Siempre me llamó la atención aquel hombre, solía verle alternar casi siempre solo pero todas las miradas de reojo sobre él se posaban, pese al vano intento de pasar siempre desapercibido.
Yo siempre tomaba café los sábados por la mañana en el mismo bar, que curiosamente se llamaba «La quimera», tan quimera como de la que parecía preso aquel alma errante que no dejaba lugar a duda, que venía de soportarlo todo mientras caminaba hacia la nada.
Solía verle cruzar el paso de cebra que hay delante de la terraza del bar para dirigirse a la biblioteca, a veces solo a veces acompañado por dos retacos que sin duda eran sus hijos, pues por la conducta prudente de la niña y la mirada tan inocente y noble del niño, nada invitaba a pensar otra cosa que no fuesen sus vástagos, tras ver como acompañaban de la mano a lo que lejos de ver en él la figura paterna, veían en su persona al ídolo.
Sus pequeñas manos delataban por la fuerza con la que asían las encallecidas del progenitor, que para ellos suponían garante de protección
a ultranza, de jefe de manada con instinto protector maternal para con sus cachorros, que aunque a veces pareciese ausente, su mirada vigilante de reojo jamás apartaba de aquellos dos retoños.
A veces las muchas, salía con libros de los que yo observaba los títulos y resultaba cuando menos chocante, que alguien con aquel aspecto pudiera suscitarle el más mínimo interés tales temas, impropios para el estereotipo que ofrecía pero que como pude comprobar, nunca nada es lo que parece.
Llamaba la atención su porte al caminar, como aquel que seguro de adonde va así trazaba sus pasos.
Lucía una barba larga y poblada, lacia y muy cerrada en la que no se dibujaba ninguna cana que curiosamente tendía más a pelirroja y era signo evidente que no era la suya producto de moda alguna sino un rasgo característico idiosincrásico de hombres de otra estirpe espiritual, que ahora en el correr de los tiempos abocaba a su extinción.
La cara siempre alzada con humildad y altivez a la par, como el que no teme a nada excepto a sí mismo, sin sentir un orgullo especial que incurriese en la vanidad pero carente también de vergüenza alguna.
Su aspecto invitaba a pensar que era de esos hombres rudos que mascaba tabaco y blasfemaba sin motivo alguno, pero sus formas al observarle, eran las propias del más exquisito caballero aún no pudiendo negar su condición de clase obrera.
Los callos de sus manos no parecían haberse labrado detrás de un ordenador o algún puesto fácil, aquellas manos eran el hecho fehaciente del que ha ocupado primera línea en el cuadro de infantería social.
Saludaba siempre al entrar de forma recia y seca pero con una voluntad de sonrisa siempre dispuesta, como aquel que ha sufrido tanto que solo le quedan ganas de reír.
Su tono de voz no era precisamente el de un castrati y al decir buenos días con un timbre de voz entre lo sosegado y lo grave, con una mezcla de voz rasgada entre Rosendo y Yosi más propia de un carretero, agravada sin duda por el tabaco que raspaba su garganta y el humo de la fragua y soldadura en la que dicen trabajó muchos años desde bien pronta la adolescencia.
Una voz cazallera que sonaba a rugido de león amistoso pero que advertía de forma inconsciente a los presentes, que con él quien quiera pero contra él, quien pueda.
Pedía un café y no podía dejar de llamarme la atención cuando al retirarse a una mesa apartada, abría el sobre del azucarillo con sumo cuidado y detenimiento y lo vertía en el café, mostrando una absoluta y total entrega en un acto tan sencillo como era ese. Su serenidad, su saber estar, obligaba a pensar que era alguien sin medida de los que se entregan al todo o nada.
Había oído muchas historias sobre él, casi ninguna buena, decían de él que perteneció en sus años mozos a una tribu urbana extremadamente violenta, de la que todos convirtieron en icono y de la cual él nunca renegó ni se arrepintió, tan solo dicen se arrepentía, de haber intentado cambiar el mundo a muy caro precio sin lograr cambiar ni dos metros cuadrados a su alrededor y ahora, las ya incipientes canas que empezaban a insinuarse en su cabellera, parecían conformarse con que el mundo no lo cambiase a él.
No eran pocos los actos infames que se le atribuían en su largo haber pese a no tener constancia de su certeza y que se me hacían realmente difícil suponerle, varias cicatrices surcaban su cara evidenciando batallas pasadas como signo de que lo que no le pudo le hizo más fuerte y si alguna vez fue duro y violento, era palpable por lo benigno de sus maneras, que tuvo que serlo por ser su mundo más duro y violento aún.
Cada tatuaje ininteligible para quien lo observaba, denotaba que todos ellos suponían algo contundente e importante para él, distintos tramos de su vida trazados sobre el lienzo de su ya cuarentón cuerpo.
Sus brazos repletos de tinta no podían ocultar ciertos espacios en blanco, signo evidente de que antes que la aguja por allí pasó el acero, pero a pesar de sus facciones que delataban una vida de todo menos fácil, a pesar de la crudeza que ofrecía a la vista, se me hacía imposible suponerle maldad alguna, sin duda pensaba que si alguna vez hizo daño a alguien, aquel alguien lo mereció con creces pues lejos de irradiar vileza, era justicia lo que suponían sus formas.
Fumaba de forma compulsiva tabaco de liar pues su siempre mismo atuendo, entre viejo rockero, aguerrido motorista y rudo leñador, no era gala del que nada en la abundancia y solo era asiduo por los bares del barrio donde los tercios de cerveza que estrujaba en tres tragos, eran más asequibles.
Hasta su forma de beber resultaba llamativa, ahogando mil penas en cada trago y a veces paliando una sola en muchos.
A muchos infundía temor pero a mí no, cierto es que su sola presencia solía imponer pese a ser su más lejana intención pero no era miedo lo que transmitía sino la firmeza del que sabiendo lo que es, procura el no parecerlo tanto y nada parecía reconfortarle más, que el anonimato en el que siempre incurría y se parapetaba aunque le resultase siempre de forma infructuosa.
Su fama, que siempre le precedía era para muchos suficiente motivo de rechazo, pero esa fama moría ante la mirada inteligente del que sabe apreciar, que poco mal puede hacer quien no lo merece de quien obra de forma justa como parecía el proceder de aquel hombre, certificando de forma clara, que nunca se asienta el rumor como verdad, si no hay necio acomplejado que sediento de comodidad y ahogado en su inferioridad, sin saberlo se lo queda.
Nunca hablaba con nadie pero siempre saludaba de forma tan efusiva como correcta incluso al desconocido, jamás rechazaba una conversación si a ella le invitaban y no eran pocas veces las que sorprendía por su emérito conocimiento, tanto de lo aprendido como de lo sufrido en las carnes propias, pues nada hacía parecer que hubiese alcanzado su saber a costa de errores ajenos, que sí por los muchos propios.
Muchas veces tuve ganas de hablar con él, de preguntar muchas cosas para las que estaba seguro que él tendría respuesta, de saber que pasaba por la cabeza de aquel hombre que era todo incógnita y respuesta a la vez, con la mirada tan presente en el pasado y tan ausente en el presente sin ignorar ni despreciar ningún espacio de tiempo.
Un hombre que era incapaz de disimular su condición pues a leguas se veía, que de casta le viene al galgo y con las mismas formas del que pisa firme y fuerte sin hacer ruido, abandonaba el bar mientras apuraba su pitillo y se marchaba mientras yo observaba como se perdía su silueta al final de la calle.
Había oído hablar mucho de él pues en una ciudad pequeña, el infierno siempre es grande para la gente de su talla, pues la poca densidad demográfica, era condena perpetua para su fama.
Pese a llevar tiempo viviendo en la zona, no era oriundo del barrio sino del anexo conocido como El Arrabal.
La gente de El Arrabal, tenía bien labrada su fama por el buen bregar que mostraban en las bajas lides, que lejos de sopesar nunca el tamaño del ofensor, tan solo reparaban en el tamaño de la ofensa sufrida y una vez iniciada la lid, cargaban con todo así les hicieran pedazos.
No eran de esos de fácil arrugar sino de crecerse en lo difícil y si bien quedaba claro que nunca empezaban la trifulca, constancia sobrada dejaban de que siempre se quedaban a terminarla.
Nunca se supo de él que iniciase altercado alguno, pues era harto comprensivo con el error del que sin saber beber, menos sabía mear seguramente porque de errar, él sabía como nadie.
Pocas veces llevó su firma tensión alguna por los sitios que frecuentaba salvo una vez en que gallitos autóctonos del barrio, creyeron que el león por viejo podía ser menos león pero con la serenidad de siempre propia del que ha «bailado con la más fea» en más de una ocasión, se le sumaba la indiferencia aplastante mostrada del que sabe clavar los pies aderezada por unos nudillos carmesí que alertaban, que de beatos poco tenían y con gran celeridad disuadían al personal al convencer con su mirada ya no tan ausente sino centrada y penetrante, que alguien de su alcurnia proveniente de los bajos fondos, mejor era tenerlo al lado que enfrente y del posible roce que podía enemistar, se labraba nueva amistad por su buen saber estar.
No parecían sus garras hechas para atacar por odio más sí por lo que amaba porque de la nobleza que precedía sus actos, nada maligno cabía suponer.
Oí decir una vez a uno de los suyos, que los de su clase son de firme palabra y que cuando se van, nunca vuelven y la paradójica y llamativa tristeza de sus ojos pardos que contrastaba con su discreta energía, solo dejaba intuir que sin saber yo adonde iba, aquel hombre venía de haber dicho adiós a no pocas cosas, todas importantes y de gran valor para él por la tristeza disimulada que irradiaba su aura y proyectaba su mirada, una mirada que siempre delataba de forma ineludible a los de su condición.
No sabía su historia, no sabía nada con certeza sobre él, solo podía vislumbrar la seguridad de un hombre, capaz de andar por las cenizas de lo que seguramente fue su anterior vida sin miedo a empezar de cero, de esos que se muestran prudentes en la victoria y altivos en la derrota siendo capaces de sonreír en la adversidad, por ser su hábitat natural con la sonrisa arrogante del que juega en casa.
Un hombre incapaz de disfrazar el corazón roto que por el aparente grosor de su muro emocional, muchos creyeron en el pasado con derecho a herir.
No tenía aspecto de ganador pero si de algo tenía aspecto, era de no haberse rendido jamás.
Desconocía todo sobre aquel hombre, pocos sabían su verdadera historia pues de acólitos y adeptos por amigos cuatro tenía con un semblante no muy distinto del suyo, haciendo válido el dicho de que «Dios los cría y ellos se juntan».
Tan solo sabía lo que sabía la mayoría, que hace años partió huyendo de su pasado a un lugar donde decían ofrecer redención, a una tienda de posibilidades con crédito para segundas oportunidades y sin llegar a saber si llegó a encontrarlas, el hombre que volvió ni volvió siendo el mismo ni volvió entero.
Creo que ni siquiera él mismo sabía dilucidar que parte de él volvió y que parte allí se quedó para siempre, preso de su melancolía cuando seguramente sentía al echar la vista atrás, que su mejor versión, su cenit personal, varado quedó en aquella época y en su playa de memoria, los castillos de ilusiones que construyó con ladrillos de sueños, allí sentado en la arena de sus consecuencias, con resignación tenía que conformarse con observar como eran derribados por las olas de las penas que ahora azotaban su vida.
Solo sé lo que todos sabían, que todos le llamaban…
ANIBAL SNOID, EL LEGIONARO
David López Manzanero
Blog: generaldavila.com
30 noviembre 2019
Atentamente y con el debido respeto
Legionario soy de España,
de esta Nación tan sufrida
que están rajando su suelo
las políticas fratricidas
llevadas por criminales
que en el deber se descuidan
y el pueblo llano soporta
las indecencias habidas,
por eso estoy a la espera
con la acechanza debida;
y si es preciso luchar
a ESPAÑA ofrezco la VIDA
Ramón Lencero Nieto=Rogaciano Goana Nelson
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Tan entrañable historia, tan sencilla y tan redonda, no deja lugar a un comentario.
Yo al menos no lo haré.
Por un día me olvidare de los políticos y dormiré más tranquilo, pensando en el legionario ANIBAL SNOID.🇪🇸🇪🇸🇪🇸
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Con permiso de Vuecencia, mi General. D. David López, su comentario, vibrante y emotivo, me conducía directamente a sospechar el final.
«Tercios invictos, Legión de bravos, el mundo entero con altivez, podéis mirarlo porque vosotros del mundo entero sois honra y prez». ¡Arriba España y viva La Legión!. Julio de Felipe
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Impresionante historia y entretenida. General Dávila:
Gracias a D. David López.
Afectuosos saludos,
!Viva España ! !Viva el Rey ! !Viva la Legión !
Josefa López del Moral Beltrán
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La ilusión de mi vida, haber sido un Anibal Legionario.
Cuando las personas nos hacemos del todo, nos mejoramos al máximo, nace un caballero legionario.
O una dama legionaria por supuesto.
Bellísimo post.
Viva La Legión!
Viva España.
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Maravillosa historia contada con gran talento por su autor. Mi admiración y respeto al mismo y al personaje que tan bien retrata. Ojalá tuviese continuación si el autor llegara a conocer más detalles de la vina de Aníbal Snoid El Legionario. Muchas gracias por compartirla.
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Buenas, muchas gracias por compartir esta magnifica historia de vida, de eso esta hecho la legión, de pequeñas, muchas, grandes historias que la llenan de vida y dan de beber a su alma eterna e inmortal !!!
saludos de un CLP
Ildefonso Morón
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Buenas señor José Ángel, agradezco mucho sus palabras y me alegra comunicarle que este texto es la breve introducción de la vida de Aníbal Snoid que será contada y créame, conozco todos los detalles de su vida.
Sólo tengo 2 capítulos y estoy con el tercero pero voy muy lento, desconozco las pautas y carezco de la formación adecuada porque yo no soy escritor ni nada parecido, pero sobra voluntad y con eso se puede seguir adelante.
Un saludo enorme.
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