Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Y del agua, cuando tenemos sed o cuando escasea. Esto último es lo que está sucediendo estos días, semanas ya, en la que asistimos a los desesperanzadores “partes del tiempo” con los que nos obsequian todas las cadenas televisivas. Es más, la falta de precipitaciones junto con las bajas reservas de aguas en nuestros embalses, han pasado de ser una mera noticia meteorológica, a ser noticia de actualidad y con frecuencia creciente, objeto de primera página tanto en la red como en medios escritos. “España se enfrenta a la peor sequía en casi 40 años si no llueve este invierno” titulaba ayer ABC su edición digital
No les voy yo a abrumar con cifras tremendistas sobre los índices de precipitación o las reservas acuíferas de las diferentes cuencas fluviales. Tienen Vds. diversas fuentes de organismos oficiales o científicos, donde podrán consultar y cotejar unas y otras. No, yo pretendo abordar el tema desde la perspectiva del agua como elemento vertebrador de una comunidad.
Un país, moderno como España, con un clima que es el que es, pero que atrae a tantísimos turistas, sometido a una enorme variabilidad pluvial, habitualmente con déficit de precipitaciones y con una demanda del preciado líquido elemento que crece a ritmos exponenciales; no se puede permitir dejar al albur de las precipitaciones el equilibrio hidrológico, es decir, el balance entre lo que se obtiene, esencialmente por agua de lluvias y lo que se gasta. No es fácil hacerlo, nadie ha dicho que lo fuera.
En la situación actual en la que vivimos, con una nación, la española, organizada en 17 comunidades más dos ciudades autónomas, es fácil perder la perspectiva de la solidaridad intercomunitaria. Nada que argumentar sobre que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero la realidad es que durante un largo período de tiempo, cada vez más alejado, tres importantes ejes han articulado la sociedad española. Una educación común, un Servicio Militar, que vinculaba a todos los ciudadanos por igual y un sistema de solidaridad interregional, uno de cuyos exponentes más visible era la gestión y distribución del agua. Hoy quiero centrarme en éste último, por ser la sequía el tema que nos ocupa.
Sin remontarnos mucho en la historia, dos son los hitos que más han influido en el ordenamiento de las aguas: El Real Decreto Ley de constitución de las Confederaciones Hidrográficas de España, durante el gobierno del General Primo de Ribera, y el Plan de Desarrollo Económico y Social de 1959, durante el régimen del General Franco.
El primero ponía en funcionamiento la Cuenca Hidrográfica del Ebro, que sería el primer organismo mundial en regular la utilización de las aguas para regadío, consumo y otros usos. Después vendrían el resto de las confederaciones hasta las diez que funcionan en la actualidad en nuestro territorio peninsular. Eso propició, por ejemplo los trasvases, como una medida de solidaridad entre los territorios. Facilitaba la transferencia de aguas de las cuencas en que sobraba e iba al mar hacia a otras en que faltaba en demasía; o sea una verdadera obra pública pensando en la nación española. En la actualidad funcionan (no a pleno rendimiento, todo hay que decirlo) hasta 17 trasvases
El segundo de los hitos, fue el Plan Desarrollo Económico y Social, conocido como Plan de Estabilización, que trajo consigo un fuerte impulso en la construcción de obras hidráulicas, especialmente embalses y pozos, como consecuencia de la atención preferente del Estado a las obras de regulación para regadíos y al fuerte incremento experimentado por los aprovechamientos hidroeléctricos. De esta manera, a principio de los años 40, la capacidad embalsable de los pantanos existentes era de 3.930 Hm³, mientras que, a mediados de los 70, la capacidad había aumentado a 40.264 Hm³, diez veces más. Tal política ha propiciado que España sea el cuarto país del mundo y el primero de la Unión Europea por número de embalses (dispone de más de 1.300).
De hecho, tras la muerte del Caudillo, se siguieron construyendo pantanos, pero la mayor parte de ellos lo fueron como consecuencia de una cierta inercia de proyectos anteriores. Rebasada la década de los 80, el impulso constructor de obras públicas hidráulicas, sufrió un importante aminoramiento. Se puede achacar tal disminución al agotamiento de las propias cuencas o a los efectos perniciosos del anegamiento de tierras, con los problemas añadidos de reubicación de poblaciones, expropiaciones forzosas etc. Yo tengo para mí, que una parte importante del cuestionamiento de la política de los pantanos, y en mayor medida la de los trasvases, se debe a una cierta insolidaridad entre las regiones o las autonomías que disfrutan de un holgado exceso de agua, hacia las que son deficitarias del líquido elemento.
En efecto, aun cuando la constitución Española, en su artículo 149 reserva al Estado la competencia exclusiva en materia de legislación, ordenación y concesión de recursos y aprovechamientos hidráulicos, cuando las aguas discurran por más de una Comunidad Autónoma; en el 148 se prevé que las Comunidades Autónomas puedan asumir competencias sobre los proyectos, construcción y explotación de los aprovechamientos hidráulicos de su propia comunidad. Tal ordenamiento complica enormemente la gestión integral de los recursos hidráulicos. Esta apreciación fue corroborada por la organización independiente World Wild Fundation (Adena), que en el año 2004, tras realizar un amplio estudio comparado comparando la gestión del agua de distintos países europeos, situaba a España entre los tres peores gestores. Entre las razones que la WWF aducía, señalaba la existencia de excesivos actores en la gestión del agua debido a una jurisdicción fragmentada. Así mismo, concluía que hay una falta de integración de las políticas sectoriales (agricultura, infraestructura…etc) que no están en sintonía con las políticas de gestión del agua de la Unión Europea.
Un abandono de las políticas tendentes al aprovechamiento máximo de nuestros recursos hidráulicos, con las trabas puestas al trasvase de caudales entre las diferentes cuencas y la tortuosa gestión entre el Estado, comunidades autónomas, ayuntamientos y comunidades de regantes, nos han conducido de alguna manera a la situación alarmante que enfrentamos estos días por la pertinaz falta de lluvias.
Confiemos en que la sequía, que hoy preocupa – y mucho – no escale puestos entre las mayores preocupaciones de los españoles. Y que no lo haga porque súbitamente el tiempo meteorológico cambie y las borrascas desplacen a lo anticiclones sobre nuestra sedienta península; sino porque aumente la solidaridad entre los distintas territorios que componen España. Aquí nadie roba a nadie sino que entre todos, se ayuda al que lo necesita.
Adolfo Coloma
GB(R) del ET.
Blog generaldavila.com




