Hace unos días tuve la oportunidad de tener en mis manos casi todos los periódicos de ámbito nacional que, todavía a diario, se publican en España.
Los leí con avidez, incluso a sus columnistas, quizá lo mejor y más atractivo de sus páginas.
Destacables todas sus secciones, completa y profunda su información, (alguno con sorprendente altura en internacional), es indudable su necesidad para analizar la actualidad con seriedad y mantener sólido criterio. Además es irrisorio su precio comparado con lo que ofrecen. Un café es más caro que el periódico. Increíble.
Leo a diario la prensa escrita, no toda, y hay que reconocer que tenemos unos periódicos brillantes y su nivel de información, cultura y entretenimiento es muy alto. Pero… Ya sabemos lo que ocurre. O no lo sabemos porque nos movemos como autómatas al ritmo no de la prensa sino de unos telediarios convertidos en sucesos y unas redes sociales manipuladas y sectoriales.
El futuro de la prensa escrita es incierto ya que falla lo primigenio, que los niños desde temprana edad vean en casa, a diario, ese periódico que pasa de mano en mano, pieza inseparable de la mesa del cuarto de estar. ¿Todavía hay cuarto de estar?
Lo que hoy quería contarles es muy sencillo. Ese día, con los periódicos en mis manos, me subí a un tren de cercanías de Madrid, un trayecto de cerca de cuarenta y cinco minutos, y los deposité en lugares visibles de uno de los vagones para comprobar si alguien aprovechaba para leerlos. Cinco conocidísimos periódicos situados estratégicamente y al alcance de cualquiera. El tren casi lleno. En un principio sin asientos libres. Conforme pasaban las estaciones había más sitio y los periódicos eran más visibles. Llegó un momento en el que incluso hubo sitio para sentarse. Al comprobar que nadie hacía intención de coger ninguno de los periódicos, me acerqué a por uno de ellos, muy popular, le eché una ojeada y lo dejé en un asiento libre. Mucho más visible.
Terminaba el recorrido (exactamente 47 minutos) y ni ademán de coger un diario, nadie estuvo interesado en su lectura, y les aseguro que estaban bien colocados, muy a la vista.
En ese recorrido fui, disimuladamente, observando a la gente. Había de todos los tipos, júniors y séniors, todos trabajadores y estudiantes del sur de Madrid, a donde pertenecía la línea de cercanías que tomé. Nadie se miraba ni miraba a otro lado que no fuese el móvil. Alguno leía un libro electrónico y solo una persona en todo el vagón leía un libro. Nadie llevaba periódico. Antes repartían en las estaciones unos gratuitos. Ahora, al menos en las líneas de cercanías del sur de Madrid, han desaparecido.
Me bajé decepcionado del tren. Por comprobar lo que ya sabía.
Quién o quiénes son los que conforman la opinión del pueblo español no lo sé. Sí que los años me dicen que autodidactas hay muchos, pero instruidos pocos. Sin leer, estudiar, o profundizar, no se alcanza criterio. Leer no es fácil. Me refiero a leer, es decir, pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados.
Les recuerdo que esa conocida frase que dice que sobre gustos no hay nada escrito es un monumento a la incompetencia y al desconocimiento. Sobre gustos hay mucho escrito, pero lo que ocurre es que se lee muy poco… y se manipula mucho y a muchos. Por no leer y por no saber leer.
¿Cómo no van a existir fake news o lo que es peor noticias basura? Leer es la única forma de distinguir entre la verdad y la mentira… y poder ser libre.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
8 febrero 2018