En lo que va de año han llegado a nuestras costas más de 20.000 inmigrantes ilegales, el doble de los que lo hicieron el año pasado y el registro más alto de los últimos diez. Se acostumbra a tomar ya por normal lo que es una grave anomalía sin que se adopten medidas para ponerle fin.
En lo jurídico, el Profesor Pastor Ridruejo señala en su «Curso de Derecho internacional público» que «no se puede decir que exista hoy una norma positiva en el Derecho internacional que obligue a la admisión de ciudadanos extranjeros en el territorio de un Estado» y en cuanto a la expulsión, «ninguna norma de Derecho internacional la prohíbe». El problema es que las expulsiones se revelan imposibles en los casos en que los inmigrantes destruyen deliberadamente toda traza de su procedencia o no se cuenta con la colaboración de las autoridades de sus países de origen, de manera que si se quiere poner fin a esa anomalía persistente hay que recurrir a medidas más eficaces. Enzensberger afirma que «nadie emigra sin promesa» («ohne Verheißung wandert keiner aus«), de manera que si no se destruye la promesa se dan palos de ciego y no se resuelve el problema, como ha demostrado la experiencia australiana. Ya desde 2013 se prohibió el asentamiento en tierras australianas de inmigrantes llegados ilegalmente por mar desde el Sudeste asiático y se ha venido pagando a Nauru y Papúa Nueva Guinea para que aloje en campamentos a los inmigrantes ilegales. El resultado de tal medida fue que si en 2013 llegaron más de 20.000, a partir de entonces la cifra se ha reducido a cero, asestando así un duro golpe a los traficantes de seres humanos. Si el inmigrante sabe que su destino será ser recluido en una isla sin posibilidad de alcanzar su meta, se abstiene de emprender la costosa y peligrosa aventura de la emigración.
Lo anterior puede parecer muy drástico e incluso cruel, pero ya analizó Max Weber la distinción entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad (Gesinnungsethik v. Verantvortungsethik): sin la segunda, la primera es ineficaz cuando no contraproducente. En su libro «Perspectivas de guerra civil«, Hans Magnus Enzensberger denunció ese sentimiento de «omnipotencia moral» que pretende hacernos creer que Europa es capaz de resolver todos los problemas del mundo. El desmantelamiento del asentamiento ilegal de Calais ofreció imágenes que, curiosamente, la prensa europea se guardó de comentar. A mí me llamaron la atención dos cosas: en primer lugar, la calidad de las maletas y equipaje de los desalojados y, en segundo, la de los teléfonos móviles de última generación de que disponían.
Con honrosas excepciones –el Grupo Visegrád, Dinamarca y pocas más– los países europeos muestran una actitud absurda y contraproducente ante el fenómeno de la inmigración ilegal, hasta el punto de que, en muchos casos, las políticas que aplican no hacen sino acentuar el efecto llamada de quienes consideran mucho más cómodo y rentable asentarse en países prósperos que contribuir a la prosperidad de los suyos de origen (la Federación alemana de Empresarios ha calculado que un tal Ghazia A., refugiado sirio, recibe del Gobierno alemán 360.000 euros al año con los que alimentar a sus cuatro esposas y 23 hijos; en estas condiciones, a ver quién le anima a trabajar). El buenismo de los de los «papeles para todos», el negocio «humanitario» de las ONGs y el despropósito de la señora Merkel (la inmigración preocupaba a uno de cada cinco alemanes hace dos años y medio; ahora, a cuatro de cinco) van en la dirección contraria a los verdaderos intereses de los ciudadanos europeos. Luego se quejan de la proliferación de «populismos de derecha» (los de izquierda les vienen bien) y de la «desafección de los ciudadanos por la clase política».
Melitón Cardona (Embajador de España)
Blog: generaldavila.com
23 noviembre 2017