«COCHES COCHEROS Y CABALLOS». Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver.

 

Clichy de París en el distrito 17 (Nanterre) en 1896, Cupés y la opción del Autobús de caballos. Museo Carnavalet (Historia de París)

Para abrir boca, y perdón por la osadía, empiezo con el mito del caballo alado que nos  cuenta Platón en los diálogos que sostienen  Fedro y Sócrates.

Platón decía que en el caso de los dioses, los dos caballos de su «biga» eran «tordos», bellos, ágiles, llenos de bondad, y representaban la nobleza del alma; en nuestro caso, el de  los mortales, uno de los dos caballos también es así pero el otro es lo contrario: un «penco»  desorejado «negro hito» y poco agraciado en su belleza  que nos recuerda las malas pasiones. Gracias a sus alas, los dioses se mueven por la bóveda celeste. Por la dificultad de guiar nuestro  coche, debido al  caballo  resabiado, a los hombres les es imposible seguir al de  los dioses, pierden las alas y caen a la tierra entre nubarrones a la oscuridad.

Con la pérdida de las alas, Platón nos da a entender  que también pierden su alma. Así ha transcurrido hasta nuestros días el mito del carro alado, la figura alegórica que Platón eligió para hablar a sus discípulos sobre el alma humana.

 Aquí en la tierra como en el carro celeste, el alma es el conjunto formado por una collera de caballos alados y su auriga. Caballos y yeguas  tiran del alma y como seres nobles que son, aceptando el yugo sin jamás ser esclavos.

En sueños  veo enganchado en «cuartas» a un coche de ciudad,  gran lujo con  cuatro ruedas, que debido a la forma de su caja, a la disposición de su capota y a su sistema de suspensión, supongo que se tratará de un «landeau» a la «sopanda», de caja abierta, perfiles redondos de color rojo fileteados en negro, y tapicería en cuero de igual color,  coche   fabricado en 1880 en París por Henry Binder (el mejor carrocero de la historia y a la postre Caballero de la Legión de Honor), en sus talleres de la calle del Cirque próxima a La Torre Eiffel.

Uno de los coches más grandes que existen es el llamado «ómnibus»,  que nada tiene que ver con el que al final se convirtió en «minibús», diseñado por el Gobierno a modo de caballo de Troya para tenderle una trampa a la oposición.  Por primera vez esta  no estuvo a modo de trágala, actuando a tiempo y evitando caer con el tema de las pensiones.

En España, es frecuente ver  enganchados a caballos PRE (Pura Raza Españolas), de capa torda rodada o castaña con guarniciones a la «calesera»,  típico «arreo» andaluz con «borlajes»  donde los tiros son de cuerda de cáñamo, los cueros de color avellana y las hebillas de latón. Los «cocheros» y «lacayos» van vestidos a la usanza del siglo XIX, en consonancia con la guarnición, a base de colores sobrios, grises, lisos o con pequeños dibujos «fil-á-fil».

Los caballos andaluces eran considerados por los romanos como el ideal para «carreras de cuadrigas» y «carros de viga».También los incorporaron a su ejército, cambiando las tácticas guerreras con una Caballería más ligera, ya que el caballo andaluz, es más fino, mediano y ágil, capaz de revolverse en un palmo de terreno, con sus «piruetas» burlaban la acometida de los grandes y pesados caballos del norte de Europa.

Esperando en fila a los pasajeros.-Del pintor estadounidense Childe F. Hassam,   París 1887, la calle Bonaparte, en un día de tormenta. A lo largo de la pared del seminario de, Saint-Sulpice  en el número 16, los «cupés» esperan la llegada de clientes. Museo Carnavalet.-Historia de París.

En la película, el príncipe Judá Ben-Hur corrió la carrera de cuadrigas con los cuatro  caballos tordos importados de Hispania :  Antares, Altair, Rigel, Aldebarán y  venció a Messala (personaje de ficción), con su cuadriga «falcada»  (equipada con cuchillas afiladas en la cabeza, el timón, y a los lados en los cubos )  y a sus caballos negros frisones. En Roma se corría en el Circo Máximo de una longitud  de cuerda 621 metros y una anchura de 118, podía albergar a más de 150 000 espectadores.

Hoy, el caballo ha perdido protagonismo en la guerra, en el transporte y en los servicios agrícolas. Después de que durante gran parte de la historia fueran esclavos del hombre, ahora les llega el tiempo en que solo los usan como divertimento, gala y deporte. En España y después del tiro con mulas, aparecieron en Madrid los coches modelo «cupé» de punto con caballo , los populares «simones», en recuerdo de Simón Tomé su diseñador.

Los cocheros españoles siempre fueron bien vestidos. En exhibiciones  concursos o ferias nunca llevan «zahones»  o «chaparreras», pues por muy bonitos que sean, no dejan de ser una prenda de campo o de corral, otra cosa es cuando llega la primavera y los «erales» empiezan a soltar el pelo, justo la hora de hacer el «tentadero de machos» a campo abierto, o cuando el «garrochista» con su caballo trotando o galopando en el sitio, cita al toro bravo desde los «medios» de la plaza.

A descubierto cubiertos y a cubierto descubiertos. Su sombrero es de ala ancha a juego con el traje, y con su pantalón de «machos» o «calzona»  abierta  rematada  con «caireles»; en ambos casos cambiaron los botos enterizos por  «botines» y «polainas».  Siempre se descubren cuando saludan, y para recordar a un amigo fallecido levantan el brazo derecho y con el látigo señala el cielo. ¡Chapó!.

Hombres que saben estar y vestir a caballo, que saben dar una voz a  tiempo  en el momento oportuno, que no se guardan lo mucho que saben de caballos y enganches y trasmiten sus amplios conocimientos de generación en generación,  los que les gustaría tener a todo cazador como secretario en su  puesto en una cacería de perdices al «ojeo»… en fin, los que hacen de su fuerza la elegancia, y que muchos días en invierno al amor de la lumbre, en las frías noches de los «cortijos andaluces», contaron historias extraordinarias y comieron los guisos más sabrosos. Cuanto hubiera dado por un puesto en una de esas reuniones.

Mantengamos viva la llama del afecto…pero sin echar leña al fuego.

Hombres que poco poseían, pero que se sentían amos del campo, de un caballo y un perro, y estaban orgullosos de su «Casa», de su «Divisa», y de su «Hierro».

Muchas veces se da el caso de jinetes que, vestidos con una modesta tela «Patén Campero Rayas», llevan más señorío que otros cargados de «caireles» y «bordados», que pisan  el «albero» del Paseo de Caballos y Enganches del recinto ferial sevillano, de caseta en caseta bebiendo «rebujitos» sin echar pie a tierra.

La mujeres también, pasean por el Real de la Feria, unas lo hacen a la amazona, con falda larga y la montura inglesa llamada de «cornetas», otras a horcajadas, pero las mujeres están todas muy guapas con lo que se pongan.

El buen cochero  siempre trata de impedir que los caballos vayan cada uno a su aire «entrocados», y procura  avanzar  por derecho hacia la iluminación, como hacían los de los dioses: con impulsión, sumisión y cadencia. Por todas estas cualidades, el vocablo cochero es  sinónimo de «Automedonte», el hijo de Diores, auriga hábil y fiel de Aquiles y su compañero durante el combate en la guerra de Troya.

Automedonte pasó a servir a Neoptólemo, hijo de Aquiles, tras la muerte de este.

En la fotografía más próxima,  veo  que por el número de caballos, dos cruzados de capas torda y castaña,  y la forma en que estos van enganchados al  carruaje, uno a cada lado de la «lanza» en paralelo, no tengo la menor  duda  que se trata, dentro de la modalidad de «troncos»,  de un  «faetón» sin capota, con el tordo que hace de «madrina» a la derecha, y la castaña «de fuera» a la izquierda de la lanza.

La de los «cabos» negros, la «de fuera», es dócil y tiembla ante el semental. El temperamento de los dos  es la razón de nuestra lucha interior entre el impulso y la timidez, entre la urgencia del deseo y la espera que inmoviliza.

Tronco.-El tordo que hace de «madrina» y la castaña «la de fuera», atalajados a la inglesa y enganchados al faetón.

El amor en los humanos   es como ese difícil equilibrio equino del «faetón»

Las guarniciones son inglesas con «collerón y «pechopetral, todo de color negro y hebillaje plateado. Uno de los caballos, el macho tordo que ejerce de «madrina» o «de mano» por ser el mejor domado y experimentado, se resiste a veces a las riendas  arrastrado por la fascinación erótica y, en parte debido a la proximidad de la yegua con la «libido» alta, pues el caballo se siente motivado por los estímulos (visuales, olfativos y auditivos) que de ella proceden.

Señores del gobierno, además de estar enganchada desde hace siglos a la «Gran Daumont», guiada por «postillones» con libreas de gala montados en cada uno de los poderosos caballos y ayudados por «lacayos» a pie, lo que se necesita para llevar bien esa gran carroza de lujo  llamada  España es: ¡«Saber»! , ¡Tener Lealtad»!  y ¡Derrochar «Arte»!,  yo me quito el sombrero, de pie, con el brazo derecho y la tralla  apuntando al cielo, rezo por  ella, por los cocheros y caballos, y como está próximo San Valentín,  por el amor, pues todos se lo merecen.

«Que puede ofrecer un peón, que no sean sus pobrezas.

 A veces nos dan tristeza y otras rebelión.

Porque en más de una ocasión soñé con hacerme perdiz

 y tratar de ser feliz en algún pago lejano.

Pero de verdad paisano, me gusta el aire de aquí» (A. Yupanqui)

Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver.

Blog:  generaldavila.com

Zaragoza 16 febrero 2025.

 

 

 

                                                                                                            

                               

 

 

«AMIGOS PARA SIEMPRE» Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver.

Alfambra. Última carga de la Caballería Española.

Descanse en paz Doña Margarita Álvarez-Ossorio, distinguida dama amante de los caballos y muy querida por todos en el Blog, a cuya memoria dedico este trabajo. Hoy me quedaré huérfano de sus acertados y preciosos comentarios por mi siempre tan esperados.

Con la “mano del sable”, mi derecha, lo envaino en el tahalí, colgado del faldón izquierdo de la montura, y empiezo:
―«Tomó Dios un puñado de viento del Sur y, presentándole su aliento, creó al caballo»
(Leyenda beduina)
Años, que para nosotros pasaron a uña de caballo, pero no solo lo hicieron rápidamente, sino que la humanidad ha cabalgado sin cesar a través de ellos, y así de veloz se nos va la vida viendo pasar continuamente al jinete del caballo pálido con la guadaña en ristre.
Sin caballos, no hay historia humana, pues aparecen constantemente en todas ellas.
El caballo fue siempre, símbolo de la vida, y el toro, símbolo de la muerte. De siempre, caballo y toro, fueron las dos deidades de los hombres.
Nos supieron inspirar sueños y leyendas en la imaginación de todas nuestras culturas como: «Pegaso», el caballo alado de Zeus, o los «Centauros», aquellos seres mitológicos mitad hombres mitad caballos. Un antiguo mito dice que el padre de todos ellos era «Quirón», que educó nada menos que al propio Hércules. Eran originarios de Tesalia, fueron los primeros que se sirvieron del caballo como montura, y causaron entre los pueblos helénicos gran admiración creyendo que constituían un solo ser.
Quirón fue un centauro inteligente, sabio y de buen carácter, a diferencia de la mayoría de los de su clase. Fidias nos los dejó grabados en las metopas de los frisos del Partenón, en la Acrópolis de Atenas.
A lo largo de la historia, los caballos fueron fieles compañeros de algunos de nuestros héroes: «Babieca» con el Cid Campeador, «Bucéfalo» al que Alejandro Magno dominó al ponerlo grupa al sol, «Incitatus» el caballo ascendido a cónsul por Calígula, «Strategos» con Anibal, «Genitor» con Julio César, el «Caballo de Troya» de Homero en su Odisea, artilugio con forma de enorme caballo de madera que se menciona en la historia de la guerra de Troya; y como no, el «Caballo Alado» donde Platón nos cuenta los diálogos de Fedro con Sócrates.
Creemos imaginario el caballo que montaba el general Pavía cuando en 1874 dio el Golpe de Estado disolviendo las Cortes republicanas, o la historia del corcel con mala fama que montaba Atila, pues decían que donde pisaba no volvía a crecer la hierba.
El blanco de Santiago aunque no tuviese nombre, estoy seguro que no era de madera como el de Troya, sino de carne y hueso, tampoco era de salón como el de Calígula, sino de batalla y netamente castrense. El tordo del Patrón al clavar los cascos en la hierba no era como el de Atila, más bien era símbolo de redención y vida, si la yegua «Babieca» del Cid al compás de su trote fue ensanchando Castilla, el caballo del Alférez Mayor dilataba Castilla y el reino de Dios, y si la carroza y los caballos del profeta Elías eran de fuego, nuestro caballo también, porque sobre él cabalgaba un rayo: «El Señor Sant Yago el hijo del Trueno».
Estos días, y de manera especial, me acuerdo de los caballos de Mahoma, reservados para el paraíso de sus creyentes, y a los que calificó de hermosos como el mar. Me los imagino en la cúpula dorada de la Mezquita de Omar, al lado del Santo Sepulcro en el Barrio Cristiano de la Ciudad Vieja de Jerusalén, hoy entre cohetes, drones y carros de combate, y donde la tradición islámica sitúa la ascensión de Mahoma, en su viaje ultraterreno, con su caballo «Al-Buraq», (el rayo), que según el Corán, era de alzada mayor que un burro y menor que una mula.
También me acuerdo de aquellos semovientes, que simplemente tenían una tristeza metafísica como la de mi querido Rocinante, nombre al parecer sonoro y significativo por lo que había sido cuando fue rocín, es decir caballo de mala traza, largo y tendido, basto y de poca alzada, pero que a su caballero D. Quijote, bien molido y mal andante, llevó por uno y otro sendero; o de aquellos que solo pretendían engañar, como «Clavileño», el caballo de madera con el que gastaron una broma, en la casa de unos duques de Aragón, a don Quijote y Sancho para divertirse a su costa aprovechándose de su ignorancia y su inocencia.
Al Nuevo Mundo llegaron con Colón los primeros caballos españoles y unos años mas tarde, pero mas al sur, otra tanda fue importada a Río de la Plata por Pedro de Mendoza – caballero de Alcántara y Santiago y fundador de la ciudad de Buenos Aires. Los hijos de esos caballos son conocidos hoy como: «galiceño» en México, «llanero» en Venezuela, «paso-saltero» en Perú, «paso-fino» en El Caribe y Puerto Rico y «criollos» en Chile. Gracias a su gran resistencia, pocas alzadas y capas discretas, lograron sobrevivir a los depredadores de las pampas de América del Sur.
Podemos decir que los caballos de la Conquista eran españoles y se hicieron con América caracoleando al son entre otros de Francisco Pizarro y Hernán Cortés.
Justo, al otro lado del mar, aparece «Palomo» el caballo tordo de Simón Bolivar, y un poco más cerca, en mi querida Italia, «Marsala» la yegua torda de Garibaldi.
En el «Apocalipsis» de San Juan hay otro famoso pasaje en el que aparece otro caballo, diferente a los cuatro símbolos más terribles de la mitología humana: ―»Y vi el cielo abierto, y de aquí un caballo blanco, y el que montaba el que se llama Fiel y Veraz, que juzga y pelea con justicia», lo que demuestra que también en la mente de San Juan casi convivían los tres protagonistas de la vida y de la Historia: Dios, el hombre y el caballo. Los cuatro jinetes que montan en caballos de capas color: tordo, alazán, negro y bayo pálido, representan y son alegorías de la Gloria, la Guerra, el Hambre y la Muerte, respectivamente. El quinto jinete, fuera del Apocalipsis, y que hoy cabalga con frecuencia por España, puede que sea el «miedo».
Sigo sin conocer el nombre del caballo negro de San Fernando, y por supuesto el de San Pablo, que algunos sitúan en los Hechos de los Apóstoles, pero Lucas en su evangelio nunca dijo nada de caballos. Es inútil luchar contra el devoto deseo de la gente de conceder cabalgadura a un santo tan viajero.
Tampoco me acuerdo del nombre del caballo que no tuvo Ricardo III al final de la obra de Shakespeare, que inmortalizó la escena haciendo gritar al Rey pie a tierra:─« ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!»
Solo sabemos que Shakespeare llamó «Surrey» a ese caballo sin aclarar si ese era su nombre, o simplemente se trataba de un surrey; es decir, un caballo de la cuadra del conde Surrey, el hijo del duque de Narfolk.
Lo que si recuerdo, ya sea leyenda o realidad, es a la caballería polaca, conocida como la «Brigada Pomorska», cuando cargaron contra los carros de combate alemanes en el preludio de la segunda guerra mundial, o los que tomaron parte en la batalla de Waterloo al mando del duque de Wellington con su caballo «Copenhagen», donde se enfrentaron y derrotaron al ejército francés, comandado por el emperador Napoleón Bonaparte a lomos de su «Marengo».
Copenhaguen fue enterrado en Stratfield Saye, el hogar de los duques de Wellington desde 1817, y en su tumba el duque colocó una lápida de mármol con la siguiente inscripción: ―«El instrumento más humilde de dios creado con arcilla, debe compartir la gloria de ese día glorioso».
Para evitar que ningún caballo se quedase retrasado en la carga final, o que algún jinete poco intrépido, tirara de las riendas más de la cuenta para alejarse de la peligrosa primera línea, el duque mandó quitar sus embocaduras.
Y por supuesto, tengo bien grabadas en mi mente, las últimas cargas de la Caballería Española en nuestra guerra civil: en la increíble escalada al puerto del Pico en la sierras de Gredos, que hizo merecer a nuestros jinetes, la denominación de Caballería de Montaña; o en la gloriosa jornada de Alfambra. Ambas acciones al mando del general de Caballería José Monasterio Ituarte y, como no, a los 700 jinetes del Regimiento Alcántara, con el teniente coronel Fernando Primo de Rivera al frente, con sus «cargas de la muerte», que supieron morir cumpliendo la misión de sacrificio protegiendo la retirada de sus compañeros, salvando así a miles de soldados españoles de la barbarie rifeña.
Todavía hoy se oye a los rifeños de la etnia bereber de esa región aislada y montañosa del Rif, comentar aquello de,―«Llegaron los sarracenos y les molieron a palos, pues parece que Alá ayuda a los malos cuando son más que los buenos».
Todos hicieron suyos el lema con los que los Mariscales de Francia Lasalle y Murat se despedían en sus cartas, cuando escribían a sus mujeres desde el campo de batalla en vísperas de partir hacia el combate:―«Mi corazón para ti, mi sangre para el Emperador, mi vida para el Honor»
A ese «Espíritu Jinete» todavía nadie le ha podido vencer, debido al escudo o adarga al brazo, todo fantasía, y a la lanza en ristre, toda corazón.
Siempre los verdaderos caballos son los que se lanzan al ataque relinchando, y corren a una velocidad milagrosa, entonces sus cascos, en la noche y con la tierra pedregosa, producen chispas de fuego.
Y es que todavía no se ha inventado nada mejor para decir la última palabra, que hacer galopar un escuadrón de Caballería a espaldas de un ejército desmoralizado y en fuga.
Se puede ganarse con tanques una batalla, pero el vencedor no hará cosa más sabia que desfilar luego sobre un caballo al frente de su Unidad.
Desde los caballos de color rojo de Altamira, pintados hace más de 20.000 años, hemos pasado a los sufridos: percherón, bretón, boloñés, shire, burguete…, que tantos surcos han arado y tanto peso arrastraron para que construyésemos nuestro presente de caballos de vapor, de caballos de gasóleo, de caballos atómicos y blindados…
Los caballos lo han sido realmente todo para los hombres a lo largo de estos pacientes milenios, les han transportado y han trabajado con ellos, han compartido sus batallas sangrientas y sus desfiles triunfales, han navegado con ellos, han muerto en las plazas de toros, les han servido de alimento, de juego, de compañía y hasta de orgullo en las estatuas sobre las que inmisericordes se cagan las palomas en las plazas de tantas ciudades…
En Córdoba, en el centro de la plaza de «Las Tendillas» o del «Gran Capitán» está la estatua ecuestre de éste, pero el pueblo cordobés, valorando con la cruda y luminosa jerarquía de sus ojos, llama a aquella plaza «la plaza del caballo», y es que el pueblo es radicalmente clásico: o sea visual y antihistórico. El Gran Capitán ganó la batalla de Garellano y la de Ceriñola, pero su caballo de bronce, al sol, gana en Córdoba , cada día, la batalla de la Armonía y de la Gracia.
El caballo tiene las credenciales muy limpias ante la Cultura y el Arte. El «noble bruto», como algunos le apodan, no sé por qué, será porque no lo conocen, pues este animal ha recibido esa denominación, no sólo por lo que en si pueda tener de noble y leal, sino por le título que puedan recibir algunos que los montan: el de «caballero».
Todos los caballos que hemos frecuentado a lo largo de milenios son también, en cierta medida, medio humanos, porque han nacido de formas de cría doméstica orientadas a potenciar algunas de sus capacidades, las más imprescindibles para nuestros proyectos que arrogantemente llamamos civilizados.
En la leyenda y en la historia, en la fama y en el deshonor, ¡mi reino por un caballo!, dependemos de la montura, el arnés, la fusta y el estribo, pero hoy entramos en una época que considera un progreso arrinconar o sustituir a quienes tan útiles nos han sido, tengamos cuidado, pues la vida animal es muy «terca» y se reserva siempre una baza final para burlarse de nuestra técnica.
Como en los tiempos en que la emoción taurina venía menos dictada por el arte del toreo que por la lucha del astado, con el entonces caballo sin peto del picador, grito como se gritaba en los tendidos: ¡Más caballos!
No sé si dentro de mil años habrá ya historias y cuentos de caballos y hombres; en cualquier caso, estoy seguro de que los hombres del futuro deberán acudir a los de ahora, para poder recordar el aroma perdido de su propia humanidad.
El mejor faro halógeno del mercado jamás brillará dentro de nuestras almas, como sus tiernas miradas, y por perfecto que hagamos un carburador, nunca tendrá la nobleza de sus corazones.
Si os dicen que, por los caminos del Camino, han visto un caballo volar, creedlo. Es el caballo blanco de Santiago. Y es que como dijo el historiador romano Cayo o Gayo Salustio Crispo en el siglo I a.C,―«Estas cosas no suceden nunca pero existen siempre».
Los incrédulos, tendrían que escuchar de nuevo la voz del poeta anónimo y descubrirían que,―« El camino que han seguido los hombres hacia la gloria, está empedrado con huesos de caballos».
Miles de años a uña de caballo, y es que los años pasan veloces. Cada día más. Parece que fue mañana.
La «mano de las riendas», mi izquierda, se apoyo en el borrén delantero, echo pie a tierra por el costado izquierdo del caballo, paso hoja, acabo y me despido.
Un fuerte abrazo.

Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver

Zaragoza 22 octubre 2023.

Blog: generaldavila.com

«LA TRISTEZA DEL BUZÓN» Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver

En este octubre me encuentro con el papeleo de siempre del Gobierno. Leyes nuevas que son como mover los muebles de la casa para conseguir que haya más agujeros en las paredes, pero sin ventilar las
habitaciones.
No quiero hablar sobre la situación anárquica de nuestra Justicia, ni de la cada vez más preocupante crisis económica, para no terminar como la novela que luego veremos.
…Ante las protestas de su mujer, que alega la posibilidad de que el gallo sea vencido y no ganen un peso, y ante la pregunta de ella: ¿Dime, qué comemos? El coronel responde: «Mierda», palabra con la que termina el relato.
Hoy lo que quiero es acordarme de las cartas: las que no llegan, las breves, las románticas pasionales…, de todas.
Y es que el arte de escribir cartas se ha perdido. Pienso que todo empezó, cuando se masificó el correo electrónico y ya no hubo necesidad de escribir en un papel, guardarlo en el sobre y arrojarlo en un buzón para que, con suerte, le llegase al destinatario unos cuantos días o semanas después.
A mi, la filosofía del poeta romano Horacio, no me aporta demasiado consuelo con su «Carpe Diem» cuando me dice que solo el presente me pertenece, y me anima a aprovecharlo sin esperar el futuro, y olvidándome del pasado.
Por eso quisiera recordar la última vez que recibí una carta, pero como decía García Márquez, este coronel no tiene quien le escriba. Como el protagonista de la novela que espera desde hace quince años, en su chamizo de la costa atlántica colombiana donde malvive, la carta con la asignación de su pensión por los servicios prestados a su patria durante la guerra civil de su país, la llamada: «Guerra de los Mil Días».

En realidad, la narración reflexiona sobre la espera y sobre la conveniencia de mantener la integridad personal en un mundo donde los hombres de valor y principios, como el coronel, han sido dejados en el olvido y sobrepasados por la
ambición de poder político y económico de sus antiguos compañeros de lucha.

Ahora cuando llego a casa, el buzón está triste, casi vacío, se ha quedado sin trabajo y me da mucha pena verlo así. Por eso, pienso escribirme una carta y enviármela con un sello de correos, para que llegue a mi buzón y disminuir un poco, su soledad.
Y es que cada día es más difícil encontrar algo en el buzón que no sean notificaciones bancarias, letras, deudas, multas o simple correspondencia comercial; cuando son cada vez menos las cartas que escribimos y recibimos, y cuando cada vez estamos más alejados de las evidencias materiales, los rostros y la presencia de aquellos con los que
nos une alguna cosa.
Y me da igual que la deseada carta fuese larga o corta, me hará la misma ilusión, como estoy seguro tuvieron el dramaturgo y su editor al recibir estas que se cruzaron:
Cuentan que Víctor Hugo, preocupado por la repercusión en el mercado de su nueva novela «Los miserables», a comienzos de la década de 1860, le escribió a su editor una de las dos cartas más breves de la historia. Decía simplemente: “?”. La segunda carta más breve de la historia fue la respuesta del editor con su escueto: “!”.
Tenemos la tendencia a ver el pasado como un sitio luminoso, donde todo era mejor que ahora. A menudo añoramos tecnologías o costumbres que la memoria selectiva ha asociado con agradables sensaciones. Pensando en eso, me pregunto: ¿no es un poco absurdo el lamento por haber dejado de escribir cartas en papel, en tiempos en que todos llevamos en el bolsillo un aparato con el cual no solo podemos enviar y recibir mensajes escritos, sino también fotos y grabaciones de voz y de video, en fracciones de segundo, desde y hacia casi cualquier parte del planeta? ¿Acaso la añoranza por la
vieja correspondencia no es también un error, un engaño de la memoria, una fantasía sostenida por el paso del tiempo?
Rotundamente ¡no!, pues existe una integridad en las cartas que no existe en ninguna otra forma de comunicación escrita, y en parte esto tiene que ver con la aplicación física de una mano sobre el papel. Es decir, el valor de la carta como objeto físico: no es solo un texto que se transmite, sino un elemento material que ha sido forjado por las manos de una persona y llega a las manos de otra. Es el medio como mensaje.
Mientras tanto, me entretengo en releer las correspondencia entre los escritores Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa, condesa de Pardo- Bazán, y Benito Pérez Galdós, y centrarme en la relación epistolar, romántica y pasional que ambos
mantuvieron durante décadas.

La última carta auténtica llegará en esta generación, pero ¿Cuándo será ese triste y memorable día? ¿Quién la recibirá?
Aunque no estén en el buzón, lo que si recibo diariamente son las magníficas cartas en forma de artículos que me trae cada mañana este blog, los leo, los releo y disfruto con los comentarios de todos mis invisibles amigos.
Pero si alguien quiere escribirme un día una carta en papel, que sepa que también me hará feliz.

Coronel de Caballería ® Ángel Cerdido Peñalver

Zaragoza septiembre 2022

Blog: generaldavila.com