Se ha conocido hace pocas horas la sentencia por el caso llamado del 9N en el que resulta implicado, entre otros “personajes”, el ciudadano Artur Mas.
Personajes como él, desconocedor de los verdaderos valores democráticos y del significado de vocablos como solidaridad, bien común, LEALTAD INSTITUCIONAL, etc., son los que llevaron al gobierno de la II República -sí, leen ustedes bien; no tuvo nada que ver con el “fascismo”- presidido por Niceto Alcalá-Zamora a declarar en octubre de 1934 el Estado de Guerra en España, tras la proclamación de Lluis Companys del “Estado Catalán de la República Federal Espayola”. ¿Cómo era aquello de los pueblos que olvidan su Historia…?
El origen de la enfermedad está bien identificado: la interdependencia de las regiones/autonomías no ha sido suficientemente dirigida/gestionada por un débil gobierno central y las instituciones que lo respaldan, dejando al abandono un dominio que ha servido de caldo de cultivo al germen sectario de los deseos soberanistas de ciertos líderes regionales, como el ciudadano Mas, que han buscado en ese escenario la salida a sus males internos.
En esta arena, individuos y grupos antisistema han sacado partido buscando atraer a los desencantados, de los que una gran mayoría no posee una cualificación suficiente para percibir y valorar el peligro real de estas corrientes y sus efectos nefastos sobre la economía y, por tanto, el progreso social.
Como resultado, el castigo a una clase gobernante de uno y otro signo está convirtiendo a un país que fue referente en 2007 liderando el crecimiento económico entre los países avanzados, con un aumento del PIB del 3,8% frente a un 2,7% de la zona euro, en un país carente de referentes morales y valores, en el que todo vale y en el que cualquier voz disidente alcanza notable repercusión mediática sin la debida contra respuesta de quien tiene la obligación de mantener equilibrado el fiel de la balanza.
El “buenismo” se ha apoderado de los líderes de los hasta ahora partidos políticos de referencia que no se pronuncian por el miedo a ser tachados de intolerantes por esa nueva “casta política”, populachera y chabacana, que se presenta a sí misma, como el remedio a todos los males que sufrimos, cuando en el fondo no buscan más que instaurar su dictadura, la de la mediocridad, la de la vulgaridad.
Cambiar esta tendencia requiere medidas y respuestas inmediatas, individuales y colectivas, y el diseño de estrategias a medio y largo plazo. El camino a recorrer no está exento de dificultades y la clase política que ha ocupado cargos de responsabilidad se ha encargado de hacerlo más abrupto con su ineficacia, o lo que es peor, con su inacción.
España está necesitada de una renovación de ideales, lo que tal vez requiera unos nuevos líderes que sean capaces de anteponer los intereses nacionales a los partidistas, los intereses colectivos a los individuales; en definitiva, con una amplia y desinteresada visón de estado. Basta de “fichajes” irrelevantes y coyunturales que solo buscan obtener réditos inmediatos de una parte de la población indecisa o desilusionada, y que solo agravan el ya delicado escenario político.
No debemos ser ajenos a que el “caso catalán” está siendo seguido de cerca por actores internos -por no mencionar los externos- que estarán prestos a abalanzarse como aves de rapiña sobre su presa -el propio Estado- si aprecian signos de debilidad.
Juan López Rodríguez
Blog: generaldavila.com
16 marzo 2017



