En «Mediocridad y delirio», Hans Magnus Enzensberger afirmó que «la casta política ha perdido el contacto con sus bases … Los políticos se sienten ofendidos por el hecho de que la gente muestre cada vez menos interés por ellos, pero más les valdría preguntarse por las razones de esa pérdida de interés. Creo que los partidos políticos son víctimas de un autoengaño por cuanto operan con una definición errónea de la política … El núcleo de la política actual es la capacidad de autoorganización, que empieza por los temas de cada día: el educativo, el de los alquileres, el del tráfico. Cualquier interés, incluso el de índole más privada, se articula políticamente en grupos organizados. Hoy se alzan frente al Estado numerosísimas agrupaciones y minorías de todo tipo; no sólo las viejas organizaciones como las sindicales, religiosas o mediáticas, sino también las deportivas … las de homosexuales, traficantes de armas, automovilistas, discapacitados, de la tercera edad, objetores fiscales, divorciados, ecologistas, etc. Todos ellos están en condiciones de constituir diez mil instancias de poder en nuestra sociedad.»
Lamento la extensión de la cita pero pienso que puede aclarar algunas de las ideas que me propongo exponer a continuación.
Básicamente,el hecho es que, en los países democráticos, cada vez más votantes están hartos de que se pretenda desacreditar hechos incontrovertibles que desmontan el discurso dominante políticamente correcto; lo están porque su experiencia cotidiana choca con el relato que pretenden imponerles determinados partidos políticos, medios de comunicación y grupos de presión beneficiarios del negocio dela distorsión de la realidad para favorecer sus fines. En resumidas cuentas, cada vez son más que los votantes que rehúsan ser tomados por imbéciles a los que hay que enseñar cómo comportarse, cómo pensar adecuadamente y cómo ser ciudadanos democráticos respetables aunque las enseñanzas que pretenden imponerles choquen frontalmente con sus principios y convicciones.
El cambio de paradigma político ya se ha producido en sociedades tan distintas y distantes como la estadounidense, la austriaca, la brasileña, la húngara y la italiana y es previsible que se produzca en muchos otros países, porque cuando las propuestas los partidos políticos tradicionales no ofrecen soluciones a los auténticos problemas de sus antiguos votantes están incubando el surgimiento de otros partidos que sí son capaces de abordarlos con decisión sin dejarse someter a ese asfixiante corsé de la corrección política que impide afrontar el fondo de los problemas.
Como señala acertadamente el pensador alemán en la obra antes citada, «la casta política ha perdido el contacto con sus bases» y eso se ha traducido en una sustitución de propuestas para solucionar temas cotidianos (el educativo, el de los alquileres, el del tráfico, el de la inmigración, el del paro) por enunciados programáticos vacuos de traslación a la vida cotidiana: la llamada «violencia de género», que afecta a un porcentaje insignificante de la población, los supuestos males del «cambio climático» que son pretexto para negocios inconfesables, la desmemoria histórica, la aceptación acrítica y lanar de religiones atávicas y la dictadura minoritaria pero estridente de la LGTBI, con el denominador común de que de tales mamandurrias viven subvencionadas muchísimas personas encuadradas en asociaciones tan improductivas como superfluas.
Acemoglu y Robinson acuñaron el término «minorías extractivas», y, entre nosotros, Manuel Conthe ha aplicado el de «mayorías extractivas» a los más de 9 millones de jubilados que el progresivo alargamiento de la vida ha convertido en subvencionados; sin negar su premisa, yo pienso que en las sociedades occidentales se han ido formando mayorías extractivas cada vez más numerosas de personas que reciben subvenciones con los más variados pretextos: son las diez mil instancias de poder en nuestra sociedad que menciona Enzensberger. ONGés y asociaciones de todo tipo que empezaron financiándose a sí mismas pronto descubrieron el mecanismo de sustitución que ahora les permite florecer a costa del Erario, es decir a costa de los impuestos que pagan conciudadanos productivos que no necesariamente comparten sus objetivos supuestamente humanitarios y, en ocasiones, los rechazan de plano.
Lincoln observó que «se puede engañar a todo el mundo por un tiempo y a algunos siempre, pero no a todo el mundo todo el tiempo»; pienso que las próximas citas electorales lo confirmarán.
Melitón Cardona. Embajador de España
Blog: generaldavila.com
9 enero 2019
Excelente, como de costumbre, Señor Embajador.
El título de «Mediocridad y delirio», de Hans Magnus Enzensberger, que cita, resume y explica la situación concreta que vivimos, y la «calidad» y nivel intelectual de quienes se nos han colado por el tragaluz del tejado, que ni siquiera por la puerta de atrás (puerta al fin y al cabo, aunque esté pensada para el servicio), y nos da una idea de lo que se puede esperar de ellos. Modestamente, creo que España, ni a nivel interno, doméstico, y menos aún por su prestigio y solvencia de cara al exterior, merecía esto.
Porque si hemos de admitir que a nivel general en Europa, los políticos están ya muy desgastados en cuanto a prestigio y solvencia, el caso de España es sencillamente patético, por el comportamiento durante los últimos cuarenta años, los de la democracia, y por el aquelarre en que ha devenido todo eso de unos dos años a esta parte. Nunca mejor dicho eso de «a río revuelto, ganancia de… (pícaros y sinvergüenzas, en este caso)».
¡¡¡Viva España!!!
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El problema Sr. Embajador, como muy bien ud. refleja, no es España ni la sociedad Española, sino la casta de indecentes políticos que padecemos.
Esperemos que para el bien de nuestro futuro, esto que se ha dado en las últimas elecciones de Andalucóa, nos quite la venda de los ojos, y a partir de ahora digamos lo que sentimos, no solo en la barra del bar, sino en las urnas, sin temor, ni al voto útil, ni al voto del miedo.
Un saludo
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Reblogueó esto en Blog personal de Diego Jesús Romero Saladoy comentado:
En “Mediocridad y delirio”, Hans Magnus Enzensberger afirmó que “la casta política ha perdido el contacto con sus bases … Los políticos se sienten ofendidos por el hecho de que la gente muestre cada vez menos interés por ellos, pero más les valdría preguntarse por las razones de esa pérdida de interés. Creo que los partidos políticos son víctimas de un autoengaño por cuanto operan con una definición errónea de la política … El núcleo de la política actual es la capacidad de autoorganización, que empieza por los temas de cada día: el educativo, el de los alquileres, el del tráfico. Cualquier interés, incluso el de índole más privada, se articula políticamente en grupos organizados. Hoy se alzan frente al Estado numerosísimas agrupaciones y minorías de todo tipo; no sólo las viejas organizaciones como las sindicales, religiosas o mediáticas, sino también las deportivas … las de homosexuales, traficantes de armas, automovilistas, discapacitados, de la tercera edad, objetores fiscales, divorciados, ecologistas, etc. Todos ellos están en condiciones de constituir diez mil instancias de poder en nuestra sociedad.”
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