Vuelvo mis ojos, como cada año, al Cielo legionario donde nuestro Capellán el Páter Huidobro entró hace ya 82 y sigue repartiendo bendiciones a sus legionarios dispuesto a que ninguno se equivoque de camino.
Allá por el año 1936 llegaba el Páter a la 4ª Bandera de la Legión. Cuando el sargento legionario Gutiérrez le invita a que use pistola para defenderse, el Páter Huidobro rechaza la invitación y la razona en estos términos: <<Al ofrecerme por Capellán de mi Bandera, ya ofrecí mi vida al Señor. Y si me matan, quiero morir como sacerdote>>.
Lo que hoy escribo es simplemente una oración al legionario y Santo Páter Huidobro. Para que siga cuidando de su legionarios y, si hay un hueco, también de los asuntillos de este viejo general que tuvo en su día el honor de mandarlos.
Nada de lo que escribo ha salido de mí. Cuento su heroica y santa muerte tal como se describe en la Sección Tercera de Posiciones y Artículos para el proceso sobre la fama de santidad, virtudes y milagros del siervo de Dios en sus artículos 147, 148 y 149. Lo redacta el Vice-Postulador Dr. Francisco Peiró, S.J. en el año 1946.
Art. 147.- Su heroica muerte y santa muerte.– Los ataques rojos se intensificaron al amanecer el domingo 11. El Siervo de Dios se dirigió aquella mañana a un capitán de su Bandera -eran amigos íntimos-, y le dijo: <<Capitán, ¿tiene usted la medalla?, ¿quiere dejármela?>>.
Era la misma medalla de la Virgen Milagrosa que había besado al caer herido en la Casa de Campo; la besó con particular devoción varias veces y se la devolvió agradecido al Capitán. El puesto de socorro se había instalado en un pequeño hotel junto a la Cuesta de las Perdices. Sin cesar se iban recibiendo heridos, y sin cesar iba el Siervo de Dios recorriendo de una a otra parte del terreno batido por la metralla, asistiendo infatigable a los que caían y auxiliándoles con los Santos Sacramentos.
Al mediodía arreció el combate. El Siervo de Dios hallábase aquella hora ante el Puesto de socorro.
<<¡Métase aquí Padre! ¡Defiéndase un poco en la casa!>>, le gritó uno de los sanitarios que desde dentro vio al Capellán.
Accediendo a la invitación, se disponía a entrar. Pero cuando salvadas las primeras escaleras llegaba al mismo umbral de la habitación de entrada, un obús del 12´40 cayó en el marco de la segunda ventana. La explosión fue enorme; tal que, a la expansión del aire, lanzó fuera de la casa por una ventana al asistente del Capitán Rodrigo, Comandante interino de la Bandera.
El capitán médico corrió al instante hacia el lugar de la explosión y caído de espalda, junto a la misma puerta de la habitación, que como dijimos iba a franquear, halló al Capellán Padre Fernando Huidobro con una herida profunda en la cara producida por la metralla. Le encontró sin pulso. La muerte había sido instantánea. Como el Siervo de Dios llevaba al morir el Porta Viático, quedó el Santísimo Sacramento sobre su cuerpo muerto, como sobre un Altar con reliquias de mártir.
Art.148.- El duelo de la Legión.- La impresión que produjo entre los legionarios la muerte del Siervo de Dios fue enorme. Si en vida le habían estimado y querido, como a su sacerdote modelo, después de su muerte le adoraban como a un Santo. Les parecía mentira que no viviera ya con ellos. Síntesis y reflejo de la pena universal que la Bandera sintió a la muerte de su capellán es esta frase de su Comandante:
<<Acaba de perder la Legión un verdadero Padre; la religión, un santo, y España un héroe>>.
El asistente del Siervo de Dios, al presentarse al día siguiente ya de noche en la residencia de los Padres de Toledo para hacer entrega, con el Porta Viático, de los objetos interiores del Siervo de Dios, lloraba como un niño; tan desconsolado estaba que apenas se dejaba entender al dar la noticia de la muerte y sin querer quedarse a cenar, a lo que le invitaban los Padres, se alejó sollozando y repitiendo que mejor hubiera sido que le hubieran matado a él.
Art. 149.- El sepelio.- Depositóse el cadáver en una camilla de la única habitación disponible en el Equipo Quirúrgico, y a media tarde del día 13 venía en una camioneta, desde Toledo, el Hermano Zurbano, portador de una caja para inhumarlo>; al llegar el Hermano Zurbano, a la habitación donde yacía el cadáver, el médico le hizo notar que a pesar de haber transcurrido casi tres días –murió en la mañana del 11- se hallaba todavía fresco, conservaba su color natural y no era extraordinaria su rigidez. Atardecía cuando salieron con la camioneta y el cadáver en ella. Pararon a las puertas del pequeño cementerio de Boadilla del Monte. Algunos oficiales descendieron la caja. Allí estaba el general Iruretagoyena con todo su Estado Mayor, el comandante Calvo, el Conde de Arjillo, el Capellán del Hospital de Boadilla, el asistente del Siervo de Dios y los guardias civiles, unos cuarenta.
Se levantó una punta del capote que envolvía al Siervo de Dios para dirigirle una mirada postrera. Su rostro parecía sonriente, sereno, los ojos como si estuvieran durmiendo, la boca un poco entreabierta, muy natural. El Padre Puyal, allí también presente, rezó un responso. Colocóse la caja en un nicho nuevo. Unos guardias civiles, con el Hermano Zurbano, cerraron la sepultura con ladrillo y barro, y el Padre Puya, en el reverso de un trozo de lápida de mármol, escribió el nombre y la fecha: <<Padre Fernando Huidobro, S.J. 11 de abril de 1937>> y la colocó encima como distintivo y epitafio.
La emoción de aquel sencillo acto, que hizo derramar lágrimas a más de uno de los concurrentes, tradujera el cronista de guerra Juan Deportista en esta página que al día siguiente publicó el periódico ABC:
<<Cuando yo iba regresar esta tarde de Boadilla, pasé por una de las emociones más terribles de esta vida azarosa de la campaña. Allí, al Camposanto del pueblo, había llegado el cadáver de aquel Padre Jesuita Fernando Huidobro, compañero infatigable y el más valiente de la Cuarta Bandera de la Legión, semillero de audaces, como gigantes heroicos.
El padre Jesuita Fernando Huidobro ya ha logrado su gran designio. Con su Bandera participó en la Cuesta. En la batalla de Madrid, un morterazo entró en la casa donde él rezaba ajeno a tanto estruendo. Luego los legionarios recogieron sus restos; yo y el general Iruretagoyena, su Estado Mayor, los ayudantes y un puñado de hombres -a los que estas durezas no evitan la conmoción espiritual terrible- hemos acompañado al sacerdote, mientras rezaban las preces en su loor que le aproximaban al alto lugar de sus sueños de gran misionero de veintinueve años. Destocados, húmedos los ojos, y envuelto él en su bandera española, le hemos dejado allí, en el diminuto cementerio de Boadilla del Monte, feliz y contento…>>.
Son muchas las declaraciones de los legionarios que con él estuvieron. Dejo el testimonio del comandante de su Cuarta Bandera de la Legión, comandante Vierna, cuando fue a dar el pésame al padre Felipe Díez, capellán militar jesuita en Santo Domingo de Talavera: <<Padre, le doy el pésame. Pero con derecho a que también usted me lo dé a mí, pues acaba de perder la Legión un verdadero Padre, la Religión un santo y España un héroe>>.
Hoy tengo que decir, con respeto y esperando que la autoridad de la Iglesia me perdone:
Páter Huidobro: Ora pro nobis.
Y va siendo hora que Roma -a quien le corresponda-, responda a las llamadas legionarias y abran, de una vez por todas, la causa de beatificación del cura legionario: Páter Huidobro, legionario y Santo.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez (General de la Legión entre 2001-2004).
Artículo perteneciente a los “testimonios legionarios” publicados en el Blog: generaldavila.com con motivo del Centenario de la Legión.
11 marzo 2019