CENTENARIO DE LA LEGIÓN (100) UN SIGLO DE HONOR por DON ALFONSO USSÍA. Cabo 1º Legionario de Honor

ALFONSO USSÍA                       PARA EL GENERAL DÁVILA

Querido Rafa, Mi General. Cumplo con la promesa.

Broche de oro para este ciclo que hemos mantenido en el blog sobre el Centenario de la Legión. Cien artículos. Tenía que ser don Alfonso Ussía Muñoz-Seca el que pusiese el colofón. Nadie como él. Porque el Centenario de la Legión no es solo unos uniformes, sino más bien un crudo, duro y sobrio informe de cien años. No hay expresión que puede acercarse a explicarlo, pero si hay una que entendamos, es la de Alfonso Ussía. No recuerdo lo que dice  el actual título de Legionario de Honor, a mí me gusta el que decía:

“Se autoriza al interesado con arreglo a las costumbres establecidas a disfrutar de los derechos que en virtud de este grado se le confieren de cantar nuestro himno, rezar y observar nuestro Credo, poder dedicarse a la captura y transporte de tablas y tableros, sentirse farruco y dar el grito de “A mí la Legión” si las circunstancias lo exigieren”.

No debo decir más.

¡Caballero Legionario USSÍA!: Gracias legionarias en nuestra amistad, compañerismo, unión y socorro. En lo que creemos: Todo por España.

Alfonso Ussía: Todo por España

 

     UN SIGLO DE HONOR

         De niño conocí al General Millán Astray. Visitaba con frecuencia a mis padres. Su timbrazo era diferente a los demás. Sonaba seco, imperativo, impaciente. -Ahí está Pepe Millán Astray-, anunciaba mi madre. Venía a la hora del café, siempre acompañado de dos legionarios. Quería casar a tres hermanas solteras de mi madre. Gracias a él, se inauguró la placa en memoria de don Pedro Muñoz-Seca, mi abuelo materno, hoy en avanzado proceso de Beatificación, en el portal de su casa, en Velázquez 57. Se sentía profundamente conmovido por su heroica forma de morir por Dios, por España y por su Rey, Don Alfonso XIII, a quien el General Millán Astray profesaba un profundo afecto. Fue el Rey de la fundación del Tercio, cuando Millán Astray no había unido aún los apellidos de su padre y era el Teniente Coronel José Millán Terreros. Se sabía de memoria y reía cuando narraba la anécdota de don Pedro con los porteros de su primera casa en Madrid, sita en la calle Olózaga. Formaban los porteros un matrimonio ejemplar, y habían cumplido con creces sus Bodas de Oro. Nada más instalarse en la casa Muñoz-Seca, falleció el portero, y una semana más tarde, de pena y melancolía, murió su mujer. Heredó la portería el único hijo del matrimonio. Y solicitó a don Pedro que escribiera unos versos para esculpir en la tumba de sus padres, que habían sido enterrados juntos, como pasaron toda su vida. El encargo era envenenado, por cuanto don Pedro no los había conocido apenas, pero sabedor de sus virtudes, se despachó con la siguiente quintilla.

Fue tan grande su bondad

Tal su laboriosidad

 Y la virtud de los dos,

 Que están con seguridad

 En el Cielo, junto a Dios.

Pasados diez días, subió el nuevo portero a pedir a don Pedro otro texto. -¿No le ha gustado?-, preguntó un algo mosqueado mi abuelo.

-Sí, don Pedro, me ha gustado mucho. Pero al que no le han gustado los versos es al señor Obispo, que los ha rechazado. Dice el señor Obispo, que usted no es nadie para asegurar que mis padres están en el Cielo, junto a Dios.

Don Pedro le escribió allí mismo, improvisando, la segunda versión.

 Fueron muy juntos los dos,

 El uno del otro en pos,

 Donde va siempre el que muere.

 Pero no están junto a Dios

 Porque el Obispo no quiere.

      Ni qué decir que también fue rechazada la segunda opción. Y escribió la tercera, sin posibilidad de éxito.

Flotando sus almas van

Por el éter, débilmente,

Sin saber qué es lo que harán,

Porque desgraciadamente…

Ni Dios, sabe donde están.

Y los porteros se quedaron sin versos sobre la lápida.

El General Millán Astray tenía esta peripecia obispal muy en sus preferencias y siempre la contaba. “Escribir La Venganza de Don Mendo es un prodigio, pero lo de la cabronada del Obispo a los porteros, es la monda”.

Hace un siglo, nació la Legión, su Legión, el orgullo máximo de su vida. Ante mí,  ahora que escribo, tengo una fotografía dedicada del heroico General a mi padre, que guardo como oro en paño y exhibo con suprema satisfacción. Como se diría ahora, una foto “chulísima”. Millán Astray, ya General, con el uniforme de bonito de la Legión, siempre  sobre las bocamangas las tres estrellas de ocho puntas de Coronel honorario del Tercio. Sus condecoraciones. Sus cuatro divisas de heridas de guerra. General de División. Marcial, arrogante, con su brazo derecho pleno y su izquierdo, mutilado. Con el parche sobre su ojo derecho. Y con esa grafía seca y rotunda: “A Luis Ussía. A tu patriotismo y nobleza. Recuerdo de este grato día. Te abraza con cariño y admiración, Millán-Astray”, ya con el guión del apellido compuesto.

El General don Rafael Dávila, General de milicia y no de despacho, muchos años a las órdenes inmediatas del Rey Don Juan Carlos I en la Casa Real, y General de la Legión, me ha pedido para su visitado “blog” unas letras dedicadas al primer centenario legionario. En septiembre de 1993, tuve la honra de recibir en el acuartelamiento de Ronda, Montejaque, el título de Caballero Legionario de Honor. Era su Coronel Don Javier Zorzo, recién llegado junto a sus legionarios de una de las primeras misiones en el exterior del Tercio. Y recibí el diploma y el chapiri de manos de los generales Díaz Porgueres y don Agustín Muñoz-Grandes. Mi mayor orgullo que abrió paso a tantos otros en el seno de las Fuerzas Armadas.

Lógico resulta, que al escribir de la Legión y los legionarios, las palabras y significado de heroísmo, Amor a España, lealtad, Bandera, sacrificio, decencia, honestidad, bravura, compañerismo y entrega se sientan como lugares comunes, tópicos y repetidos. Pero es así. La legión es diferente. Los Novios de la Muerte, ahí va eso. Su Credo, inspirado en el Bushido que tradujo del francés al español Millán-Astray, -al que los simples han encasillado en la vehemencia impensante-, no tiene desperdicio. Dios, representado por el Cristo de la Buena Muerte, el Cristo de Mena. España. Y ahora, también el Rey y la Constitución. Si la muerte llega en defensa de sus amores, la muerte es bien recibida. Legión y ambición personal, Legión y egoísmo, Legión y cobardía, son conceptos tan lejanos como imposibles de acercar. Y hoy… ¡Qué orgulloso se sentirá desde los azules infinitos el General Millán-Astray al cumplirse el centenario de su gran obra, y al sentir que al paso de los legionarios en cualquier desfile o parada militar, los españoles se rompen las manos ovacionándolos! En los aplausos se resume el agradecimiento, y el orgullo, y el contagio del entusiasmo que inspira la Legión.

Tan sólo un detalle, una costumbre, no me convence. El carnero o la cabra. Antaño, la mascota de las Banderas de la Legión eran jabalíes. Un legionario no puede ir precedido por una cabra.

Como el glorioso Regimiento de Caballería Alcántara 10 de Melilla – del que soy y me honro “Cazador de Honor”-, la Legión Española está pendiente de un acto de Justicia. La Cruz Laureada de San Fernando con carácter colectivo por sus cien años de heroísmo, servicio , muerte, herida y amor por España. Sería, más que el colofón, el mejor principio para su Centenario.

Cien años de héroes.

Alfonso USSÍA

 Cabo 1º Legionario de Honor.

Blog: generaldavila.com

4 de mayo 2020