Siempre disfruto cuando paseo por Barcelona y, de un modo especial, por su puerto que trae a mi memoria felices recuerdos de mi juventud. Al hacerlo, hace unos días, tuve una experiencia que a continuación relato por si fuese de interés para algún lector.
Era un día luminoso, con esa luz especial que sólo se puede disfrutar en la orilla del mar bajo el sol mediterráneo. Enseguida llaman mi atención dos grandes buques de color blanco, atracados al muelle, y una multitud de personas alrededor de ellos que curioseaban todo lo que allí estaba pasando. No pude resistir la tentación y me acerqué al lugar para comprobar por mi mismo el motivo de la aglomeración de tanta gente. Pregunté al pasar “¿qué sucede?”. “Son amigos. Vienen en ayuda de nuestra República, recientemente proclamada. Estamos aquí para lo que haga falta”. Me quedé de piedra. Parecía imposible creer lo que con mis propios ojos estaba comprobando.
Al acercarme un poco más a los dos buques blancos, pude comprobar que sus dotaciones, que trabajaban como con prisa, iban vestidas de riguroso uniforme negro sin distintivos ni galones, algo parecido a las tropas que intervinieron en la ocupación de Crimea, y se afanaban en desembarcar gran cantidad de vehículos y material militar cubierto con fundas y lonas para tratar de ocultar su posible función o sus futuras actividades. Corría la voz entre los presentes de que las tropas que estaban desembarcando pretendían instalarse en algún punto de la costa, al sur de Barcelona, en algún lugar con facilidades portuarias y no lejos de algún núcleo de población civil.
La noticia de este inaudito desembarco corrió como la pólvora. El Presidente del Gobierno convocó con urgencia la reunión del Consejo de Seguridad Nacional. En él fue informado de que la nueva Estrategia de Seguridad Nacional 2017 no preveía una situación como ésta: la camuflada invasión militar de una parte del territorio nacional. El Presidente del Gobierno, visiblemente alarmado, reclamó la presencia de los Jefes de Estado Mayor de los Ejércitos y la Armada, que curiosamente no forman parte del Consejo de Seguridad, para que pudiesen informar y apoyar las propuestas del JEMAD para hacer frente al conflicto. Y ordenó que se redactase con urgencia una Estrategia de Defensa Nacional en la que se previesen graves amenazas a nuestra integridad territorial como la que estábamos presenciando, manifestó el Presidente.
Como primera medida para empezar a hacer frente a la situación creada, el Gobierno solicitó con urgencia una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU, el cual no pudo aprobar una Resolución de condena por el veto de una gran potencia, al parecer directamente implicada en la invasión que se estaba llevando a cabo a petición del autodenominado Presidente de la República catalana en el exilio. Según se pudo conocer posteriormente esta injerencia extranjera se estaba produciendo a cambio de una base naval permanente.
Fracasado el intento de implicar a las Naciones Unidas en la resolución de la crisis, el Gobierno adoptó la decisión de reclamar de la OTAN la urgente aplicación del Artículo 5 del Tratado de la Organización. Esta vez la respuesta fue rápida y contundente. La OTAN no podía aceptar el establecimiento de una base naval, probablemente rusa, en pleno corazón de su propio territorio. Después del fracaso de todas las gestiones llevadas a cabo para dar una solución pacífica a la crisis y ante la reiterada intención de la potencia invasora de permanecer en la zona ocupada, llegó el turno de los misiles crucero. En una primera andanada, nocturna, se alcanzaron casi todos los objetivos a neutralizar pero los daños colaterales en la población civil fueron inevitables. A la mañana siguiente una gran multitud abandonaba sus viviendas e iniciaba un largo camino hacia el Sur buscando el socaire y la seguridad de otras regiones de España al margen del conflicto. Y todos pudimos comprobar cómo la idiocia de políticos irresponsables había creado en nuestro territorio una situación similar a la de la ciudad de Alepo en Siria. Y se producía la paradoja de que un importante número de españoles se habían convertido, de la noche a la mañana, en refugiados dentro de su propia nación. Lo que nunca nadie pudo imaginar.
En este momento me desperté sobresaltado y angustiado por todo lo que, en sueños, acababa de vivir con tanto realismo. Pero no pude quedarme completamente tranquilo después de recordar que algún malvado había soplado en oídos sediciosos que las independencias solo se consiguen con internacionalización del problema y muertos. Y mi preocupación aumentó cuando conocí que el pretendido Presidente en el exilio, escapado de la Justicia, había mantenido una entrevista, mientras ejercía como alcalde de una importante capital catalana, con un acaudalado magnate ruso, de esos que crecen espontáneamente a la sombra de Putin, entrevista que no tendría mayor importancia si no fuese porque el propio Presidente autonómico intentó ocultar a la opinión pública. Y no pude evitar recordar, con infinito afecto y consideración, a los jueces y fiscales, que tuvieron que abandonar el ejercicio de sus funciones en defensa de la unidad España, por fallecimiento o enfermedad. A mí me parece que el problema que los españoles tenemos en Cataluña es muy serio, progresivamente grave, y con la misma seriedad, y no menor determinación, debe de ser solucionado.
Aurelio Fernández Diz, CN (R.)
Blog: generaldavila.com
17 febrero 2018