Hace unos días murió Stanley Martin Lee, Stan Lee. Creador de los superhéroes que, en casa, entre mis nietos, se mezclan con soldaditos de la Legión, vaqueros del lejano oeste y otros juguetes extraños para formar ese mundo imposible, o no, como el del Belén que empezamos ya a montar y donde en el mismo prado verde se juntan el lobo y las ovejas, lo patos y los conejos, junto a cerditos y pavos, ángeles y palomas, con un castillo inmenso de Herodes que nunca hay suficiente espacio para colocar.
Como la vida misma. Un juego disparatado de posibilidades imposibles con el que pasa la vida en la imaginación de la necesidad, en la solución de tanto mal, de la eterna lucha entre el bien y el mal, en aquel caballo del bueno detrás del malo que nunca corría lo suficiente. Nada ha cambiado. Los niños se quedan absortos en los dibujos animados, quizá porque todavía están muy cerca del mundo del que vienen, y de los héroes del bien, quizá porque pronto intuyen su necesidad. Los viejos también sueñan con sus héroes, desde esas ventanas de los Centros de Mayores, de las tristes residencias donde vamos a parar cuando ya no servimos y damos la lata, cuando ya se acaba todo, lo poco que teníamos de héroes. Pero allí, seguimos buscándolos, Supermán, Hulk o Spiderman, aunque en este caso no es necesario que se disfracen. Son su hijo, la hija, un nieto, ese con el que jugaba a héroes imposibles. Esperan, los esperan. Es la permanente mirada por la ventana, a la puerta de entrada, que no retirarán hasta ver por ella a su héroe que viene a visitarle.
Es La Iliada de la vida, donde se cobija todo, donde está todo narrado. Aparecen los malos y los buenos, héroes y villanos, la imaginación y la realidad. Stann Lee nos ha resucitado La Iliada con héroes actuales, con sus pasiones, sus virtudes, sus temores y su fe en ellos mismos. El guión lo pone cada uno de nosotros, pero si entre nosotros hablásemos veríamos que para todos es lo mismo. No deja de ser la nueva lectura de un libro eterno, escrito en el imaginario de la vida, de la de todos, desde los iniciales dibujos animados hasta la vuelta al lugar de dónde venimos, esperando antes el abrazo de los que dejamos. Todos somos héroes y no de película, sino de una realidad que empieza y no sabemos si acaba.
Lo cotidiano y la necesidad de plegarte a las razones humanas hace que se plieguen también los héroes. Se les ve muy de vez en cuando. Casi nunca, porque miramos poco al cielo. Pero vuelan y allí están siempre. A nuestro lado.
Esta era la crónica cotidiana de la actualidad y me he ido por donde no quería. No sé como terminar. Empecé de una manera que nada tiene que ver con el final. Quizá sí. Porque hoy quería hablarles de héroes muy corrientes y normales. Porque entre tanta miseria y esclavismo, entre tanto sometimiento humillante al poder establecido, de cualquier manera, en estos días han surgido esos héroes de los que realmente yo quería hablar. Son un juez y un abogado del Estado que han dicho ¡basta!, y se les ha caído el equipo. Decir eso a “estos” es jugártela; porque «estos» son los malos de la película y tienen el poder. Y los héroes cotidianos, como el juez y el abogado (nosotros), no tienen traje para volar, ni tela de araña, ni martillo, ni nada de nada. Y lo que tienen es honradez, vergüenza y dignidad, ese traje, que es el de todos los tiempos, aunque no se vea, pasará, como en la Iliada, que les salvará. Porque a la postre, como en la vida, como al final de la vida, lo que vale y cuenta es la moral, la verdad, la dignidad, la honradez, y saber volar.
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Blog: generaldavila.com
24 noviembre 2018
