SALVAR AL SOLDADO SÁNCHEZ Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Sánchez contra Franco

Pedro Sánchez sabe que tiene perdidas las próximas elecciones. Sí; serlo lo es, pero no tanto como para no darse cuenta de ello. Iván Redondo, que es listo, se fue antes de que su reputación, para hacer pasta, quedase dañada.

Cuando vienen mal dadas se recurre a Franco. Quiere esto decir que la guerra no ha terminado y los dos bandos se forman y conforman.

Está por ver lo que nunca veremos, clave de lo que se nos muestra todos los días y no lo vemos. No es un juego fácil de palabras, ni siquiera es un juego. Es mucho más grave, tanto que nos va la vida en ello, al menos la de los que aún tiene vida para gastarla. El resto somos simple espectadores de un juego en el que ya no tenemos hueco. Pero no nos callarán y hay todavía mucho que contar antes de que este juego termine.

Lola es amiga de Baltar. Ambos lo son de José Manuel, que lo es de todos y de nadie. Las cartas se han repartido y todos saben las que están marcadas, pero el juego sigue como tal cosa. Poderes, en los que ya nadie cree. Ejecutivo ¿y? A la vista del panorama nada es extraño ni nadie se asusta de lo que no percibe que viene.

La guerra civil en el norte

Como ustedes saben, he publicado recientemente un libro cuyo título La Guerra civil en el norte. El general Dávila, Franco y las campañas que decidieron el conflicto podría ser que llevase una oculta intención.

El parte de guerra dado por Franco «la guerra ha terminado» no era exacto. La guerra no había terminado y a los hechos me remito; al menos la posguerra. Asistimos, aún, a ella, y en los mismos lugares. Los frentes estabilizados son los mismos y la decisión final está en ese norte del que hablo en el libro y que ocupa desde Madrid hacía Bilbao y alrededores para continuar desde el Ebro a Cataluña. Ellos, los peeneuve y ezquerros, los icetos, los bildu, y demás harinas de pescado, han abierto de nuevo la guerra y pretenden ganarla en un último estertor, a la espera de que la Europa que nunca les ayudó lo haga ahora.

Hay evidencias y parecidos. Largo Caballero, el largo de la Moncloa, pretende ser rojo sin saber ser más allá que largo, poco más, y los variopintos apoyos que ahí lo mantienen son listos, que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Los viejos diablos empiezan a cansarse, como ocurrió en mayo de 1937 con el otro largo al que largaron. Porque en un nido, de lo que sea, nunca se está seguro y el pollo más grande echa al chico y la ley de la naturaleza dice que muchos no caben, hay que seleccionar, con lo cual, se queda y crece el más grande. Los pequeños lo saben y lucharán hasta el final hasta que la madre se canse de ellos, de todos, y diga a volar que sois muy pesados.

Negrín y Andrés Nin

Fue mayo del 37 y mandaban los comunistas. Que muy listillos trajeron al Negrín, que ya se sabe, buena mesa y más cosas, y este será un mandao. Ni aun así pudieron con el enfrentamiento interno, aunque acabaron con unos cuantos como Andrés Nin.

Así creyeron que el Ebro sería un muro donde ampararse —a la espera de Europa, pensó Negrín— sin darse cuenta que el río pasaba por El Pilar y que de vez en cuando se desborda como el Escamandro.

Dicho popular: «Entre todos la mataron y ella sola se murió», que fue lo que ocurrió con Negrín y el conglomerado imposible de amasar para dar pan. Retales de una sala de disección, alguno de ellos podrido de humedad sanguinolenta. Los comunistas querían quedarse ellos solos. Como ahora.

Buscaban a Europa que jamás miró hacia ellos. Huyeron, todos, menos los que murieron por abandonados a su suerte. Hasta los uniformados perdieron las estrellas mientras corrían por la frontera buscando un avión.

Todo se repite, decía Ángel González en su glosas a Heráclito:

«Nadie se mete dos veces en el mismo lío

(excepto los marxistas-leninistas)»

Es lo que cuento en mi libro: La Guerra civil en el norte. Seguiré contando y más. No me callarán.

Madrid expectante y estabilizada. El norte se derrumbaba por culpa del reparto de poderes. Allí mandaban todos, pero era para llevarse la mejor tajada. Al final se cayeron del nido.

Se enfrentaban a una unidad, un bloque definido y mandado, sin fisuras, con un objetivo común: España.

Ahora esto no es como antes. ¿Unidad, dónde?

Ley de Amnistía de 1977

Claro que no sé: Sánchez ha olido su final de ciclo. Los asociados del norte lo saben y buscan tajada antes de que algo irreversible ocurra.  Nada mejor que volver a la guerra civil, ventear de nuevo las cenizas de Franco y condenar  —¿exhumando sus restos?— a sus generales en el juicio público de la mano de Garzón, al que se expulsó de la judicatura por prevaricador, y de la mano de Lola. Porque eso exigen ahora los asociados del norte, y Sánchez otorgará, en la nueva ley que se traen entre dedos, de memoria democrática, derogar la Ley de Amnistía de 1977.

Si no lo ven claro les aseguro que algo harán antes de quedarse de brazos cruzados y admitir la derrota. Como entonces.

No estaría de más al otro grupo, el de la llamada derecha, los que ya se creen vencedores en el Ebro, que espabile, lea la historia y en cualquier caso busque la unidad, es decir un mando único. Como siempre que se pretende obtener una victoria.

«Nadie se mete dos veces en el mismo lío

(excepto los marxistas-leninistas)»

Ya saben lo que habrá que hacer y si no se hace: de perdidos al río. Ebro.

Buscarán de nuevo a Franco para enfrentarse a él. Es la única victoria que les tranquilizará o al menos les dará votos.

¡Qué poco hemos cambiado!

Una ley para investigar los crímenes de la ETA

Hacemos héroes a los asesinos. ¡Qué poca vergüenza!

¿Aprobarán una ley para investigar los crímenes de la ETA o se cobijarán con ellos en la madriguera? Los asesinos andan sueltos y más sueltos que van a estar. Gobernando.

En la historia de España se desconoce un periodo tan desgraciado como el vivido con los gobiernos de Zapatero y Sánchez.

Cuando otros que dicen servir a España vengan a coger las riendas será tarde y serán culpables de lo pasado. Tanto como los que ahora desgobiernan. Tanto o más. Todos en ese alarde de querer ser lo mejor de España y no aunar fuerzas acogiendo al mayor número de personas piensen o sientan cualquier cosa que no vaya contra la unidad y por encima de todo que no predique el enfrentamiento. Una vez más.

Me gustaría que recordasen este artículo que escribí hace muy poco más de un año y que ahora se hace realidad: LA LEY DE MEMORIA DEMOCRÁTICA. A PABLO CASADO: ¿PERDEREMOS LA GUERRA?

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

18 noviembre 2021

LEYES PARA EL ENFRENTAMIENTO CIVIL, HISTÓRICO Y MILITAR Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Ley de Memoria Histórica

Ley de Memoria Histórica, que no se llama así —a ellos mismos les avergonzaba el nombre—, sino Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura.

Perversión de ley. La ley no debería ser necesaria si la sociedad fuese justa, equitativa y racional, y para ello ha habido gobiernos de uno y otro lado, de perspectivas distintas ante una única historia, que han debido actuar con esa justicia y equidad que obliga a reparar todo aquello que lo exigiese, ya fuese perdón o reconocimiento, algo en lo que todos estamos de acuerdo. ¿No lo han hecho?

Juan Negrín Cabrera

Porque yo recuerdo que el año 1995 mediante acuerdo transaccional entre el Estado y los herederos de Negrín estos recibieron del Estado español: 287.000.000 de pesetas, «y así evitar toda controversia o litigio judicial que llevaría implícitas evidentes y grandes dificultades». ¿Dificultades? El tema era según aludía el acuerdo «Como consecuencia de la incautación y administración judicial de 105 bienes integrantes de la herencia de don Juan Negrín Cabrera, durante el tiempo en que estuvieron en esta situación por aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas». Alguien debería aclarar el asunto de acuerdo político tan costoso para todos. ¡Menuda reparación!

Pero la historia como tal es otra cosa y contarla es necesario. Con verdad y sin odio.

Tuvo que venir un indefinible personaje, y su sucesor, a implantar de nuevo el enfrentamiento, la división y escribir una historia, que desconocen, para lo que dieron orden a manipuladores de su redacción.

Ahora ante la escasa penetración de sus mentiras, del odio que quieren inyectar, recurren a ahondar en el tema, más y más dañina ley — ¿Memoria Democrática?— que es fuente de votos entre los rescoldos que nunca han querido apagar. Vuelven a la carga con otra ley que acrecienta la división y se acerca a la inquisición intelectual que padecerán, incluso con la cárcel, aquellos que escriban fuera del dictado del dictador.

En fin que reparar, lo que se dice reparar, pues eso, a Negrín, ahí es nadie. La historia nada tiene que decir, pero no callará. Tarde o temprano resurgirá.

Estas cosas de la reparación histórica son como lo del Descubrimiento. Obedece al poderoso dinero de malos incultos que las lanzan y a los tontos incultos que las reciben, y entre medias está la pasta de quienes con ello viven, y muy bien.

Miren la verdad de esta historia que unas leyes sectarias quieren imponernos es la de un Rey, Alfonso XIII, que expulsaron de España y declararon reo de delito y así, de camino, desaparecía de un plumazo (o de un balazo): la Corona.

Expulsado y perseguido. ¿Por qué? Eso no lo cuentan tal y como fue: convirtieron unas elecciones municipales en un plebiscito. Es decir como si las últimas elecciones autonómicas en Madrid ganadas por Isabel Díaz Ayuso las convirtiésemos en eso, un plebiscito en España, y la hiciésemos presidenta del Gobierno o incluso reina. Eso es lo que ocurrió en 1931 que se llevó puesto a un rey y a la Corona entera, a pesar de haber perdido los republicanos. Claro que para aquella izquierda el voto no era igual, que unos valían más que otros. Muy propio. Después la cosa se amaña con una buena propaganda, agitprop incluido, bien aderezada, una nueva Constitución y a correr. Así fue entonces. ¿Volverá a ser así? Si el curso de la historia, de aquella historia, hubiese sido otro, hoy sería otra España, o lo estaríamos contando de otra manera. Como puede ser que dentro de unos años sea otra España, otro nombre, otra manera.

Hoy lo que es, y no lo que se cuenta, es que echaron al Rey y se montaron una República. Los del Pacto, el de San Sebastián, y así hasta que en el año 1934 como había ganado la derecha, o sea, los que no habían firmado el Pacto, el de San Sebastián, como ahora, «a esos ni agua», pues dieron un golpe de Estado.

Que la derecha no gobernase era el pacto, y el golpe de Estado, y para que no hubiese dudas, cuando vieron que eso no se cumplía, de nuevo convocaron sus elecciones, estas sí, republicanas, pero menos, sino suyas y para ellos, y engañaron de nuevo; y no ganaron, pero como si ganasen. Porque mandó la calle, la suya, la guerra callejera, tanto que hasta las fuerzas de seguridad, varias y distintas, que eran la policía, o sea los representantes de la ley y el orden, que deberían hacerla cumplir y cumplirla, asesinaron al líder de la oposición y se quedaron tan a gusto porque hasta se retiró de su pesquisas al juez que le correspondía investigar; y no hubo más. Hubo que se habían quemado iglesias y asesinado a curas y monjas, y a cualquiera que diese indicios de cultura religiosa o no, sino de otra, pero cultura. A tiro limpio por las calles era la forma que querían imponerse los nuevos ganadores. Hubo movimientos militares y avisos, y se dijo: ¡cuidado!

El crimen estaba en la calle y por nada y sin nada eras víctima del pistolón.

La Guerra

Al grito de ¡Viva la República! y el de ¡Viva España! unos militares dijeron ¡basta!, pero les contestaron que de eso nada que se disolvían las unidades y las armas para el pueblo. Claro que el pueblo al que se referían eran unos cuantos, porque el pueblo, el que es el pueblo, más bien se asustó y se quedó en casa a esperar.

Cuando ese pueblo suyo, el que ellos proclamaban, tuvo las armas, se iban a la sierra de Madrid como si fuese la verbena y la caseta del tiro al blanco y luego volvían al barrio a bailar o a dar a alguno el baile con paseíllo incluido, y en Barcelona ni te cuento, allí no se movía ni el Mediterráneo, hasta que los comunistas por un lado, los anarcosindicalistas, que se llevaban a muerte entre ellos, todos contra todos, se dieron cuenta que así no ganaban una guerra y dijeron: disciplina.

Como había pistoleros, muchos venidos de fuera, pero de oficio pistoleros, que se incrustaban hasta en las instituciones, como entre los asesinos de Calvo Sotelo, pudo imponerse una cierta disciplina de matón. Fue cuando un mono como uniforme y pistolón al cinto te convertía en jefe, y se erigieron en jefes del pueblo, su pueblo armado, y a todo el que por allí pasaba, por Francos Rodríguez, por ejemplo, o por la Castellana, se le armaba o se la armaban.

Por el otro lado, los otros, se pararon en las puertas de Madrid a ver lo que pasaba y como allí pasaba de todo y nadie abría, se fueron a llevar a cabo la aproximación indirecta, que ya caerían los de Madrid ellos solos.

Claro no podía ser de otra manera. A los primeros que mandaban o creían hacerlo, en Madrid y Barcelona, y en Valencia y en Bilbao, y otros lugares así, los anarcos se los quitaron de encima por ser sociocomunistas y entonces pusieron a otro socialista más comunista y que creían que cumpliría mejor el papel. Pero claro los había en Aragón del bando anarcosindicalista de pistolón, y en Cataluña más de esos y de los otros, más fieros. Era un lío a ver qué pistola mandaba mejor y era más rápida. C.N.T, P.O.U.M, F.A I, o Amigos de Durruti, y muchos más que menos hacían la guerra por su cuenta y siguen en ello, y son más conocidos, pero también menos porque se esconden mucho mejor.

En Vizcaya y Guipúzcoa estaban unos que hacían la guerra sin querer hacerla y eran de derechas y con capellanes castrenses, pero muy suyos y dijeron que ejército solo el suyo que lo manda el suyo «el Aguirre este nuestro que le hacemos general» y que nada de Santander, traición al canto, y se pusieron a pactar con los italianos, fascistas, muy de su cuerda, y con el Papa si necesario fuere, y los pillaron; claro.

Pues eso: un lío porque había muchos y todos eran distintos y pensaban, pero no todos, y enfrentados, en uno y otro sitio, y así no se podía hacer la guerra decían los militares profesionales de los que los milicianos no se fiaban porque mandaban y había que obedecerles.

Entonces en Barcelona no tragaban con los de Madrid-Valencia, indisciplinados decían, y se lio en las calles entre unos y otros hasta que dijeron que socialistas no, ese Largo pues largo de aquí, comunistas tampoco y anarcosindicalistas tampoco. Hasta entre ellos se mataron como al camarada Andreu. Andreu Nin. Y llegó Negrín que era de todo, era Negrín, y todo fue a peor; ¡velay!

Las cosas no pintaban oros, sino bastos, y en el Ebro un general que hasta entonces era solo jefe, pero comandante de los de Estado Mayor, o menor (depende), Rojo algo rojo, se puso al mando de tres de los del pistolón, elegidos por él,  Casado, Líster y Tagüeña y se encontró con el Ebro a la espalda y un poco más allá el Mediterráneo. Agua por todas partes. Y la tropa, pues eso, tropa, carne de cañón, que casi ninguno emigró a México y sitios así.

Se aguó la terrible fiesta y los suyos dijeron ¡basta!, nos rendimos, pero como eran distintos, que ni entre ellos se entendían, unos huyeron otros, los más, abandonaron a sus tropas y otros no supieron qué hacer. Los más jefes, de todos, los jefazos, huyeron. Valientes como ninguno su ejemplo llega a nuestros días.

Aquello fue muy duro: perder de aquella manera. Luego, además, había que contar como fue la pérdida, y es por lo que alguno no lo admite y quiere empezar de cero.

Esto fue y es la primera parte. Que cada uno lo cuente como quiera, pero alguno debe darse prisa en hacerlo porque vienen.

Son muchos y distintos y, aunque cada uno vaya a lo suyo, lo que tienen claro es contra quién vienen. A eso le llaman ley de la memoria o memoria democrática, que vaya usted a saber de lo que se acuerdan los que la redactan.

¡Velay!

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

18 octubre 2021

Blog: generaldavila.com

 

EL GENERAL VICENTE ROJO Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

LA GUERRA CIVIL EN EL NORTE

En mi libro La Guerra Civil en el Norte. El general Dávila, Franco y las campañas que decidieron el conflicto pueden ustedes leer los informes que el general Vicente Rojo eleva al mando político y su visión del conflicto (páginas 358 y sigs.). Fechados en marzo de 1938 desvelan una crítica situación militar que le hace pensar en un repliegue estratégico de los frentes, incluso ceder Madrid en beneficio de la defensa de Cataluña.

EL GENERAL VICENTE ROJO

El general Rojo ve dos puntos de verdadero interés a mantener por encima del resto: Los frentes de Cataluña y el Maestrazgo, donde se va a decidir el final de la guerra que veía próximo y casi irremediable. No se ha prestado interés a este momento histórico de la guerra civil al que dedicaremos más adelante nuestra atención.

El general Rojo, en mi criterio, se equivocó, como razono en el libro, en varios episodios militares de la contienda, pero ya al final de la misma se dio cuenta de las traiciones a su ejército y el abandono al que fue sometido. Era un militar entero al que las circunstancias nada favorables para ejercer el mando le llevaron a cometer errores de bulto en su estrategia, pero nunca abandonó a sus tropas ni olvidó su carácter militar.

«Para mí la guerra ha terminado. Me he quedado sin Patria y sin casa y sin dinero» (Perpiñán, 28 de febrero de 1939. Vicente Rojo).

Era el principio y el final. Una carta que dirige el general Vicente Rojo al señor Negrín, Presidente del Consejo de Ministros y ministro de Defensa.

La carta abochorna a quien la lee, pero no debió hacerlo el destinatario (s) que pasó a la historia de la maldita memoria indigna a pesar de ser exaltado por los facciosos del recuerdo.

Hubo dos bandos enfrentados y en ambos formaban héroes que amaban a su Patria España; con su uniforme de soldado lucharon lo mejor que sabían defendiendo ideales. Deberían ser tratados, vencedores o vencidos, con el respeto que da la lucha armada y reconoce el código del honor militar.

El general Rojo se queja como jefe militar del trato y abandono de 400.000 de sus hombres y se lo reprocha a Negrín: «Es tarde para todo menos para recobrar nuestra libertad, y puesto que los derechos constitucionales han sido conculcados por quienes mayormente tenían el deber de defenderlos y las libertades del pueblo han sido arrojadas al arroyo no sólo por la conducta inhumana observada con las 400.000 almas internadas en Francia (si en parte están recogidas más se debe a la caridad pública que a la acción del Gobierno…».

AZAÑA Y NEGRÍN

El dolor del general se mezcla con una rabia infinita al ver la cobardía y traición de los políticos de la República. «Pero próximo ya el momento de la terminación de la República con la dimisión del presidente y la pérdida de autoridad del Gobierno, aquella sensación de abandono que percibimos los primeros días de nuestra estancia en Francia se han acentuado de manera tan lamentable que no estimo digno asistir a ella en silencio, por eso, antes de que esto termine y cada uno de ustedes, de los políticos y comités que han traído a nuestro pueblo a esta situación de desastre total, recoja su equipaje y vaya a discurrir a un retiro plácido —como ya lo está haciendo el señor Azaña— sobre la participación que ha tenido en el infortunio en que han sumido a sus compatriotas, yo, que nada he pedido nunca a ustedes y que nada quiero de ustedes, ni siquiera la parte de botín que puedan tenerme reservada los encargados de contabilizar los últimos despojos de nuestro pueblo, me dirijo a V.E. como lo haré a las demás autoridades de la República, finiquitadas o no como tales para hacerles presente que no participo en esta bochornosa liquidación de la dignidad de nuestro pueblo y de nuestro Ejército y de la cual protesto, de aquel hay ya abandonadas en la mendicidad algunos millares de familias muy dignas, y de este hubiera sido más digno dárselo a quien lo ha ganado como en tiempo oportuno se propuso a V.E. que el que nos abandone ahora despreciándonos».

No creo necesario en este breve artículo hacer ningún comentario. No se lo merecen aquellos que abandonaron a sus hombres y que ahora algunos quieren ensalzar. Su jefe, el soldado, el general Rojo, resume la valía de aquellos que desprecian a los que han dado su vida y hacienda para su vergonzoso enriquecimiento.

«Para mí la guerra ha terminado. Me he quedado sin Patria y sin casa y sin dinero» (Perpiñán, 28 de febrero de 1939. Vicente Rojo).

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

30 septiembre  2021