LA ESTÉTICA GUERRERA. Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

 

Decían las Reales Ordenanzas de Carlos III: «En el esmero del cuidado de la ropa consiste la ventaja de que el Soldado no se empeñe, como que grangée el aprecio de sus Gefes; y para lograr uno, y otro, se labará, peynará, y vestirá con aseo diariamente, tendrá los zapatos, evillas, y botones del vestido limpios, las medias tiradas, el corbatín bien puesto, su casaca, chupa, y calzón sin manchas, rotura, ni mal remiendo, las caídas del pelo cortas, y con un solo bucle a cada lado, la gorra bien armada, y en todo su porte, y ayre marcial, dará a conocer su buena instrucción, y cuidado».

«No ha de llevar en su vestuario prenda alguna que no sea uniforme: nunca se le permitirá ir de capa, ni con redecilla, fumar por la calle; ni fuera de los Cuerpos de Guardia, sentarse en el suelo, en Calles, ni Plazas públicas, ni otra acción alguna, que pueda causar desprecio a su persona».

Son palabras exactas y necesarias. Eternas. No hay duda de su permanencia en el tiempo. Hoy creemos que en ello se insiste, aunque con variaciones que suponemos para bien.

Sin duda las formas son parte importante en la milicia, sea momento de paz o guerra. El estilo militar se nota hasta de paisano; así era porque el porte (presencia o aspecto de una persona) también se educa y muchas horas de vida militar forman y conforman una figura de estilo inconfundible.

Digo yo que seguirá siendo así, aunque tal y como están los tiempos eso esté mal visto.

«¡Qué galán, qué alentado,/ envidia tengo al traje de soldado!»(el El alcalde de Zalamea).

La uniformidad militar no se limita a un traje más o menos vistoso, sino que es un conjunto único en el que «no adorna el vestido al pecho, que el pecho adorna al vestido«, pero ambos son la figura del soldado, el uniforme es la piel tatuada de manera irreversible. Cala hasta los adentros.

Ese estilo militar lo describe muy bien Millán Astray en su libro La Legión.

«El saludo del legionario es el más enérgico, el más airoso y más marcial que pueda desearse. Espera impaciente a que llegue el Jefe a su altura, y en el momento debido levanta la mano, que clava en la gorra, mirándole al mismo tiempo. La mirada brilla con fiebre, es fija y recta a los ojos del mirado. Es también de ofrecimiento interrogante para su Jefe; dice: «Mándeme». El modo de hablar, contestando, es en alta voz, enérgico, con palabras cortadas, breves, acompañando siempre el título del Oficial: «Sí, mi Capitán». «En seguida, mi Alférez». Es otra manifestación explícita de obediencia y entusiasmo. El modo de marchar es de peculiar marcialidad y soltura. Van erguidos, resueltos, quizás provocadores. De ellos ha huido la timidez y el entorpecimiento. Se distinguen por sus clásicos y legendarios gorrillos con la borla encarnada, el cuello al aire, despechugados. Marchan alegres y despreocupados mostrando bien a las claras que son hombres de guerra, emprendedores y valerosos».

Homero en la Ilíada describe con detalle e importancia las formas externas del guerrero, su protocolo al vestirse para el combate, su educación ante el adversario, su formas y estilo; lo han hecho todos los tratadistas militares desde Vegecio hasta nuestros días.

No queda el uniforme en algo solo vistoso. Hay ejércitos que pierden la guerra por su falta de uniformidad tanto interna como externa. El porte va también por dentro. No vale unos vaqueros y el pistolón al cinto para bien mandar. Es toda una clase que empieza el día que uno se cala la prenda de cabeza y surge el primer saludo. Todo cambia.

Cuidad del uniforme de vuestras tropas que será el símbolo de su prestigio, que no hay madre que descuide el garbo y elegancia de un hijo, su prestancia como digno hijo de ella: España a sus soldados.

«¡Qué galán, qué alentado,/ envidia tengo al traje de soldado!»

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

21 diciembre 2025

 

 

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