En guerra.
¿Quién no lo está frente a estos personajes insidiosos que nos gobiernan a base de enfrentarnos mientras ellos uncen a su yugo la inconsciente tragedia que se avecina?
Me encanta el dicho: «No saben hacer la O con un canuto».
La buena gente del campo dice que allí la vida son cinco años buenos, cinco malos, en definitiva diez regulares. Eso era antes cuando el campo era y se amaba, cuando era algo más que un paisaje, cuando se entendía y se intercambiaban diálogos de futuras cosechas solo mirando el vuelo de los pájaros o los signos de las laboriosas hormigas. Eso era antes; y ahora es un sufrimiento por el creciente abandono de gobiernos muy europeístas y globalistas, que en lo ajeno ven lo suyo. Roban con la mirada, pero el campo es más serio que toda la inteligencia artificial junta, que todos sus científicos juntos y es imposible reducirlo a una fórmula matemática. No hay sabiduría si no se aprende en el campo. Es la naturaleza sobre las cosechas, el ganado, el agua, el sol, la tierra… quienes marcan las pautas y emiten enseñanzas.
Debemos mostrar toda nuestra solidaridad con esta gente tantos años abandonada y cada vez más arrinconada, con limitaciones insuperables que les llevan a llorar sobre sus campos y rebaños.
Porque los del campo sufren y con ellos debemos mostrarnos y juntarnos para de una vez por todas volver a la cordura de la España que fue y es, la del campo y la libertad, porque si alguien sabe ganársela enfrentándose a los desafíos y retos, fortaleciéndose y entrenándose en ello, son la gente del campo.
¿Qué saben estos señoritos de la moqueta y del antojo? ¿Qué saben sin haber pegado un palo al agua, no haber movido un molino, recorrido el terreno con el tractor o mirar al cielo suplicante? ¿Qué saben de semillas y de flores, de las señales de los pájaros, de los lirios del campo?
Volvemos a las Geórgicas de Virgilio como consuelo.
Y es el arado objeto de disgusto y
yace sin honor; y de las hoces
forjan para guerrear armas atroces;
y nuestros campos ¡ay! faltos de brazos
palidecen eriazos.
Guerra nos mueven de una y otra parte;
entre los pueblos la discordia estalla,
y acuden a los campos de batalla,
rotos los pactos, y el terrible Marte
pasea por el orbe su estandarte.
Mientras el campo llega a las grandes ciudades que se habían olvidado de donde nacen y crecen, el maestro Jiménez Lozano escribe una carta a Kierkegaard y le dice.
Le escribo a Soren Kierkegaard
las últimas noticias: disolución del mundo.
Mas hay aves en el cielo,
lirios en el campo. No ocurre
nada.
Contesta el teólogo: «Así las cosas, lo mejor es buscarse otros maestros cuyo discurso no sea incomprensión, cuya animación no encierre ningún reproche, cuya mirada no juzgue, cuyo consuelo no exaspere en vez de calmar».
No lograrán nada de Europa que ha consentido arruinar su huerta, acabar con su ganado y repartir abono a los bancos. Sembrar placas solares
<<Tiempo vendrá, cuando los campos esos
recorra el rastro y la pesada yunta,
en que la reja de acerada punta
saque a la luz del sol los grandes huesos
de la generación allí difunta.
Y las lanzas y espadas
por el orín tomadas,
pasando irán, a par de otros despojos,
del labrador absorto ante los ojos.
Y al tropezar el rastro con el yelmo
abollado y vacío,
oirá el choque sonar del hierro frío>>.
No hay consuelo a esta fábrica que se han construido de destrucción y donde los últimos vestigios de nuestra cultura se incineran como en una pira inquisitoria. Europa es una religión de normas. Fin de la fe.
Guerra.¡Arde Roma!
Mas hay aves en el cielo, lirios del campo. No ocurre nada. Consuelo de los afligidos.
Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
13 febrero 2024
