Asisto con curiosidad a una conversación habida en un bar entre algunos obreros de la construcción a propósito de lo que en esos momentos transmite la TV sobre la abultada deuda pública que cierne sobre nuestras cabezas. Se les nota preocupación y no me resisto a intervenir explicando que en mi opinión hay una solución a todo esto y no es otra que la modificación, si acaso supresión, del Estado Autonómico. Para mi sorpresa noto que asisten con interés cuando les digo que el coste real de una Administración tan descentralizada y con enormes duplicidades, redundancias y excesos cuesta anualmente entre el 0,7 y el 2,3% del PIB nacional, que el mapa autonómico español, dividido en 17 comunidades y en dos ciudades autónomas, ha degenerado en una administración tremendamente costosa para el ciudadano incurriendo en numerosas duplicidades que no solo incrementan su coste, sino que tampoco demuestran realmente su eficiencia para nada.
Y es que, los desmanes, despilfarros y gastos superfluos son a veces muy llamativos, fruto de una tendencia cada vez mayor a crear organismos que ya pre-existían a nivel estatal : Defensores del pueblo, Cámaras o sindicaturas de Cuentas, defensores del menor, consejos consultivos, institutos de estadística, consejos de consumo, agencias de protección de datos como las que ya existen en Cataluña, Madrid o País Vasco, embajadas autonómicas en el exterior, institutos de Meteorología, un sinfín de observatorios de muy variado pelaje…
Un coste que está creando un sistema “parasitario” que está generando “gravísimos” daños económicos a nuestra nación. Y es que para pagar todas estas alegrías es necesario el endeudamiento creciente y un sistema fiscal sangrante. Lo malo de todo esto es que lamentablemente en nuestro sistema político imperante aquellos que tendrían que dar solución a este desaguisado no lo van a hacer por la sencilla razón de que sería para esta clase política hacerse simplemente el “harakiri”.
Mis contertulios de la construcción asienten a mi razonamiento y se muestran perplejos de cuanto les expongo lamentándose de que no encuentren movimiento político que proponga algo al respecto. Les respondo que los hay, si bien minoritarios y sin voz ya que ésta está apagada por un sistema partitocrático que sólo responde a sus intereses y no al del interés general de los españoles.
En fin, ya de vuelta a casa, no puedo por menos que adentrarme en la historia y recordar los detallados trabajos que sobre la España Califal realizaron los historiadores Juan Ortega Rubio y Ramón Menéndez Pidal a propósito de los reinos de Taifas. Lectura que me lleva irremediablemente a ver, pese al tiempo transcurrido, grandes similitudes con la España actual.
Recordemos:
Hace 1000 años, allá por el siglo X, tres cuartas partes de la península ibérica constituían el Califato de Córdoba, sin duda la época de máximo esplendor político, comercial y cultural de Al- Ándalus.
El apogeo del Califato se debió a una considerable capacidad económica que se basó en un floreciente comercio expansivo y en una industria artesana muy importante, así como la creación y establecimiento de unas técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de Europa . Esta economía se basó también en una moneda cuya acuñación tuvo un papel muy importante en el aspecto financiero. Sin duda el Califato constituía la primera economía comercial y financiera de la Europa de la época.
Su capital, Córdoba, que rondaba casi el millón de habitantes fue en esa época una de las ciudades más importantes del mundo y referencia comercial, artística y financiera. Otras ciudades importantes también lo eran Toledo, Zaragoza, Valencia o Almería. La capital, Córdoba, contaba con unas 1600 mezquitas, alcantarillado, trescientas mil viviendas, innumerables baños públicos y ochenta mil comercios. Tenía universidad, una prestigiosa escuela de medicina y contaba con más de 60 bibliotecas.
En boca del eminente geógrafo Ibn Hawkal recogemos que “la abundancia y el desahogo de la vida, el disfrute de los bienes y medios para adquirir los bienes eran comunes a grandes y pequeños, pues estos beneficios llegaban a todos los estratos sociales, incluso a obreros y artesanos, gracias a a las imposiciones ligeras y a la excelencia del país”.
El apogeo del Califato cordobés fue posible, fundamentalmente, por su capacidad de centralización fiscal que gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales, peajes, diezmos, tasas aduaneras….etc, posibilitando una acción de gobierno eficaz y eficiente.
Sin embargo, la naturaleza humana es la que es y luchas políticas internas por el poder, debidas a intereses particularistas, propiciadas por jefes ambiciosos sin consideración alguna por los intereses generales del pueblo propiciaron una desintegración paulatina del Califato y que dio origen a lo que conocemos históricamente como los reinos de taifas .
Las razones u origen de la fragmentación del Califato son achacables a factores tales como la debilidad de la institución califal, las intrigas de los grupos políticos y étnicos ligados a la administración, el afán de liberarse de los tributos debidos a Córdoba, la no existencia de una unidad lo bastante fuerte para contener la disgregación político-social, la ausencia de interés en mantener la eficiencia de un gobierno central y finalmente al esfuerzo de la aristocracia árabe por recuperar su influencia pérdida en la época de Almanzor.
En el año 1009 un golpe de estado derrocó y asesinó a Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor, propiciando una guerra civil que culminó en 1031 con la conversión del Califato en una república y la desintegración de éste. En medio del desorden total se independizaron las provincias que conformaban el Califato y se constituyeron las taifas de Almería , Murcia , Alpuente, Arcos , Badajoz, Carmona, Denia , Granada , Huelva, Morón, Silva , Tortosa , Zaragoza, Valencia y Toledo. Cada una de ellas con sus gobiernos locales respectivos.
La caída del Califato supuso la pérdida de hegemonía de Al-Andalus en el mundo de entonces y la ruina absoluta de la Nación.
El descalabro del Califato se manifestó en la sociedad andalusí en un clima de división social y político en el que cada una de las taifas velaba por sus intereses económicos particulares rivalizando entre ellas y que ocasionó en el campesinado y artesanado un empobrecimiento paulatino, toda vez que las ansias de los particulares reyezuelos impusieron unos impuestos extraordinarios y crecientes que acabaron esquilmando al pueblo.
Esta situación llevó a la ruina al otrora todopoderoso Califato.
Hasta aquí historia pura, y detallada, si bien sintetizada como es obvio.
Y supongo que si Vd. ha leído estas líneas no habrá podido extraerse, como me ha pasado a mí, a comparar aquella situación con la actual por la que atraviesa nuestra Patria. Tal parece que la historia se repite inexorablemente. O, ¿no?
Juan Chicharro y Ortega