«Para detestar las revoluciones, el hombre inteligente no espera a que empiecen las matanzas». El escolio del gran pensador colombiano don Nicolás Gómez Dávila viene a cuento de lo que está sucediendo en nuestro país, sin que yo sea capaz de percibir que haya un número significativo de compatriotas en condiciones de caer en la cuenta de la magnitud de la tragedia que inexorablemente se avecina, porque es un error muy generalizado pensar que las revoluciones necesitan de violencia, disturbios callejeros y derramamiento de sangre para triunfar. Inútil decir que no es siempre el caso. El revolucionario profesional sabe que hay vías alternativas más sinuosas pero eficaces para subvertir con éxito un orden establecido. Lo explicitó Antonio Gramsci al postular la penetración silenciosa pero constante en los medios, en la enseñanza, en la Iglesia y en las instituciones.
España lleva inmersa en un proceso revolucionario aparentemente inocuo hoy, pero que puede dar al traste con esa pseudodemocracia que padecemos resignadamente como mal menor. Ese proceso lo inició hace años un político socialista nefasto con una sibilina ley de memoria histórica que el indolente Rajoy no se molestó en derogar por razones que no alcanzo a comprender y de aquellos polvos vienen estos lodos: hoy amenaza a la Nación española una versión corregida y aumentada de un proyecto totalitario regresivo en forma de ley de «memoria democrática.»
Es sabido que el procedimiento de reforma constitucional es muy complejo y, de momento, no podría prosperar siendo como es la composición del arco parlamentario, pero el proyecto diabólico de quienes saben que no podrían lograrlo por los cauces legales establecidos es tan inteligente como preocupante: según ellos, si el vigente orden constitucional surgió «de la Ley a la Ley» (por primera vez en la historia de España, por cierto), debe tener necesariamente el vicio de origen de su procedencia legal franquista y, por tanto, su nulidad debe ser radical ab initio, de manera que no hay por qué respetar el procedimiento legal de reforma porque ese procedimiento también está viciado de una nulidad radical de origen. Inútil decir que se trata de un argumento perverso, pero sí asegurar que es susceptible de alentar a quienes pretenden alterar la Historia («madre de la verdad» -y no al revés- según la maliciosa sagacidad de Miguel de Cervantes) para tratar de convertir en victoria su inapelable derrota.
Como mi militancia en un partido político apenas duró 6 días de los más de 28000 que he vivido hasta hoy, no sé si los políticos más o menos mediocres de nuestro centro-derecha son capaces de comprender lo que hoy está en juego, que es mucho, porque los veo más inclinados a dirimir disputas intestinas inanes que a tratar de poner fin a una amenaza que tal vez sean incapaces de percibir, enfrascados como están en temas secundarios, irrelevantes e incluso a veces infantiles.
A fin de cuentas, no hay que engañarse: los países acaban teniendo los gobiernos que su oposición se merece y me temo que la oposición actual me induce a pensar que aunque lo peor se vea venir de lejos para quien no tenga anteojeras, al final acabará sucediendo, porque Quien en última instancia podría evitarlo no parece estar por la labor ni parece que se Le espere.
Delenda est Hispania.
*Embajador de España
11 diciembre 2021
Blog: generaldavila.com