Desde muy pequeñito miraba las medallas y acariciaba los entorchados del abuelo. Acostumbrándose sus ojos a cambiantes uniformes llegó a entender cada momento. Desde el barro y duro entrenamiento a las galas y oropeles.
Soñaba como niño que era, mientras la ilusión penetraba hondo hasta asumir realidades más allá de las imágenes. Encarnadas iban quedando cuando nacía una vocación ineludible hacia el deber. Un compromiso. Sueños, ilusiones y no poco esfuerzo. Vigilias de padres y preocupación del abuelo. Los años hacen análisis profundos y serios, pero ante un nieto… no hay más que sueños.
Llegó el día. El viejo soldado ve a su nieto mudar la piel; vestido de cadete, piel de uniforme. Empieza de nuevo la historia.
Y el viejo soldado desempolva el uniforme ya encogido. Saca brillo a alguna medalla solo para encandilar la ilusión de su nieto. Es una especie de hoja de servicios escrita en el pecho. Algo sin importancia. Ya no la tiene.
Hoy es el día de su Jura de Bandera. Cordones rojos de Cadete; ese sí que es el valor de ahora. Las medallas aún por conquistar. Asaltos pendientes. Lo primero el beso a la Bandera. Hoy. Ya para siempre un vínculo sencillo, pero muy fuerte.
Así pasa y pasará la vida: entre banderas, entre cánticos de guerras.
El abuelo se puso su uniforme de gala con el más alto grado alcanzado. El mismo uniforme de tantos años. Vestido de ilusión va hacia la Academia Militar. La General, la de todos; Armas y Cuerpos funden su emblema.
Un joven sin estrellas, de uniforme casi recién estrenado, le pide la credencial de entrada. No la lleva. Su uniforme no es suficiente. ¡Ah! Las normas, el protocolo… Eso es peor que la guerra. Después de tantos años… Van pasando otros sin uniforme mientras el abuelo espera. Está retirado, pero nunca pudo pensar que su retiro fuese tan real y cruel. Da lo mismo, hoy es el día de su nieto. Ya está formado. Desde lejos intenta adivinar su puesto en formación. El abuelo está lejos, en una fila de atrás, donde puede y le han dejado… Mira desde un hueco, detrás de los que han llegado antes, por encima de las estrellas.
Suena España. El himno amado, el beso a la Bandera. Ve de lejos al nieto entre los agujeros que dejan algunas guerreras. De puntillas se alza y ve; más que otros. Desde la última fila, ahora es la primera.
Ya ha terminado la ceremonia. Quiere correr al abrazo, pero de nuevo un sonoro «alto a donde va», le detiene. No lleva la invitación; como antes el uniforme no es la librea. Se cuela como puede. Abraza a su nieto. Este le saluda, firmes ante su abuelo, del que hereda… todo lo hereda.
Se creía dueño del mundo, pero era un soñador vencido. Ya no era.
Otras ilusiones. Hoy ha terminado aquello por lo que viviera y si necesario fuera muriera. La veteranía ha dejado de ser un grado.
Cuelga el uniforme. Lo guarda sin pena. No merece la pena ser viejo y colgarme la guerrera. De paisano. Aunque se aflija mi bandera.
Ya otro como yo morirá por ella si preciso fuera. Mi nieto lo ha jurado con un beso a su Bandera.
General de División Rafael Dávila Álvarez (R.)
Blog: generaldavila.com
24 octubre 2017
