Negar que vivimos bajo un ambiente de enorme incertidumbre en los tres ámbitos a los que pertenecemos por cultura y situación: Occidente, Europa y España; sería tanto como cerrar ojos y tapar oídos para obviar lo evidente. No son pocas las voces que se alzan advirtiendo el declive de nuestra civilización, la pérdida de raíces culturales y la gran preocupación ante el auge del centrifuguismo que pone a España ante el abismo.
Cierto es que todo en la naturaleza tiene un final, que no hay nada eterno y en consecuencia, hay quien lo acepta aduciendo que estamos en las postrimerías de nuestra civilización y que vamos camino de otra que vendrá a sustituirla.
Aceptando que nada terrenal permanece eternamente, no estoy de acuerdo en que la Civilización Occidental este muriendo de manera natural, otra cosa es que la estemos matando nosotros mismos, eso puedo aceptarlo, pero no estoy de acuerdo con el asesinato ni con la eutanasia y por tanto me rebelo contra ello.
Por no remontarnos a la revolución francesa que, sin duda, está en el cimiento de ello, hay un interés común de dos filosofías políticas vencedoras ambas en la segunda gran guerra: el capitalismo y el comunismo. Ambas, aun contrarias, tienen en común: la universalidad, es decir, lo que hoy se da en llamar globalización y que cada uno, a su manera, la pretenden.
Durante la época de bloques tras el fin de la II Guerra en Europa hasta el año 1989, quedo el continente europeo partido física e ideológicamente.
En la zona occidental europea y en el ámbito de sus naciones, cohabitaban ambas filosofías en un muestrario de partidos políticos. No así en la Oriental en la que en las naciones europeas se impuso el comunismo con la Unión de Repúblicas Soviéticas.
El fracaso del comunismo cuyo exponente fue la caída del muro de Berlín (1989), ha propiciado y esparcido escombros. Gorbachov había dicho “nuestra casa común es el socialismo”. La socialdemocracia ha podido ser inicialmente la más afectada por ellos y quizás explique su declive y deriva actual así como la aparición de nuevos partidos, aun minoritarios, a los que se les denomina neocomunistas.
Sea como fuere, esa universalidad es hilo conductor común aun con sus diferencias estratégicas. La capitalista por necesidades de mercado; de producción; obtener materias primas y mano de obra ante dos circunstancias: “el encarecimiento del llamado primer mundo o del bienestar, y la disminución de la demografía, asunto que les lleva incluso a favorecer la inmigración para suplirla o completarla cuando la mano de obra propia disminuye”.
El capitalismo y sus hijos, los partidos liberales europeos pretenden un mundo económico sin fronteras.
Los socialistas y neocomunistas hablan de alianza de civilizaciones ¿Estratagema para diluir la occidental a la que el marxismo comunista siempre ha considerado enemiga y han perseguido históricamente incluyendo acciones tan agresivas y violentas que, de darse hoy, la legislación tipifica como genocidio? Del comunismo nace la frase “la religión es el opio del pueblo”. Propician la inmigración con el velo demagógico de los derechos humanos, pero en el fondo subyace la idea de alimentar su ansiado clientelismo basado en la lucha de clases y la subvención que la alimenta. Las palabras de la alcaldesa de Madrid al referirse a los 250 emigrantes que habían violado la frontera de Melilla el pasado año, son prueba evidente de esa demagogia: “aplaudía a los que habían saltado la valla desde Marruecos, llamándoles los más valientes y dispuestos al emprendimiento social y cambio de condiciones»
En España se complementa además, con una revisión histórica sectaria e interesada. Expertos en la falsedad conocen el concepto lógico, de que el progreso provoca indefectiblemente un cambio en la sensibilidad social, de modo que, legislaciones que fueron lógicas y adecuadas en su momento, quedan obsoletas e incluso llegan a percibirse como indeseables más tarde. Por ello, las revisiones históricas además de falseadas, se ofrecen desde una óptica de sensibilidad inamovible: la actual.
No es raro entonces, que la impresionante obra cultural de España expandida al orbe, se repudie hoy con una desfachatez impresionante, ni que en España se siga proclamando la leyenda negra en nuestros días en los que, incluidos historiadores extranjeros, se ha demostrado exagerada y falsa.
La revisión histórica del sistema que dio paso a la transición y en el que han formado a las generaciones actuales se ha realizado no solo desde la falsedad, también de la descalificación y la repulsa impulsada por el odio.
El ambiente así descrito, constituye en principio el tablero en el que todos juegan. Quienes intentan oponerse a ello, ante el silencio de unos y la agresiva descalificación de otros, que no dudan en emplear múltiples etiquetas difamatorias, son expulsados del mismo quedando al margen y silenciados.
La consecuencia hoy en España se refleja en la curva de Gauss política que está deformada hacia la izquierda. Los ingredientes de conservadurismo y tradicionalismo que tipifican la derecha en su verdadero concepto, han desaparecido absolutamente en el templo de representación de la soberanía nacional, pues aunque la historia no tiene lagunas, aquí se ha creado interesadamente una, emponzoñada además de tal manera que ha propiciado un espectro político representativo cuyos partidos se sitúan en “centro, izquierda y nacionalistas”. Estos últimos relativamente nuevos en el tiempo pero siempre centrífugos.
El centro vive de los votos de aquellos conservadores que se han dejado amedrentar por las etiquetas o simplemente, temerosos de que pueda instalarse un ejecutivo izquierdista. Votan el mal menor o con la nariz tapada.
Así las cosas, ha desaparecido la fuerza centrípeta de la unidad y se ha disparado el centrifuguismo con un separatismo envalentonado. Los partidos en su permanente rifirrafe se muestran incapaces de solucionar las grandes cuestiones nacionales.
Completan el juego los lobbies, estos tienen un carácter en la mayoría de los casos supranacional, pero sabedores de la necesidad de votos de los partidos, operan mediante técnicas de marketing social alterando la sensibilidad de personas o grupos para forzar al político a legislar en favor de su objetivo tal como explicaba Overton y los hay de todo orden, económico, financiero y social.
En el extremo más violento de ese maremágnum revolucionario, el terrorismo, es también un actor más que ha actuado y actúa, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.
El terrorismo nacional se da por vencido, pero ni ha entregado sus armas, ni se ha disuelto. Por el contrario, han nacido partidos políticos con representación que los avalan en sus objetivos, dan cabida a muchos de sus ¿Antiguos activistas? Y homenajean a sus presos cuando salen de la cárcel.
El Internacional, Yihadista, cuando lleva a término un atentado en suelo patrio, en vez de convocar a todos a la unidad, ejerce para agrandar las grietas y la desunión de un centrifuguismo social y nacional de grado superlativo.
El corolario es que por razones políticas, económicas e ideológicas, estamos inmersos en una revolución de tal calibre, que nos encoge el alma contestarnos a la pregunta ¿Dónde vas España?
Enrique Alonso Marcili Coronel de Infantería (R.)
Blog generaldavila.com
30 agosto 2017
