La epopeya catalana Melitón Cardona. Embajador de España

Don Nicolás Gómez Dávila aseguraba que «el clero progresista no decepciona nunca al aficionado a lo ridículo» y yo añado que tampoco lo hace jamás el independentista catalán. Así, la ANC lleva desde 2014 felicitando el Año nuevo como «el que traerá la República«; una catequesis catalana compara a ese pobre diablo apellidado Puigdemont con Moisés, «llamado por Dios a liberar a su pueblo»; en el panfleto Vilaweb, su director asegura que el Estado español tiene todos los motivos para temer el 2019 porque «se pondrá en juego el concepto de España, sobre todo gracias a la catarsis (!) que ha creado el proceso de independencia catalán». Se conoce que no está al tanto de las proyecciones electorales ni de las acepciones del término catarsis ni de las consecuencias de algunas catarsis.

Dicen que Tarradellas advertía que lo único que no puede hacerse en política es el ridículo, pero el independentismo catalán está empeñado en hacerlo a conciencia y, además, con un toque añadido de cursilería del que son muestra los uniformes de sus policías autonómicos, con sus patéticos sombreritos, sus parches colorados en las hombreras y sus lacitos amarillos.

Hace unos meses publiqué en ABC una tribuna abierta titulada «El perdedor radical«, haciéndome eco de una interesante teoría de Hans Magnus Enzensberger según la cual «el perdedor radical rompe con el instinto de supervivencia … no sólo quiere destruir a otros sino en definitiva a sí mismo; de ahí que no se arredre ante amenazas ni haya pena que pueda corregirle … No conoce ninguna solución de conflictos, ningún compromiso … cuanto menos factible sea su proyecto, con mayor fanatismo se aferrará a él» y sigo pensando que muchas de las reflexiones del pensador alemán son aplicables a esa obstinación fanática de parte de la clase política catalana empecinada en un proyecto imposible que perjudica a quienes pretende beneficiar y que, en último término, amenaza su propia supervivencia.

Se han evaporado de Cataluña 22.000 millones de euros en depósitos bancarios, ha caído la inversión extranjera mientras se ha incrementado espectacularmente en Madrid, la moneda virtual que han inventado, de nombre imposible, es aceptada nada menos que por cuarenta empresas cuarenta, pero ¿qué más da la realidad frente a la grandiosidad de un proyecto que, en el caso improbable de que prosperara, excluiría a la nueva nación de la Unión Europea, del euro y de fuentes de financiación de su abultada deuda, hoy asumida lanarmente por gobernantes españoles indignos de tal nombre?

Resulta desconcertante que personas aparentemente normales y corrientes se dejen seducir por cantos de sirena de politiquillos que en realidad aspiran a seguir desvalijándolas sin freno ni cortapisa. Como decimos (o decíamos, que uno ya no sabe) en mallorquín «des seu pà ferán sopas«.

Melitón Cardona. Embajador de España

Blog: generaldavila.com

4 enero 2019

Letrados iletrados ante un golpe de Estado (Melitón Cardona. Embajador de España)

El gran pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila advirtió que «para detestar las revoluciones, el hombre inteligente no espera a que empiecen las matanzas». De manera análoga, pienso que para evitar los golpes de Estado el gobernante inteligente no debe esperar a que empiecen los estragos.

La actitud del Gobierno de la Nación ante el golpe de Estado catalanista ha sido un despropósito de principio a fin: diagnóstico erróneo, titubeos incomprensibles, demoras inexplicables, intervención torpe y contraproducente y, al final, tarde y mal, activación del artículo 155 de la Constitución en términos de dudosa constitucionalidad en mi modesta opinión, que sin duda lo es.

Como ha señalado el pensador francés François Jullien en una entrevista en el periódico Libération, produce consternación el hecho de que la clase política actual ya no lea. Lo ha dicho en un país cuyo presidente de la República sabe latín, griego e inglés y acostumbra a leer filosofía. El nuestro ignora esos tres idiomas y sus lecturas parecen ser limitadas; si estuviera familiarizado con la obra de Max Weber, en especial con «Politik als Beruf» («La política como vocación») comprendería la importancia vital que para el Estado tiene el monopolio de la fuerza física legítima y si se hubiera molestado en leer a Carl Schmitt (que no fue un ciclista alemán del siglo pasado) hubiera aprendido que soberano es «quien decide sobre el estado de excepción», algo que hubiera permitido evitar el bochornoso espectáculo de un cuerpo policial básicamente inepto y desleal burlando, sin disparar un solo tiro, la acción de una policía moderna y supuestamente eficaz.

Cuando se parte de un diagnóstico erróneo se aplica una terapéutica necesariamente ineficaz y si, para colmo, se hace con dosis altas de galbana, titubeo e inseguridad, el resultado es más que previsible. Yo estoy de acuerdo con los apologistas del presidente del Gobierno en lo de su manejo magistral de los tiempos… que deja pasar, instalado en un confortable nirvana monclovita. Si la situación a la que nos ha conducido su desidia no fuera más dramática de lo que la gente piensa, diría que es el resultado de una auténtica astracanada en el sentido literal del término recogido por la Real Academia, a saber, «acción y comportamiento públicos disparatados y ridículos».

Con la excepción de 1808, nunca han estado los gobernantes españoles más alejados del sentir popular. Nuestro Rey se lo ha recordado inequívocamente en dos ocasiones y, por lo visto hasta ahora, en vano. Por cierto y aprovechando la ocasión, aunque la Constitución, en su artículo 56, establece que «El Rey es el Jefe del Estado«, también señala en el mismo artículo que «su título es el de Rey de España«, de manera que resulta ridículo referirse a Él como «Jefe del Estado», un título que, históricamente, únicamente ha sido utilizado en España por el general Franco.

A muchos colegas extranjeros les resulta incomprensible la actuación del Gobierno español ante el golpe de Estado perpetrado por una combinación de partidos políticos burgueses en alianza con radicales cuya finalidad es destruirlos. A mí también.

Melitón Cardona. Embajador de España

Blog: generaldavila.com

2 noviembre 2017