LEYES PARA EL ENFRENTAMIENTO CIVIL, HISTÓRICO Y MILITAR Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Ley de Memoria Histórica

Ley de Memoria Histórica, que no se llama así —a ellos mismos les avergonzaba el nombre—, sino Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura.

Perversión de ley. La ley no debería ser necesaria si la sociedad fuese justa, equitativa y racional, y para ello ha habido gobiernos de uno y otro lado, de perspectivas distintas ante una única historia, que han debido actuar con esa justicia y equidad que obliga a reparar todo aquello que lo exigiese, ya fuese perdón o reconocimiento, algo en lo que todos estamos de acuerdo. ¿No lo han hecho?

Juan Negrín Cabrera

Porque yo recuerdo que el año 1995 mediante acuerdo transaccional entre el Estado y los herederos de Negrín estos recibieron del Estado español: 287.000.000 de pesetas, «y así evitar toda controversia o litigio judicial que llevaría implícitas evidentes y grandes dificultades». ¿Dificultades? El tema era según aludía el acuerdo «Como consecuencia de la incautación y administración judicial de 105 bienes integrantes de la herencia de don Juan Negrín Cabrera, durante el tiempo en que estuvieron en esta situación por aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas». Alguien debería aclarar el asunto de acuerdo político tan costoso para todos. ¡Menuda reparación!

Pero la historia como tal es otra cosa y contarla es necesario. Con verdad y sin odio.

Tuvo que venir un indefinible personaje, y su sucesor, a implantar de nuevo el enfrentamiento, la división y escribir una historia, que desconocen, para lo que dieron orden a manipuladores de su redacción.

Ahora ante la escasa penetración de sus mentiras, del odio que quieren inyectar, recurren a ahondar en el tema, más y más dañina ley — ¿Memoria Democrática?— que es fuente de votos entre los rescoldos que nunca han querido apagar. Vuelven a la carga con otra ley que acrecienta la división y se acerca a la inquisición intelectual que padecerán, incluso con la cárcel, aquellos que escriban fuera del dictado del dictador.

En fin que reparar, lo que se dice reparar, pues eso, a Negrín, ahí es nadie. La historia nada tiene que decir, pero no callará. Tarde o temprano resurgirá.

Estas cosas de la reparación histórica son como lo del Descubrimiento. Obedece al poderoso dinero de malos incultos que las lanzan y a los tontos incultos que las reciben, y entre medias está la pasta de quienes con ello viven, y muy bien.

Miren la verdad de esta historia que unas leyes sectarias quieren imponernos es la de un Rey, Alfonso XIII, que expulsaron de España y declararon reo de delito y así, de camino, desaparecía de un plumazo (o de un balazo): la Corona.

Expulsado y perseguido. ¿Por qué? Eso no lo cuentan tal y como fue: convirtieron unas elecciones municipales en un plebiscito. Es decir como si las últimas elecciones autonómicas en Madrid ganadas por Isabel Díaz Ayuso las convirtiésemos en eso, un plebiscito en España, y la hiciésemos presidenta del Gobierno o incluso reina. Eso es lo que ocurrió en 1931 que se llevó puesto a un rey y a la Corona entera, a pesar de haber perdido los republicanos. Claro que para aquella izquierda el voto no era igual, que unos valían más que otros. Muy propio. Después la cosa se amaña con una buena propaganda, agitprop incluido, bien aderezada, una nueva Constitución y a correr. Así fue entonces. ¿Volverá a ser así? Si el curso de la historia, de aquella historia, hubiese sido otro, hoy sería otra España, o lo estaríamos contando de otra manera. Como puede ser que dentro de unos años sea otra España, otro nombre, otra manera.

Hoy lo que es, y no lo que se cuenta, es que echaron al Rey y se montaron una República. Los del Pacto, el de San Sebastián, y así hasta que en el año 1934 como había ganado la derecha, o sea, los que no habían firmado el Pacto, el de San Sebastián, como ahora, «a esos ni agua», pues dieron un golpe de Estado.

Que la derecha no gobernase era el pacto, y el golpe de Estado, y para que no hubiese dudas, cuando vieron que eso no se cumplía, de nuevo convocaron sus elecciones, estas sí, republicanas, pero menos, sino suyas y para ellos, y engañaron de nuevo; y no ganaron, pero como si ganasen. Porque mandó la calle, la suya, la guerra callejera, tanto que hasta las fuerzas de seguridad, varias y distintas, que eran la policía, o sea los representantes de la ley y el orden, que deberían hacerla cumplir y cumplirla, asesinaron al líder de la oposición y se quedaron tan a gusto porque hasta se retiró de su pesquisas al juez que le correspondía investigar; y no hubo más. Hubo que se habían quemado iglesias y asesinado a curas y monjas, y a cualquiera que diese indicios de cultura religiosa o no, sino de otra, pero cultura. A tiro limpio por las calles era la forma que querían imponerse los nuevos ganadores. Hubo movimientos militares y avisos, y se dijo: ¡cuidado!

El crimen estaba en la calle y por nada y sin nada eras víctima del pistolón.

La Guerra

Al grito de ¡Viva la República! y el de ¡Viva España! unos militares dijeron ¡basta!, pero les contestaron que de eso nada que se disolvían las unidades y las armas para el pueblo. Claro que el pueblo al que se referían eran unos cuantos, porque el pueblo, el que es el pueblo, más bien se asustó y se quedó en casa a esperar.

Cuando ese pueblo suyo, el que ellos proclamaban, tuvo las armas, se iban a la sierra de Madrid como si fuese la verbena y la caseta del tiro al blanco y luego volvían al barrio a bailar o a dar a alguno el baile con paseíllo incluido, y en Barcelona ni te cuento, allí no se movía ni el Mediterráneo, hasta que los comunistas por un lado, los anarcosindicalistas, que se llevaban a muerte entre ellos, todos contra todos, se dieron cuenta que así no ganaban una guerra y dijeron: disciplina.

Como había pistoleros, muchos venidos de fuera, pero de oficio pistoleros, que se incrustaban hasta en las instituciones, como entre los asesinos de Calvo Sotelo, pudo imponerse una cierta disciplina de matón. Fue cuando un mono como uniforme y pistolón al cinto te convertía en jefe, y se erigieron en jefes del pueblo, su pueblo armado, y a todo el que por allí pasaba, por Francos Rodríguez, por ejemplo, o por la Castellana, se le armaba o se la armaban.

Por el otro lado, los otros, se pararon en las puertas de Madrid a ver lo que pasaba y como allí pasaba de todo y nadie abría, se fueron a llevar a cabo la aproximación indirecta, que ya caerían los de Madrid ellos solos.

Claro no podía ser de otra manera. A los primeros que mandaban o creían hacerlo, en Madrid y Barcelona, y en Valencia y en Bilbao, y otros lugares así, los anarcos se los quitaron de encima por ser sociocomunistas y entonces pusieron a otro socialista más comunista y que creían que cumpliría mejor el papel. Pero claro los había en Aragón del bando anarcosindicalista de pistolón, y en Cataluña más de esos y de los otros, más fieros. Era un lío a ver qué pistola mandaba mejor y era más rápida. C.N.T, P.O.U.M, F.A I, o Amigos de Durruti, y muchos más que menos hacían la guerra por su cuenta y siguen en ello, y son más conocidos, pero también menos porque se esconden mucho mejor.

En Vizcaya y Guipúzcoa estaban unos que hacían la guerra sin querer hacerla y eran de derechas y con capellanes castrenses, pero muy suyos y dijeron que ejército solo el suyo que lo manda el suyo «el Aguirre este nuestro que le hacemos general» y que nada de Santander, traición al canto, y se pusieron a pactar con los italianos, fascistas, muy de su cuerda, y con el Papa si necesario fuere, y los pillaron; claro.

Pues eso: un lío porque había muchos y todos eran distintos y pensaban, pero no todos, y enfrentados, en uno y otro sitio, y así no se podía hacer la guerra decían los militares profesionales de los que los milicianos no se fiaban porque mandaban y había que obedecerles.

Entonces en Barcelona no tragaban con los de Madrid-Valencia, indisciplinados decían, y se lio en las calles entre unos y otros hasta que dijeron que socialistas no, ese Largo pues largo de aquí, comunistas tampoco y anarcosindicalistas tampoco. Hasta entre ellos se mataron como al camarada Andreu. Andreu Nin. Y llegó Negrín que era de todo, era Negrín, y todo fue a peor; ¡velay!

Las cosas no pintaban oros, sino bastos, y en el Ebro un general que hasta entonces era solo jefe, pero comandante de los de Estado Mayor, o menor (depende), Rojo algo rojo, se puso al mando de tres de los del pistolón, elegidos por él,  Casado, Líster y Tagüeña y se encontró con el Ebro a la espalda y un poco más allá el Mediterráneo. Agua por todas partes. Y la tropa, pues eso, tropa, carne de cañón, que casi ninguno emigró a México y sitios así.

Se aguó la terrible fiesta y los suyos dijeron ¡basta!, nos rendimos, pero como eran distintos, que ni entre ellos se entendían, unos huyeron otros, los más, abandonaron a sus tropas y otros no supieron qué hacer. Los más jefes, de todos, los jefazos, huyeron. Valientes como ninguno su ejemplo llega a nuestros días.

Aquello fue muy duro: perder de aquella manera. Luego, además, había que contar como fue la pérdida, y es por lo que alguno no lo admite y quiere empezar de cero.

Esto fue y es la primera parte. Que cada uno lo cuente como quiera, pero alguno debe darse prisa en hacerlo porque vienen.

Son muchos y distintos y, aunque cada uno vaya a lo suyo, lo que tienen claro es contra quién vienen. A eso le llaman ley de la memoria o memoria democrática, que vaya usted a saber de lo que se acuerdan los que la redactan.

¡Velay!

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

18 octubre 2021

Blog: generaldavila.com