Era una fría mañana de octubre a finales de los años noventa en unas de las muchas maniobras que el Legionario de primera Aníbal Snoid Muguruza contaba ya en su dilatado haber.
Aquella mañana aún sin nacer esperaba su bautismo con los primeros rayos del alba, más no parecía mostrar mucha más generosidad de la que la precedieron en aquellos catorce días en el campo de maniobras de Chinchilla (Albacete).
Los miembros ateridos del legionario de primera Aníbal suplicaban una tregua al Zeus heleno, dios del firmamento, el trueno, el agua y la lluvia…¡Aquella gélida, astifina y ladeada lluvia torrencial que ya parecía de la casa!
Catorce días a remojo bajo aquel incesante aguacero, transportaban a aquel legionario de primera a la piel de cualquier marine de la 101 aerotransportada patrullando el delta del Mekong en el sudeste asiático en plena estación monzónica.
El legionario de primera Aníbal maldecía su suerte en aquel momento. Sabía a ciencia cierta que si había algún lugar indeseable en el mundo por antonomasia en aquel momento y aquel día, era sin lugar a ninguna duda aquel pozo de ametralladora en el que estaba sumergido donde el agua le llegaba hasta las pantorrillas.
Los pies no sabía si le pertenecían aún o eran una parte más que hacían masa con aquel fango manchego que le trepaba en forma de escalofrío hasta la mismísima coronilla y que no le hacía sino aludir a aquel comienzo de tan afamada obra que tenía por autor a nuestro ilustre manco de Lepanto, que de aguas otro tanto sabía y cuyas insignes andanzas del Hidalgo caballero de la triste figura comenzaba narrando así…”En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”
Ni él mismo quería acordarse pensaba Aníbal para sí, seguro que cuando escribió aquello Miguel de Cervantes debió haber estado en algún sitio no muy distinto para describir aquellos lares de tal forma solo que allí se encontraba él, en aquel pozo de tirador de un metro cuadrado con su proveedor de reemplazo y aquella humedad calada hasta los huesos que se había convertido a esas alturas ya en su sexto sentido.
Los primeros rayos de sol empezaban anunciar el comienzo del nuevo día que de nuevo no tenía nada, idéntico en el pluviómetro por no ver acaecer el más mínimo atisbo de cese alguno de aquel diluvio.
Las órdenes se esperaban por radio pese a que la consigna dada era de que el ataque sería al amanecer, pero allí la radio seguía muda y Aníbal y su proveedor, esperaban deseosos la más mínima señal de frecuencia para acabar con aquello con la misma ansiedad que todos esperábamos el gol de Señor en el 12-1 a Malta, el frío y la humedad les tenía completamente atenazados.
De repente la señal llegó pero no era la esperada.
-Mike-1 a tizona-2, el ataque se pospone al menos una hora, seguid a la escucha a la espera de instrucciones. Cambio y corto”.
-Aquí Tizona-2, recibido.
El ataque en efecto se retrasaría al menos 1 hora…una tras otra más como se sucedieron hasta que la bandera al completo tomó las posiciones indicadas y las cuales el barro y la lluvia, dificultaban en exceso por ser ardua tarea por tan resbaladizas y empinadas lomas.
El legionario de primera Aníbal recibió la noticia por radio no sin gran pesar pero ese malestar se le pasó al segundo, resignándose consolado por la natural habitualidad de que nada sale como se espera y la verdadera virtud del legionario, reside en adaptarse al terreno y las circunstancias con ávida diligencia por ser el primer rasgo idiosincrásico de su espíritu combativo. Estaba curtido en innumerables maniobras y aquel trance como muchos otros, solo era cuestión de aguantar el tipo y tirar de los estribos de la ansiedad diciéndose a sí mismo, “no hay mal que cien años dure”…¡Pero aquel mal daba la sensación de empezar a rozar el siglo!
En uno momento dado, el legionario de primera AnÍbal invitó a su proveedor a relajarse y resguardarse debajo del poncho extendido que les hacía de tejabana.
Desde su pozo podía observar como el resto de compañías hacían lo imposible por alcanzar sus respectivas posiciones pero el terreno no cedía y menos lo hacían el resto de legionarios y lo que en apariencia parecía una pendiente asequible, con insidia se convertía en un ochomil a la altura de Juanitos Ollarzábal y Edurnes Pasabán de modo que por un respiro a su sufrido proveedor, poco podía importar por resultar intrascendente.
Hasta el propio Aníbal se relajó. Harto de su casco kevlar que solo le filtraba el agua por el mismo sitio colándose por su chaleco antifragmentos, se desprendió de él y apilando con cuatro cantos tan calizos como generosos les dispuso a modo de mojón como en el que en su serranía burgalesa, hacía las veces de hito topográfico para separar las tierras lindantes.
Allí apoyó su casco de kevlar a modo de asiento para preservarlo del barro y poder sentarse sin tener al menos por unos minutos aquel fango por incómodo cojín que ya le impregnaba hasta las orejas.
En un momento dado, su proveedor pareció dar una cabezada sin constatarse agotado por la marcha nocturna con todo el equipo, pero Aníbal no le reprendió ni despertó.
Aquellos muchachos de reemplazo eran la esencia de la que se había nutrido La Legión durante décadas y aquella “vidilla” y vista gorda propia del cabo diestro en la “mano izquierda”, de buena gana se la concedía por empatizar Aníbal de forma muy efusiva con aquellos “legías” bisoños.
Así fue como empezó Aníbal su andadura legionaria en el IV Tercio y por ello, les trataba con sumo cariño por verse él reflejado en no muy distinta tesitura en unas maniobras también harto pasadas por agua, cuando formaba parte del pelotón de morteros de la tercera compañía de la X bandera.
Tras una marcha nocturna muy similar, la comitiva de la plana de bandera fue a refugiarse del viento que arreciaba con litros por galones en ese tramo de la noche justo al lado de su pelotón.
El entonces joven legionario Aníbal, sacó de su mochila unas galletas y tableta de chocolate de su ración de desayuno que cautelosamente había guardado.
El por entonces Teniente-Coronel Enrique Alonso Marcili jefe de la X bandera, veterano del Sáhara y uno de los integrantes que participó en la acción de Tifariti, posó su mirada en él no sin vana interpretación por parte del legionario, que no pudo sino alargar su mano en un ademán ofreciendo parte de su paupérrimo condumio a quien con hambre voraz pero temple de auténtico oficial, observaba sin obligar a nada.
El curtido Teniente-Coronel, haciendo gala del famoso lema de aquel afanoso genio y también soldado de infantería llamado Calderón de la Barca, sin pedir ni rehusar asintió al gesto del joven legionario que le observaba como lección de historia viviente a lo que el oficial no parecía percatarse, pues si bien dice el dicho que “picha dura no creé en Dios”, para menos menesteres está el estómago que ruge vacío que no sea otro que el llenarlo con lo menos y de sumo agrado aceptó sin rechistar.
Aquel tipo lejos de hacer ostentación de su rango, hacía gala del más ultracampechanismo que pareciera en algún momento que trataba con mi compañero de litera que no con mi jefe de bandera y eso es un rasgo intrínseco tan solo, del que desde el lado de las estrellas no le es ajeno el hedor a galeras por haber remado en convulso mar a la par que sus galeotes.
Tras roer porque para masticar no era lo poco que repartimos, le dirigió una mirada de complicidad al legionario convidante y se dirigió a su operador de radio diciéndole en tono irónico:
-Cabo, anote el nombre de este legionario pues no es sino digno de ser propuesto para la próxima laureada.
El Teniente-Coronel Marcili, se incorporó acto seguido para después decir con voz firme y tan campechana como tenía costumbre:
-Proseguimos la marcha y no os preocupéis, siempre que llueve escampa ¡Pero está puta lluvia de los cojones parece empeñarse en ser la excepción!
Aníbal siempre copiaba de sus jefes lo mejor y él ya altivo legionario de primera, de sobrada manera aprendió por sus docentes, que no descansa sino el subordinado mejor su vista en el ejemplo, que la sobrecarga del rango que obliga porque lo que se ordena se obedece pero lo que se ve, se imita.
Mientras su proveedor planchaba la oreja de forma exígua, en un momento dado un pequeño destello producto del primer rayo de sol que aduras penas se coló entre todos aquellos nubarrones de color plomizo y produjo un reflejo. Era su abollado cacillo de aluminio que hacía de receptor posado con un café “a la esquimala” junto al casco de su morfeo acompañante el que hizo casi de opaco cristal en el que Aníbal pudo distinguir su propia silueta. Un semblante con poblada barba y facciones desgastadas por el cansancio en una imagen difusa pero muy nítida en la mirada de Aníbal.
Su joven rostro miró como por inercia al flanco derecho que le solapaba y por cuestión táctica aquel día, el puesto de mando de la compañía se alzaba a unos ciento cincuenta de metros por encima de su pozo a la derecha y una imagen reveladora le tradujo el verdadero peso que recaía sobre él en ese momento en teoría irrelevante pero que no era sino historia silenciada de la vieja Iberia, que se sumaba a la contada en alto con la resignación del que bien mandado y mejor obedecido, acepta el papel secundario que le toca interpretar.
Su mirada quedó clavada en el banderín de la primera compañía apenas distinguible por su tamaño, pero visible a leguas ha de magnificencia. Ondeando aun empapado como lo más altivo que puede mostrar algo inerte, pero pardiez que aquel banderín pareciese tener vida propia.
Las aspas en negro de San Andrés, sobresalían por encima del campo heráldico en rojo ribeteado en oro como aquel que se le saltan los ojos de las cuencas.
No era cualquier banderín ni cualquier compañía, era en teoría la compañía más antigua de La Legión de la I bandera y aquel banderín con vida propia, era consciente y lo sabía y como tal se comportaba.
Aníbal volvió su mirada al pozo dónde descansaba su proveedor, incrédulo por creer que el cansancio fuere capaz de hacer dormir a alguien tan plácidamente abrigado tan solo por el barro.
Ahora ya no veía aquel traje mimetizado como tal, ni sus botas, ni su correaje israelí, ni su ametralladora MG. Se vio por unos segundos con unos pantalones de pata ancha y bombacha. Su chaleco era un jubón y sus botas, hacían de dos medio par por los pies al aire por cuero falto en ellas perdido por medio mundo defendiendo a un rey que siempre les olvidaba, luchando por el verdadero Dios que mucho no los acompañaba pese a que jamás les abandonaba.
Haciendo del menos lujo la mayor galantez por el que a pie quedo soportaba todo por ser intrínseco en su ADN.
Una galantez que certifica, que si noble es la milicia, no es muy cuantitativa si en lo de hacerse rico se refiere. Aníbal miraba como de su pecho, colgaban doce apóstoles que eran doce sentencias de muerte, doce pasajes gratis para irse allá con Lutero sin pasar por taquilla de Caronte. Doce cartas certificadas con invitación para el más allá, con su cuerno de tubilla repleto de pólvora por si pasaban de la docena y su faltriquera con pelotas de plomo esperando encontrar flamenco y siniestro fin.
Su ametralladora MG, tornaba en forma de tosco y rudo arcabuz con serpentín y espoleta, y el bípode no era sino la horquilla clavada para apoyar semejante armatoste.
La lluvia que arreciaba ahora con más fuerza, devolvió a Aníbal a la visión normal, pestañeó y se frotó la cara y volvió a la realidad para verse de nuevo envuelto en aquel traje mimetizado que era un barrizal andante.
Miró su reloj y dio en el hombro a su proveedor:
-Vamos cachorro.
Le invitó a incorporarse con un guiño de ojo y presto el legionario, al despertar entendió de forma automática que era hora del deber y en tres segundos estaba en su posición indiferente al cansancio y profundo sueño que le poseía apenas hace unos segundos.
Aníbal tomó su casco kevlar pero antes de ponérselo lo observó con meditado cuidado, como incapaz de poder absorver con la mirada tanto como se reflejaba en aquel casco con funda mimetizada imposible de brillar.
Pudo ver en el ciego reflejo, que ese temple de hombres que todo lo soportaban menos que les hablasen en alto, era el mismo que había acompañado en el asedio de Haarlem, en el cruce por las gélidas aguas del Elba a nado para triunfar en la otra orilla de Mühlberg. En Castelnuovo mostrando que la ética hispana, solo concibe el vencer o morir en el intento y que en el arte de rendirse, la fiel infantería de los Tercios Viejos, no poco sino nada tenemos con lo que aleccionar en esas paganas lides de la hombría, pues solo hablamos de rendición una vez muertos.
Veía reflejado el orgullo en el centro de Rocroi, con un solo cuadro ya en pie pero tan recio y cerrado, que no pareciere sino muralla humana erguida de picas, esperando insolentes la derrota a pecho abierto, pues nunca en ella nos dejamos ver la espalda y si buenos fuimos mostrando el rostro de frente en la victoria, mejor lo fuimos cuando pintaban bastos con la suerte más que echada.
Aníbal observó todo eso y se colocó su casco y se dispuso en su puesto de combate.
Comprobó la tapa de la ametralladora y la munición engarzada.
Como si celosamente siguiera soplando la mecha anudada a la muñeca para el serpentín.
Mientras esperaba la orden por radio, el joven legionario comprendió el origen de su génesis, cuan era el peso de la historia que recaía sobre él.
Cinco siglos entre el todo y la nada pero allí estaba él, como aquellos a los que prosiguió en formas y por aquel fango hasta la cintura, parecía emular también en las maneras.
Empapado en barro manchego que otrora llevase salitre holandesa pero que bien pudiera haber sido de cualquier otro confín del mundo, pues no había tierra lejana sin huella de castellana bota cosida.
La humedad, cuando se trata de buscar abrigo al calor del cuerpo del infante, no entiende de siglos y no sería muy distinta la gélida sensación que sentía Aníbal ni diferiese mucho, de la que sintió su tío abuelo en la campaña de Rusia en un sector llamado krasny-Bor… pero aquello era harina de otro costal, óptima en lo adverso pero en lo traducido idéntica aunque con muy distinto avatar.
Y esa era mi deber y legado, aquello era el cometido cuya obligación mía era preservar y traducir en el día a día.
Hacer menester en lo que nadie quisiere allí donde nadie en su sano juicio fuere.
Siendo un nómada sin hogar, porque su hogar estaba allí en cualquier punto cardinal de la adversidad con todo su patrimonio a cuestas.
Aníbal entendió en ese momento, el peso de la historia que pesaba como una losa sobre sus hombros entonces por la responsabilidad de estar a la altura pero nada temía ya, el Credo Legionario hacía tiempo le había abducido y sin saber de ganar nunca, aprendió a no rensirse siempre y sabía que en su mundo legionario, uno solo era lo que hacía en función de lo que era capaz en obediencia con respecto a lo que el corazón propio dictaba, y la fe legionaria solo conducía por lo sublime del camino pavimentado sobre lo justo, y allí en ese recodo de firmeza… Aníbal sentía que cogía al mundo por los huevos.
Se ajustó su morrión de kevlar y de repente se oyó la señal por radio:
-A todas las compañías, ¡Ataque Legión!
La MG empezó a cantar con el alza dispuesta a 1.200 metros.
El sector asignado era barrido de lado a lado con total diligencia, como siguiendo un guión predefinido que tantas veces hubiera interpretado.
Aquel era nuestro oficio.
Aníbal nunca había entrado en combate pero esa era
su profesión. Era un profesional de la muerte, de la muerte del de enfrente y para eso le instruían pero también es sumamente cierto, que si bueno es el legionario en la muerte ajena, cuando se trata de la propia, se convierte en un verdadero y consumado artista.
Nadie lo quería ser pero alguien tenía que serlo.
Nadie lo quería hacer pero alguien tenía que hacerlo.
Cuando todos se marchaban a nosotros nos tocaba llegar.
Fuimos y somos lo que somos, gritando al matar y muriendo en silencio, como aquel sabeedor de que su conciencia será su único testigo y con eso le basta. Consciente de que será un héroe mudo a los ojos de aquel para el que pelea el bien con lo más preciado que tiene, la propia vida, la vida del que sabe morir por otros, en definitiva…
¡LA VIDA DE UN NOVIO DE LA MUERTE!
Cabo Caballero Legionario Aníbal Snoid Muguruza
Tercio Gran Capitán I de La Legión
I bandera 1 compañía
Blog: generaldavila.com
29 MARZO 2020
Magnífico relato, Cabo Caballero Legionario. Comparto.
¡VIVA LA LEGIÓN!
¡VIVA EL REY!
¡VIVA ESPAÑA!
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FANTASTICO RELATO, DE LO MEJOR PUBLICADO.ENHORABUENA AL LEGIONARIO
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Fabuloso. Sublime. La piel de gallina…
Gracias por compartirlo
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Buenos días, todos. Casi de cine, letras hechas imagen.
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Un legionario no es sólo eso, que ya es mucho, un legionario cuando abre su corazón y escribe es también un poeta.
Legionario Aníbal, ha sido para mí un orgullo, poder leer su interior, la Legión puede presumir de Ud., es un ejemplo para todos.
Hoy empiezo el día contento, al saber que existen legionarios de su categoría. Muchas gracias por su lección de hombría de bien.🇪🇸🇪🇸🇪🇸
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Magnífico y emocionante relato.
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Magnífico mi General. Los pelos como escarpias por el relato
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Atentamente y con el respeto que se merece el BLOG
La Legión es el espíritu de aquel bravo acontecer
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La Legión es el espíritu
De aquel bravo suceder,
Por eso los que la sienten
Se duelen con este hacer.
Al ver que a su fundador
Lo ultrajan de esta manera,
Los enemigos de España;
Prostitutos que reniegan.
De los valores sagrados
De aquellos que dieron todo
Ofreciendo su propia vida
Con abnegación y decoro.
Y con el sublime ideal
De darle a España respeto,
El mismo que han arrancado
Estas bandas de jumentos.
No quiero ofender al burro
Por significar su nombre
De esta forma tan bestial,
Tan mostrenca y tan innoble.
Que atenta contra el honor
De los que lo llevan dentro
Con el orgullo que obedece
A los nobles sentimientos.
La voz de a mí La Legión
Es una palabra hiriente
Para aquellos que la odian
Tan vil y cobardemente.
Es una palabra llena
Del espíritu sagrado
De los que entregan su vida
Con nobleza de soldados.
Por eso que la desprecian
Los políticos nocivos
Y otras clases de cabrones
Con los cuernos retorcidos.
De esta España temporal
Que distorsiona su historia
Auspiciando el anarquismo
Que promueve la discordia.
El desacato y la sinrazón
Que estimulan el separatismo
Librando a los criminales
Que siembran confusionismo.
Si Franco y Millán Astray
Levantasen la cabeza
Se volverían a sus tumbas
Con mortajas de vergüenzas.
En el 2.010 arrancaron la estatua de DON José Millán Astray, antes fue la de Franco, mañana será la de otro, y NO la de un cobarde, porque nunca atentarán contra uno de los suyos. Cualquier día les va a dar por desclavar los pantanos que gracias a ellos se han hecho medio ricos un montón de las llamadas izquierdas, sobre todo en Extremadura y Andalucía; y encima lo desprecian más que en otras partes de España, ironías de la vida.
Día 6 de febrero de 2010, Autor. Cabo 1º Legionario Rogaciano Goana Nelson
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Impresionante relato. Un ejemplo a seguir. ¡VIVA LA LEGIÓN!
¡VIVA EL REY!
¡VIVA ESPAÑA!
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¡¡¡Muy bonito!!!
Pura narración poética de un soldado de la eterna infantería española.
Poesía a veces poco inteligible.
Como corresponde al alma de un legionario.
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Precioso el relato, emocionante y bien narrado.
Gilberto García y López. Cabo 1º de Ingenieros (Licenciado)
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Con permiso de Vuecencia, mi General. Desde el soldado raso al General siempre podemos encontrar esa poesía que promete, y que lleva dentro de su corazón todo soldado, inspirada en el amor a la Patria (España). ¡Arriba España y viva La Legión!. Julio de Felipe
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