«A mi hermano Tomás que hoy, 31 de diciembre de 2025, cumple 90 años»
Tomás, como bien sabes, los que nacimos entre 1928-1945 y crecimos durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, formamos parte de la «Generación Silenciosa», también llamada «Tradicionalista». Además, por abrir los ojos en España entre 1935-1938, también los dos formamos parte de los llamados «Niños De la Guerra». Nacimos en esos años, pero tuvimos la suerte de no ser evacuados a ningún otro país… pasando sin apenas notar las apreturas de la guerra y posguerra civil española.
No se como empezar esto, ni cuando terminar, pues la vida es como un baile, siempre llegas cuando está empezado y te vas antes de que acabe. Hoy no se a donde me llevarán mis pasos, quizá solo a recordar y buscar sentido a la situación donde todos anhelamos, llegar a viejos y no tendré prisa alguna en marcharme, sin pensar en la muerte, pues cuando ella llegue yo ya no estaré, y mientras esté, es ella la que no estará.
Séneca ya nos avisó de los tres tiempos en que se divide la vida: presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso, y el pasado, que nunca muere, cierto. La memoria genera infelicidad porque, o los recuerdos son tristes y agobian, o son dichosos, y entonces, provocan melancolía. El olvido es, en realidad, una gran terapia social porque borra las heridas de otros tiempos.
A pesar de todo esto, hoy nuestra travesía por la vida está en un momento dulce, ese en el que queda más camino por detrás que por delante y la cercanía del puerto nos debe despertar el ánimo. Ahora lo que nos interesa es el futuro, el sitio donde vamos a pasar el resto de nuestras vidas, aún sabiendo muy bien que lo único cierto, y lo que nunca se cura es el pasado, razón por la que debemos disfrutar del presente.
Aristóteles no estuvo muy acertado cuando coincidió con el poeta Agatón de Atenas en que ni siquiera Dios podría cambiar el pasado. Lo que si está en nuestras manos es el futuro, al que debemos mirar sin descaro pero de frente.
Los años pasan veloces, cada día más, hoy parece que fue mañana, pero aunque el tiempo pase volando y vayamos cumpliendo primaveras, por razones obvias nuestra «tercera edad», siempre despertó en mi un interés extraordinario, bajo todos los puntos de vista, aunque en esta ocasión me referiré a ella únicamente en el aspecto humano, dejando a un lado lo tratado por la geriatría, que como se sabe no es solo recetar medicinas a los mayores.
Enriquecidos espiritualmente por los años, «del hombre viejo el consejo», (El Nuevo Testamento ya habla del Consejo de Ancianos, y de su papel dirigiendo al pueblo hebreo), pero hoy vencidos el lumbago y los achaques por las conquistas de la medicina, y remozado el vestuario por el «prêt-à-porter», (fieles a la moda aunque lejos de París), puede decirse que nuestra tercera edad pisa simbólicamente el pescuezo del pasado. Y sin embargo en otras épocas, bastante cercanas por cierto, la gente era mayor en plena juventud, había asilos para personas mayores de cincuenta años, Stendhal habla de una mujer de 30 que aún estaba de buen ver.
Como nos contaba el maestro de periodistas José Jiménez Lozano, todo esto ha cambiado gracias a la llegada de nuevos medicamentos y a la desaparición de los lutos. Los «lutos», eran manifestaciones externas de dolor, a diferencia de los «duelos», que eran un proceso emocional interno. Entre padres e hijos los lutos duraban un año, y entre abuelos y nietos, seis meses. Pero, con lutos o duelos, a muchos de nuestros mayores se les quiere tan poco que no nos preocupa el que no haya sitio para ellos, y al final, en la última curva de su camino, cuando tienen que ser su propio ATS, les suele esperar el desamparo.
La soledad es triste, pero la compañía de quienes nada tienen que decir, lo es más todavía, porque a la pena de no recibir se une el trabajo de tener que dar. La sensación de sentirse en soledad es una realidad, aunque hoy las nuevas formas de comunicación han aliviado mucho este sentimiento, ya que se está en continuo contacto con familiares y amigos, por eso ¡hablar con nosotros antes que sea tarde!. Solo unos minutos más de atención por favor, y no basta con que tengamos razón, ¡nos la tenéis que dar!. A partir de ahora cuando estéis con una persona que peine canas, debéis: primero preguntarle, y después escucharle atentamente.
Pero sigamos con esta tercera edad alegre de hoy, pues la «Jubilación», la «Reserva» o el «Retiro», han dejado de ser una amenaza, y las palabritas, ya no se consideran desabridos verbos. A los muchos que estáis a punto de entrar en ella, os diría que ni se acaba el mundo ni se acaba la vida, y que mantengáis la actividad y la participación, que son el eje central de la vida social y comunitaria. Lo único que debería limitaros sería la enfermedad.
Hoy, para nosotros, andar es el único ejercicio natural asequible, pero muchos omiten su práctica con toda naturalidad. Cada vez se camina menos y así no vamos a ninguna parte, a pesar de que siempre tuvo buena prensa, como nos recuerda uno de esos sórdidos refranes españoles: ―«La salud no está en el plato, sino en el zapato». Según Camilo José Cela, en su loa «A pie y sin dinero», dedicada a la Infantería española, ―«… a pie paseamos por donde quisimos, porque el que no va a pie no se entera, y os lo dice un vagabundo».
Algunos todavía paseamos; los más no están.
También ayuda el leer mucho, y conocer al resto del mundo a través de los libros es una buena medicina, sentados en un sillón podemos hacer excursiones, ayudan a conservar la «línea interior». Es la llamada biblioterapia…, tiritas que alivian el malestar del alma.
Resumiendo: Actividad física y mental, relacionarse participando, huir del rechazo social cuando aparezca, y empieces a la edad que empieces, el ejercicio funciona.
No hace mucho, un amigo con gran sentido del humor, me decía que estábamos hechos de fibra de maleta, por aquello de las mudanzas, traslados, pero que a medida que cumplía años, él se sentía, cada vez menos fibra y más maleta. La verdad es que hoy para movernos por la vida, debemos abrirnos paso en una maraña de: claves de acceso y firma, contraseñas, códigos PIN y QR para escanear…,¿y los que no tengan a mano a hijos, sobrinos o nietos? ¡Un momento, por favor, que todavía estamos aquí, por lo menos, no nos piséis!.
Son los tiempos, y se han ido muy deprisa, pero hay que ser realistas ajustar las velas y no quejarse del viento como hace el pesimista, ni esperar a que amaine como hace el optimista, y tú como capitán del Alborada III ( a festa do amanecer) bién lo sabes.
Dicen que la felicidad consiste en tener buena salud y poca memoria. Como nos vamos haciendo mayores, nuestra salud se llena de achaques y como la memoria cada vez esta más por los suelos, la felicidad se nos presenta un poco dudosa.
Solo debemos aspirar a conservar la cabeza lo suficiente para darnos cuenta que la estamos perdiendo, con la suerte, de no tener en nuestras puertas el letrero que el papa Francisco tenía en la suya, «Vietato lamentarsi», Prohibido quejarse (habitación 201 de la residencia de Santa Marta, adyacente a la basílica de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano. Pero si vas al médico y no te quejas, ni le dices donde y cuando te duele… lo que realmente necesitas, no es un médico, ¡es un veterinario!.
A nuestra edad, se nos hace imprescindible tener un enfoque deportivo de la vida, y el mejor deporte para nosotros, sería sonreír al que nos mire con gesto ceñudo, practicable por todos, asequible como no a nosotros, que al tener limitado nuestro campo de ejercicios violentos, nos ejerceríamos en éste para el que no hay «récords», pues siempre se puede llegar un poco más, todo menos acomodar con mala cara nuestras vidas a las faldas…, de una mesa de camilla, y es que nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres.
El actor estadounidense de cine y televisión Dick Van Dyke en su cumpleaños, acaba de publicar el libro «Mis reglas para sonreír a los 100 años».
De aquí nos iremos cuando Él decida, pero si nos preguntase cuando, le diríamos que nos gustaría irnos jóvenes, eso sí, lo más tarde posible, y es que como dicen los ingleses, la muerte es junto a los impuestos lo que nunca falla, digan lo que digan ciertas teorías de la inmortalidad regidas por falsos algoritmos. Saber llegar y saber llevar esta tercera edad, hay que decirlo ya, «saber envejecer», es la obra maestra de la sabiduría y una de las cosas más difíciles del gran arte de vivir. Somos muchos los que cuando empezamos a hacernos viejos, hicimos mal en no darnos cuenta.
Casi todos los mayores nos consideramos jóvenes, nadie quiere ni cree ser mayor, pero por fin en las altas esferas se han dado cuenta, que los múltiples problemas provienen no de la supuesta superpoblación de esta tercera edad, sino de la previsible bajada del censo y su desequilibrio, resultado directo de la escasa natalidad. Habrá una bomba si, pero de despoblación, se avecina el llamado «invierno demográfico».
El modo de entender esta nueva fase de la vida, ha cambiado radicalmente y de un auténtico drama ha pasado a ser una amable vacación, sin el agobio de las maletas de retorno. El problema es que no todos sabemos llegar a esta situación. Terrible día en que a una actriz se le ofrece el rol de «mayor», pero bueno señor director usted ha perdido la cabeza ¡Yo en un papel de madre o abuela!.
Un personaje llamado Jacinto Benavente, con perdón, ¿pero existió algún día un dramaturgo español Premio Nobel de Literatura llamado Benavente?, alude a nuestro otoño como la edad de oro, y Agustín de Foxá (El conde de lo mismo), nos lo presenta como un faisán de lujo.
¿Tendremos que hacernos un «lifting» para volver a ser lo que éramos?, sinceramente pienso que por mucho que me dejara meter el bisturí, mi parecido actual con mi juventud sería pura fantasía. Como dicen en Aragón: «Al barrigudo, tontería que lo fajen».
La juventud no es un período de la vida, la juventud es un estado de espíritu, un efecto de la voluntad, una cualidad de la imaginación, una intensidad emotiva, una victoria del valor sobre la timidez, del gusto de aventura sobre el amor al confort. Pero aquellos eran otros tiempos, y sabemos que ya no volverán, no podemos sucumbir en la nostalgia, porque la vida es un camino de ida y todavía no se ha inventado la marcha atrás. Los años arrugan la piel, pero renunciar a un ideal arruga el alma.
Deberíamos vivir esta fase de nuestras vidas, como un triunfo, al tener la suerte que por mucho que se nos arrugue la piel, no lo hagan el corazón y la mente, y cuando nuestros proyectos se tambaleen, sepamos hacer uso de la humildad para pedir auxilio, y no confiar en unas fuerzas que ya flaquean.
Gran lección la de la jubilación bien aceptada y mejor entendida, por eso no debemos añorar aquel lejano día, en que anunciábamos a los amigos, envolviendo nuestras palabras en el celofán de la complacencia con aquel triste: ¡Mañana me jubilo!.
No hay nada permanente en este mundo, y somos necios cuando pedimos que algo perdure, pero no cabe duda de que seríamos aún más necios en no disfrutar con lo que tengamos mientras dure, y es que uno debe saber vivir con el dinero que tiene, sin embargo hoy, ¡casi nadie habla de lo maravilloso que es envejecer! El verbo que se conjuga viviendo.
Cantaba Nino Bravo en «Un beso y una flor»: ―«Forjarán tu destino las piedras del camino, y lo que no es querido siempre quedará atrás»…, la nostalgia es inevitable. El pasado pasado está y a eso se le llama madurez.
Esta es la historia de todos los que nos quedamos dormidos frente al televisor en el salón de casa, los que nos meamos en las espuelas…, y aunque halla versiones diferentes, en realidad se trata de la misma historia, que es y será la vuestra… Quién sabe pequeños. Quien sabe.
¡Felicidades hermano!
Y a todos, hoy día de San Silvestre. ¡Feliz Año Nuevo!
Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver.
Zaragoza 31 de diciembre 2025
Blog: generaldavila.com