero parece que el caballo resbaló con los pies al recibirse, y ambos cayeron de espaldas al agua. Fue difícil sacar al caballo del canal, pero al final salió.
En unos de los chiringuitos del pinar, se comieron la tortilla que el bueno de Alonso Martín, bien mojado, pagó de mala gana.

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Como no existían las prisas de hoy, muchos de los concursos de aquellos años tenían una duración de seis días, con uno en medio de descanso, y como me parece que también había un poco más de generosidad, en sus avances de programas figuraba que un día se disputara la «Prueba Honor», es decir sin premios en metálico, solo con trofeos para los ganadores, dedicándose todo lo recaudado por entradas y apuestas a las instituciones benéficas de la ciudad.
De Madrid llegaron, al concurso de Cuenca, creo recordar, como otras veces, un teniente coronel un capitán y un teniente. Los días de concurso, el de mayor graduación tenía la costumbre de asistir a misa de nueve, y el mas moderno del grupo era el encargado de despertar al jefe media hora antes, pero ese día se corría la prueba honor…
Como cada mañana, a las ocho y media en punto, el joven teniente Luis Cabanas Rubio llamó a la puerta del teniente coronel:
―Mi teniente coronel, es la hora.
El teniente coronel se incorporó en la cama, y sacando la cabeza por encima del embozo de la sábana, dijo:
―¡Hay Luisito, Luisito que torpe eres!. Hoy es honor, hoy no se va a misa.
El teniente coronel dio media vuelta y siguió durmiendo.

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Hace ya algunos años, en el Concurso Hípico de Saltos de Obstáculos que se celebraba en Logroño con motivo de las Fiestas de la Vendimia para San Mateo, el que fuera el jinete en activo más veterano de España, Fernando Martínez de Albornoz el «Pichi», después de ganar una prueba grande, se ponía a disposición de la ágil pluma de una periodista local, para la correspondiente entrevista.
Entre las muchas preguntas formuladas, la periodista hacía referencia a la cantidad de profesores de equitación que conocía, de todas las disciplinas, repartidos en : picaderos, ganaderías, clubes etc., y preguntaba los requisitos necesarios para serlo.
Nuestro querido amigo le contestó:
―«Hoy día, para ser profesor de equitación, solo se necesita tener un alumno»
Actualmente la cosa ha cambiado, y de aquellas clases con ciertos profesores sentados en sillones en el centro de los picaderos, hemos pasado a que hoy, el Consejo Superior del Deportes tenga perfectamente reglamentado las serias condiciones que se precisan para impartir esas clases.

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Nos supieron legar una tradición y una forma de vivir. Durante muchos años la práctica de la equitación fue la base del «Espíritu Jinete», la filosofía de vida que heredamos, y que se ha reflejado en nuestra forma de ser.
En el Arma, hoy dicen que ese espíritu se ha convertido en la firme resolución de llegar al enemigo y dominarlo por una brillante ostentación de energía, pero yo echo de menos ese sentir palpitante de un corcel entre las piernas, que lo sientes como tuyo; y se funden en un puño, al acariciar las riendas, tu corazón con el suyo.
Así eran nuestros protagonistas: jinetes decididos, competitivos, y sobre todo sinceros y buenas personas, y poco a poco me empezaba a dar cuenta del esfuerzo permanente que tenía que hacer para estar a la altura de esos personajes.
Por desgracia, muchos de los amigos que nombré en estas notas ya se nos fueron, y los pocos que quedan, aunque los veamos marcados por las huellas del tiempo, no deberíamos olvidar que tuvieron mujeres que los amaron, hombres que les confiaron sus vidas, amigos que apreciaron su amistad, y muchos momentos de gloria,… y a los pocos uniformes que quedan en las pistas, larga vida.
¿Podrá servir esto de antídoto a ese poderoso sentimiento nacional que es la envidia, para mí, el verdadero obstáculo que paró a la equitación militar, y así poder seguir viendo jinetes de uniforme compitiendo?… a esa maravillosa especie en peligro de extinción.
Aquellos eran otros tiempos, y yo sé que ya no volverán, porque en la vida y en la historia todavía no se inventó el paso atrás.
Yo que tuve la suerte de rozarles, con gran respeto y admiración les recuerdo.
Descansen en Paz.
―«Hoy no expuse argumentos sino emociones, no quise escribí razones sino sentimientos…»

Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver.

Zaragoza septiembre 2023

Blog: generaldavila.com

10 septiembre 2023

7 pensamientos en “«ANÉCDOTAS DE JINETES MILITARES EN AQUELLOS CONCURSOS HÍPICOS» Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver.

  1. Muchas gracias mi coronel por su artículo, me uno a su sentimiento por el cariño a la equitación y amor al Arma. Siempre a la orden usía mi coronel.

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  2. Mi respetado y muy querido CORONEL CERDIDO, ¡EXCELENTE EXOSICIÓN!. Sin querer argumentar, lo ha hecho :»LA EQUITACIÓN HA SIDO LABASE DEL ESPIRITU DELJINETE». ESCAPAR A LA RAZÓN ES IMPOSIBLE AL SER HUMANO. SAN AGUSTÍN LO CLAVO : «AMOR MEUS ,PONDUS MEUM, ILLO FEROR QUODQUQUE FEROR».( Mi amor es mi peso y yo soy llevado por donde quiera que voy). LOS SENTIMIENTOS EMBRIAGAN DE BONDAD EL CORAZON DEL HOMBRE AUNQUE ENMASCAREN DESPRECIABLE ODIO» «UT SEMENTEM FECERIS, ITA METES» (Lo que siembres, será lo que coseches/ CICERÓN). ENHORABUENA A la orden de V.I A la orden de V.E. VIVA El REY VIVA EL RELÁMPAGO DELA CABALLERÍA VIVA Y ARRIBA ESPAÑA

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  3. A las órdenes de V. I., mi Coronel.

    Entrañable. Somos nuestra memoria, y esa energía nos retroalimenta el alma para seguir teniendo fuerzas para continuar viviendo y compartiendo nuestras vivencias.

    Es un tesoro que nada ni nadie nos podrá arrebatar ni borrar.

    ¡¡¡Viva España!!!

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  4. Muchas gracias Mi Coronel, por escribir este magnífico texto con sus recuerdos ecuestres. Debió ser una época bonita. Saludos para todos.

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