Londres es la capital del mundo. Quién no ha estado allí no ha estado en ningún lugar. Londres no es el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ni tampoco Inglaterra, pero nos entendemos. Es tantas cosas a la vez que decir Londres es como decir la Reina. La Reina es la del mundo, anglosajón y del bárbaro. Habla inglés y solo ese idioma, el suyo (al margen de ser políglota), hecho ahora de todos, no admite imposición ni que le hagan hablar otra lengua. Ellos imponen la suya, en Europa también, aunque se alejen de Europa.
Ha muerto la Reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Quizá haya sido la Reina del mundo, como Londres es el centro del mundo.
Son apreciaciones. Puede.
Es difícil entender a este pueblo que es lo que es y lo que no es, siempre suyo; y suyo lo de todos; aunque hayas vivido en Londres nunca serás de allí, pero irá siempre contigo. Querrás volver. Hay alguno que los critica, pero le gustaría ser, si no inglés, como un inglés.
Después de pasar una larga temporada en Londres leí el libro de Julio Camba Londres. Debería haberlo hecho antes de ir. «Un inglés es un inglés, y no podrá ser otra cosa. Aunque viva medio siglo en el extranjero seguirá siendo inglés».
Camba se había adelantado al Brexit y explicado lo que muchos se empeñan en no entender y envidiar a la vez.
El libro comienza describiendo su llegada a Londres y el encuentro con el primer guardia inglés. Todo lo que ustedes no leerán estos días queda dicho en la descripción del policeman de Camba. Él penetra en los personajes. Ahora vamos a hartarnos de leer sobre la muerte de la Reina; ahondar es otra cosa.
Dice Camba:
«El guardia, situado a la puerta de la aduana, ofrecía un aspecto imponente. Era inflexible, majestuoso, formidable. La lluvia resbalaba por él como por un edificio. En la aduana de Newhaven, a la entrada de Inglaterra, aquel guardia parecía una de esas figuras alegóricas y decorativas que, en el pórtico de un palacio, nos imponen, antes de entrar, una actitud de respeto y acatamiento».
¡Cuántas conclusiones podríamos sacar de estas palabras! Está usted en Inglaterra.
Por eso ahora que el puente de Londres ha caído el mundo se estremece. Parece un símbolo. ¿Derruido?
Ha muerto la Reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte: ha muerto la Reina. Así, sin más. Una muerte que, aunque sea muerte, es más que la de una generación, más que Isabel de Inglaterra, como es conocida. La Reina es todo el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y medio mundo más.
Londres y Buckingham, lugares donde siempre hay un rincón donde cobijarte, para conspirar, o soñar, comerciar, no hacer nada o hacerlo todo, incluso huir de ti mismo y del mundo para refugiarte en ese clima tan inglés. Ni el clima te admite, pero a nadie le importas. Siempre que seas nada serás libre. Allí la libertad no es un privilegio, sino una forma de ser; nadie la impone de arriba abajo, no es artificial como las luces de las farolas, sino que forma parte de un sistema basado en ese concepto: libertad; de manera que quien no empuja en esa dirección, como uno más, pasa al rincón del olvido sin molestarle, pero que no moleste. La libertad la defiende el primer ministro o el guardia; a partes iguales; y si no te largan. En el Reino Unido eres libre incluso para no serlo, siempre y cuando no incordies al de al lado. La libertad empieza y se basa en el cumplimiento del deber. Esa ha sido la Reina: el deber constante, cumplirlo para su pueblo y con su ejemplo hacerlo atractivo.
Otro mundo empieza. Sin la Reina. Otro futuro ¿Unido?
Tuve la oportunidad de traer la Guardia Real Inglesa a participar con la Guardia Real española en el relevo del Palacio Real de Madrid con la asistencia de nuestros soberanos. Nuestros Reyes saludaron a todos los oficiales que vinieron con sus tropas. No hubo contrapartida por su parte, sino una invitación a asistir al cumpleaños de la Reina (Trooping the Colour). Corrección, respetuosa frialdad británica, y aceptar sus normas a rajatabla; no hubo más saludo, con característica brevedad, que al príncipe Carlos; y poco más.
Fue un intercambio fructífero y sirvió para comprobar de qué forma éramos distintos, pero podíamos marchar juntos en cerrada formación. Algo que en Europa —¡somos tan distintos!— no han sabido aceptar y comprender.
El que fue ayudante de nuestro Rey Don Felipe, el general José Antonio Alcina, narra en su libro Felipe VI. Así se formó el Príncipe heredero una anécdota que nos contaba repetidas veces y que describe muy bien el mundo Real británico y el protocolo que ahora presenciamos y que tanto nos seduce. Todos sabemos además la presencia e importancia de los perritos en el ambiente de palacio como va a quedar atestiguado.
Nuestro Rey Don Felipe después de las prácticas de navegación embarcado en el buque escuela Juan Sebastián Elcano continuó su periodo de formación como oficial de la Armada española embarcado en la fragata Asturias. Al inicio del viaje por el norte de Europa fue invitado a un almuerzo con la Reina Isabel de Inglaterra. Al arribar a Portsmouth el embajador de España entregó al Príncipe una nota con los detalles del almuerzo y el riguroso protocolo británico, de manera que, acompañado exclusivamente de su ayudante militar, debería estar en el castillo de Windsor a las 12.55 y despedirse entre las 14.15 y las 14.30. El reino de las formas es aquel que llena sus fondos con sabiduría. Después de los saludos iniciales se sentaron en una mesa para siete comensales situada en una terraza que daba a un hermoso jardín.
La Reina ocupaba una de las cabeceras con el príncipe Felipe a su derecha y el ayudante de Don Felipe a su izquierda. El príncipe Andrés y Sarah Fergusson en una banda de la mesa, y el príncipe Eduardo en la otra. Cerraba la mesa, en la otra cabecera, el secretario de la Reina.
A la hora de los postres los camareros dejaron sobre la mesa unos platitos con galletas y barquillos. En un momento, de esos silenciosos de los que se dice que ha pasado un ángel, la Reina levantó ligeramente el brazo para coger una galleta y lentamente, con sigilo, metió la mano engalletada por debajo de la mesa hasta la atura de la rodilla del ayudante de Don Felipe. Nos contaba el ayudante su sorpresa y desconcierto y, aunque nos reíamos, todos comprendíamos el mal rato que en décimas de segundo tuvo que sufrir. Se desvaneció su asombro cuando el ayudante, ya a punto de deslizar su mano para coger la galleta y así no desagraviar a la Reina, notó que uno de los muchos perrillos que deambulaban por debajo de la mesa, saltó ágilmente y se hizo con la galleta que la Soberana le ofrecía.
Todo está previsto ante un acontecimiento como la muerte de la Reina. No se trata de la rigidez de unas normas, sino la tradición de una nación que tiene arraigado en su alma alma dos cosas: tradición y libertad, lo que significa un profundo respeto a la historia que aceptan con todas sus consecuencias: ser inglés.
Su Reina es quien lo representa por ellos; y ellos son su Reina allá a donde vayan o de donde vengan.
Pronto, esperemos, por el bien de todos, el puente de Londres será levantado de nuevo.
Se necesitarán buenos ingenieros formales y formados.
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Blog: generaldavila.com
12 septiembre 2022