Todavía hay quien defiende con dignidad y valor sus fronteras para proteger patria y libertad. No hay nación en el mundo más amenazada y sin alternativa: o se defiende o desaparece. Se llama: Israel. Después del Holocausto se vio obligada a una defensa a ultranza de su existencia y territorio en lucha no solo material, sino contra el relato del que es fruto el atacante, una semilla plantada que germina en una organización terrorista a la que se rinden miles de medios de comunicación.
Todavía hay quien duda de lo que es Hamas (Harat al-Muqawama al-Isalmya), un grupo islamista palestino fundado en 1987 con un solo objetivo: eliminar al Estado de Israel y establecer en su lugar su peculiar «Estado» islamista.
Es una guerra muy estudiada en la que se ha impuesto el relato buenista de los más violentos «pacifistas del tecnicolor», aquellos que viven para la guerra como producto de su única pulsión: la destrucción. Destruir y matar se vende como un sacrificio que dicen afrontar por su supervivencia cuando para ello pretenden expulsar a muerte al pueblo más civilizado y avanzado, maestro de democracia en gran parte del mundo: Israel.
Conviene desenmascarar esta lucha que muchos proclaman como la noble resistencia de un pueblo sometido a la tiranía del poderoso.
Hamas dispone de una compleja estructura armada y no armada sometida a la disciplina del terror que alimenta a base de una red asistencial lo que provoca una gran lealtad a la estructura. La obediencia al límite, sin pestañear, llegar a la muerte es la victoria personal y el engrandecimiento familiar. La población combatiente es toda, sin distinciones de edad ni sexo, y sus defensas se sitúan en los núcleos poblacionales que defienden todos (familias completas) y con todo. Cualquier cosa vale: artefactos explosivos, edificios convertidos en bombas letales, francotiradores, espías, infiltrados o una red de túneles de guerra que ni en Vietnam se podría imaginar. La emboscada y la traición —de una sonrisa— está en cada esquina.
A ello suman la capacidad suministrada por Irán-Siria de un elevado número de cohetes y sus componentes que ensamblan en su territorio y que lanzan al bulto, donde más pueden matar.
Ellos no cuentan ni sus muertos. Les da igual niños que hombres. Soportan cualquier daño con tal de que puedan seguir ejerciendo su actividad y esta alcance el nivel deseado que les permita después mantener una tregua para reforzarse mientras reparten fotos y películas del tecnicolor de su «sufrimiento».
Cuidado. La presión tiene un límite. Cualquier día la posibilidad de mantener esta situación cíclica, al gusto y criterio de Hamas, de acción-reacción se terminará y con ello la reacción será definitiva. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Es lo que la lógica del razonamiento bélico resolverá definitivamente contra lo que el terrorismo impone. No es de esperar que se les permita institucionalizarse.
No es la guerra; es peor. La pulsión de odio y destrucción. De lo único que entiende Hamas.
Hace unos días Gabriel Albiac lo decía con palabras sabias del filósofo que disecciona la cruda realidad con el bisturí de la sabiduría: «Israel es lo que una vez soñamos llegar a ser los europeos. Sin lograrlo».
Eso es lo que Hamas ataca, no otra cosa.
Convendría empezar leyendo y subrayando y en ese ejercicio ponerle nombre a las cosas. Cada uno es lo que es y no lo que intenta decirnos que es. Al menos que no nos engañen con lamentaciones y escenas de dolor.
En la violencia cualquier cosa es posible, pero mostrarlo en tecnicolor es una crueldad con la que cuentan y de la que obtienen sus réditos. Forma parte de su guerra. La pulsión de destruir y matar.
Europa calla sin saber qué decir ni a dónde mirar. Una cobardía histórica.
Rafael Dávila Álvarez.
Blog: generaldavila.com
18 mayo 2021