
afganistan 21-04-2012 R recorrido por la ciudad de kabul en un acompañamiento por militares españoles FOTO JAIME GARCIA ARCHDC EN LA IMAGEN
Kabul es la capital de Afganistán. Allí la muerte espera sin darte tiempo a pensar en ello. Se vive en la calle, siempre, y siempre se muere de la misma manera. Es la ‹‹Tierra de la Muerte repentina››. Allí la mansedumbre no es ninguna virtud sino un defecto. Son ya demasiados muertos. Ha sido en Kabul. Casi siempre era en Kabul o en sitios que sonaban parecido, a lejanos y desconocidos. Ahora también son en Londres, París, Alemania… Ningún rincón del mundo se libra.
Kabul está muy lejos y nada sabemos de aquella tierra. Allí parece que contamos los muertos de otra manera. Han sido 90, pero las cifras solo dicen que ha sido un terrible atentado, nada más, no sabemos lo que allí ocurre. ¿Distinto que en Europa? En el Reino Unido tres terribles atentados en tres meses. Echarle la culpa a internet es una tontería. Pretender derrotar la ideología que lo sustenta es una quimera. La Quimera y Belerofonte pertenecen a la mitología y esto requiere realidades. La primera ministra británica ha dicho que hay que reducir la tolerancia de la sociedad con el extremismo y endurecer las leyes y dar más poder a la policía. Ya va siendo hora. El enemigo, el terrorismo, suele acogerse a la bondad del otro y a las leyes que a todos ampara. Al final muere el bueno y la ley se encoge. La libertad es un bien preciado que hay que cuidar. La vida aún más.
Hace más de cincuenta años Walter Krause escribió al dar las doce en Cabul, un viaje por las encrucijadas del Asia Central. Detenerse un momento para entender más allá es buena virtud. Dice que Kabul es, antes que nada, tiempo. ‹‹la prisa –dice un proverbio asiático- fue inventada por el diablo››. En Afganistán se les paró el tiempo a los ingleses. Por tres veces. No solo a ellos, pero ellos dejaron un cañón, botín de guerra que marca la hora de aquel mundo. Al mediodía, cada día, asciende desde la Puerta del León una humareda a la que le sigue un fuerte trueno que despierta de su letargo a la ciudad. Se conoce como el top-i-shast o disparo del mediodía. Es el nombre del tiempo cabulí. Distinto al del resto del mundo. Nos lo cuenta Walter Krause. No ha variado un ápice la moraleja de la historia. A diario el gran mullah se sienta delante de un reloj de arena esperando que la sombra se acerque a las doce. Es el momento en el que levanta la mano y la deja caer rápidamente. Un mullah subalterno empieza a dar vueltas a la manivela de un viejo teléfono de hilos por donde emite su señal hasta la montaña Puerta del León. Allí un funcionario descuelga el teléfono y transmite el aviso a dos soldados que con la mecha encendida en la mano dan fuego al fogón de uno de los dos obuses. Si hay suerte el disparo se produce, aunque es frecuente tener que recurrir al segundo de los obuses. Cuando el cañón dispara ‹‹son las doce en punto››. Y ese es el que vale y no otro.
Si el cañón no funciona o llueve y el reloj de sol no funciona, la torre del reloj es una buena referencia. Y en último caso el mullah contaba con relojes magníficos de la época victoriana con la hora correspondiente de Greenwich. Es otro tiempo el que allí cuenta.
Los cañones son fruto de la captura a los ingleses en la batalla de Maiwand (1880). En Afganistán los relojes dan las horas de otra manera. A veces incluso se paran y empiezan a correr hacia atrás.
Es necesario que empecemos a entender estas cosas y otras muchas para que comprendamos por qué la muerte se extiende por todos los rincones y en tiempos distintos.
No sé si convendría retirarse a los cuarteles de invierno y meditar. La cruda realidad se impone y lo importante es acabar con el terror que nos acompaña. En Kabul o en Londres.
Nos mata una organización (?) sin redes, sin organización. No se conocen entre ellos, no asisten a reuniones, no forman grupos. ¿Sabe, quién debe saberlo, a qué y a quienes nos enfrentamos? Empezamos a tener la sensación de que nos han robado el cañón y la hora; el tiempo lo marcan ellos. Desde un viejo reloj de arena o si llueve y les ocultamos el sol tiran de un buen rolex, pero la hora la marcan ellos. Nos han robado algo más que el tiempo.
Sin duda hay que reducir la tolerancia de la sociedad con el extremismo, endurecer las leyes y dar más poder a la policía. En Kabul o en Londres.
‹‹Extiende el cojín de la paciencia sobre la alfombra de la esperanza››, dicen los afganos. Pero esa tranquilidad se gana cuando no cierras los ojos a lo que te rodea y eres valiente.
También dicen que la mansedumbre hay veces que no es una virtud sino un defecto.
Estamos cometiendo un gran error que nos lleva a ser esclavos del miedo. Empezando por los gobiernos tibios y cobardones.
General de División Rafael Dávila Álvarez (R.)
Blog: generaldavila.com
9 junio 2017


