Los muertos y las muertes. Juan Miguel Mateo Castañeyra General de División (R.)

Honor a los muertos

La vida humana no tiene precio, por lo que todos los muertos son iguales. Por eso, el honrar a los muertos forma parte de la mejor tradición de los ejércitos. Por eso a muchos nos parece execrable desenterrar muertos, aunque lo proponga el Parlamento; porque lo que es malo lo es, independientemente de quien lo diga. Y para los que creemos que una vez muertos nos presentamos ante el Supremo Hacedor y esperamos de su Misericordia, la igualdad de los muertos ofrece aún menos dudas.

Pero si es cierto que los muertos son iguales, también es cierto que las muertes son completamente diferentes. Y no es lo mismo morir asesinado, en un accidente, por enfermedad, en la casi diaria tragedia de las pateras, suicidándose matando o en cualquiera de las otras muchas maneras que hay de morir.

Y creo que, aunque obvio, es bueno señalarlo porque unas veces intencionadamente y otras de forma inconsciente, igualamos esas muertes. Y eso a veces sirve para justificar posturas y actitudes. O lo que es más grave, en estos tiempos en que libramos una guerra contra el terrorismo yihadista, sirve para justificar o, al menos, comprender a los terroristas.

Llegada a España del cuerpo de Ignacio Echeverría

Y así vemos que algunos se indignan porque nos ocupemos más de los muertos en los atentados de Londres o de París que de los muertos en una patera. O, lo que aún es peor, algunos comprenden, justifican o comparan los atentados terroristas, cuyo objetivo son seres inocentes, con las acciones en las que mueren también inocentes, muchas veces tomados como escudos, como consecuencia de un bombardeo cuyo objetivo no eran estos inocentes. Porque esos muertos son iguales sí, pero sus muertes no.

En este sentido, un conocido humorista que se caracteriza por su sectarismo demagógico manifestó, hace cierto tiempo, algo así como que nos escandalizamos mucho por un accidente de aviación y muy poco cuando naufraga una patera; sacando implícitamente la conclusión de que nos preocupamos de los ricos, de los que viajan en avión y no de los pobres que viajan en patera; aprovechando al mismo tiempo, para demostrar (al que se lo quiera tragar), su preocupación por la humanidad. Podría decirle, aunque sería inútil, entre otras cosas porque él lo sabe perfectamente, que ese mayor escándalo se produce no porque unos sean pobres y otros ricos, o porque esos muertos no sean todos iguales, sino porque sus muertes son las que no son iguales. El avión ha alcanzado unos estándares de seguridad que hacen muy difícil el accidente y la patera, por el contrario, no tiene ninguno; el avión va pilotado por un técnico experto y responsable y la patera la lleva un criminal desaprensivo, que de navegación entiende lo mismo que de imparcialidad sabe el conocido humorista. Por eso en un caso existe sorpresa, que no escándalo, y en el otro no.

Pero hablando de muertes diferentes, hace unos días murió heroicamente Ignacio Echeverría; que fue capaz de hacer, según el Evangelio, el mayor acto de amor, que es dar la vida por los demás. Su muerte es un ejemplo para una juventud que esta machacada a base de consignas que hablan del no esfuerzo y del no sacrificio. Su muerte es también un manifiesto contraste, con el resultado de aquella encuesta, en la que solo un 16 por ciento de los españoles estarían dispuestos a defender a España. Es más que seguro que su actitud habrá servido a más de uno para recapacitar sobre ciertas actitudes que, hasta este momento, han formado parte de su vida.

Ignacio Echeverría: Un héroe

Pero hay gentes que, bien convencidos o bien porque están pagados, tratan de crear una sociedad sin valores que se niega a defenderse. Los unos, los convencidos, se dejan llevar por una ideología que, anclada en la guerra fría, se creyó los mensajes de pacifismo que lanzaba la potencia más militarista del mundo y, además, con sus orejeras ideológicas, miran con simpatía cualquier cosa que perjudique a Occidente; a estos, los pontífices marxistas les llamaron tontos útiles. Los otros, los pagados, solo hacen su trabajo. Pero a unos y a otros les molesta que el acto de Ignacio Echeverría ponga de manifiesto virtudes que están aletargadas, por lo que tratan de desvirtuarlo o simplemente de olvidarlo. Y así, unos comparan lo que no puede compararse, otros tuitean que lo inteligente hubiera sido huir, y cosas mucho peores, y otros callan y niegan homenajes con excusas absurdas.

Los que establecen comparaciones no se atreven, aunque tal vez sea lo que les pide el cuerpo, a comparar directamente la acción terrorista con la actuación de Ignacio. Son más sutiles; como ejemplo, una conocida periodista comparaba el dolor de la madre de «los mártires palestinos» con el dolor de la madre de Ignacio. Si, señora periodista, el dolor puede ser el mismo, pero para comparar dolores podría usted poner otro ejemplo en el que no hubiese la menor duda de que al referirse usted a «los mártires palestinos», no se estuviera refiriendo a terroristas suicidas o terroristas a secas. No, los dolores puede que sean comparables, pero hay comparaciones que son odiosas y esta además de odiosa, es deleznable. No sé si estará usted entre los convencidos por la ideología, de los que cumplen la misión por una nómina o simplemente es que ha dicho una tontería, pero, en cualquier caso, la comparación no es inocente y resulta intencionada.

En cuanto al mundo de las redes sociales, si alguno tiene curiosidad por saber lo que sobre ese tema se comenta en Twitter, le aconsejo que, por higiene mental, abandone la idea ante el cúmulo de cobardías, bajezas, mezquindades y canalladas que ahí se leen, y que pueden afectar seriamente a la mente de cualquier persona saludable.

El Ayuntamiento de Ferrol niega el justo homenaje a Ignacio Echevarría

Por último, entre los que callan como si no se hubieran enterado, o niegan el justo homenaje al héroe, está el Ayuntamiento de Ferrol, lugar de nacimiento de Ignacio. Su Alcalde de Podemos apoyado por el BNG, dice que no hay nada que homenajear, ni Banderas a media asta, ni señal de luto, ni minuto de silencio, ni nada de nada porque, según ellos, Ignacio, que nació en esa ciudad, no estaba vinculado a la misma. No sé si a ustedes les ha causado sorpresa; a mí no. Entre estos los hay de los convencidos por la ideología y de los que están pagados.

Estamos en guerra; una guerra que nos han declarado y que muchos no quieren ver. Es una guerra que se libra sin enemigo ni frentes definidos y cuyos objetivos en principio no son ni los ejércitos, ni los territorios, ni los intereses económicos, sino la mente de la población. Una guerra en la que más que nunca es cierto aquello de que para que triunfe el mal basta con que los buenos no hagan nada, pues de eso se trata, de que no hagan nada. En esa guerra el enemigo cuenta, como siempre ha pasado en todas las guerras, con colaboracionistas, convencidos unos y pagados otros. Están entre nosotros, pero al revés de lo que ocurrió en el pasado, no se presentan de forma clara y muchas veces cuentan con prestigio social y muchos seguidores.

La muerte ejemplar de Ignacio Echeverría no será y no es, sin duda, estéril. Servirá, entre otras cosas, para poner a algunos ante el espejo de su propia cobardía, para despertar algunos espíritus adormecidos y para poner de manifiesto a los tontos útiles y a los otros.

Juan Miguel Mateo Castañeyra

General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

15 junio 2017