LA INMORTALIDAD. Rafael Dávila Álvarez

Nada hay nada más cruel que la manipulación a través de la mentira. Podría ser que todo esté montado sobre ella y a sus lomos cabalguemos. La he visto tan cercana, contrastada, mandándome su gesto de silencio y a la vez de amenaza. Estaba entre los muros de los palacios y entre el lodo de las trincheras. Siempre había alguien que escuchaba y elevaba millones de datos a la máquina de 1984 que transmitía al partido la dirección a seguir y la tecla que apretar.

Así surgieron las  guerras y las contraguerras, que nunca se sabe cual de las dos es peor. Ambas las dirigen los mismos para que creamos que hay posibilidad.

No la hay.

Solo un recorrido desde los ancestros te permite ver el porvenir. Tendrás que apartarte de lo concreto y menudo, del trozo de pan que te exige formas que no permiten alterar. Para ello hay que tenerlo todo perdido, sin deseos de recuperar nada ni tampoco de luchar por lo concreto. Simone Well lo dice de la única manera que puede hablarse para que todos entiendan; con la poesía. Lo hace en cuatro versos.

Para hacerse invisible

cualquier hombre

no hay medio más seguro

que hacerse pobre

Prueben. Es una pobreza que pocos están dispuestos a asumir.

Hoy escribo solo para mi, pero si alguien quiere acompañarme ahí está un único pensamiento: la inmortalidad. Nadie lo tiene presente ni piensa en ello y todos lo hacen en algún momento.

Es actualidad que ha pasado desapercibida. No quiero otra cosa que llamarles la atención sobre el hecho. Es lo más antiguo que tenemos. Una lucha perdida desde el comienzo.

Pasen y vean: la inmortalidad.

Me ha preocupado esa conversación que mantuvieron Putin y Xi Jimping cuando creían que nadie les escuchaba: “Gracias a la biotecnología los órganos humanos podrán ser trasplantados constantemente» […] “las personas podrán vivir cada vez más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad”.

Motivo suficiente para aumentar la incertidumbre tras una conversación, privada, entre falsos dioses que llevan en sus manos el teclado.

Ellos tan extraños, tan lejanos, tan inescrutables, amos del mundo hablan como Gilgamesh, el primero en percibir la muerte.

Deberíamos pensar. ¿Por qué esa conversación? ¿Por qué se ocupan de algo que nos atormenta?

No han leído a Gilgamesh. Nada saben de la Sibila de Cumas. No han leído El Inmortal de Borges. Pero buscan perpetuarse. Porque no hay que leer para saberse tan débil y con efímero poder. No serán ni recuerdo. Por mucho que lo persigan.

¿Es que saben algo que nosotros desconozcamos?

«En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes». Me tranquiliza Borges.

¡Ay de vosotros que decidís sobre nosotros y nos arrastráis como si fuésemos cadáveres vivos mientras confundís vida y eternidad!

La crudeza de ser, que nadie asume, se centra en que la vida contiene la muerte. Eso es irrenunciable.

Recurro a Blaise Pascal: «Que cada cual examine sus pensamientos. Los hallará totalmente ocupados en el pasado o en el porvenir. No pensamos casi en el presente, y, si pensamos en él, lo hacemos solo para obtener de él la luz que nos permita disponer del porvenir. El presente no es jamás nuestro porvenir. El pasado y el presente son nuestros medios; sólo el porvenir es nuestro fin. Así no vivimos jamás, sino que esperamos vivir. Y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que jamás lo seamos».

Muchos nos han hablado de la inmortalidad. Nadie sabe más allá de la intuición que nos muestra Borges: «Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal».

Al más incomprensible James Joyce se le entiende todo: «He escrito Ulises para tener ocupados a los críticos durante 300 años» dijo Joyce y hasta ahora nadie ha entendido como él que la vida es nada, como que vivir es ir hablando. Eso es todo. Hasta que te callas y se acaba.

¿Por qué andas vagando por ahí, Gilgamesh?

Queda solo escritura y algún fósil. Eso es todo. Nada.

«Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto».

Putin y Xi Jimping no son Enkidu y Gilgamesh. Jamás leerán a Joyce. No sabemos cual es su previsión para nuestras vidas. No pensarán en nuestra inmortalidad. No se dan cuenta que no son «ajenos al sueño, inmortales»

Es un deseo primario el de la eterna juventud. Cuando la vejez te asalta, con su inexorable lentitud y silencio, te das cuenta de lo inútil de querer mantenerte despierto para siempre. Eso es también para Putin y para Xi Jimping. Nadie es capaz de vencer al sueño. La primera prueba consistía en vencerlo durante siete días.

Utnapishtim pone a prueba al hombre: «Vence al sueño, y quizás vencerás a la muerte», pero aquí acabó la historia para todos: «¡Mira a este! Quería vivir eternamente, pero, en cuanto se sentó, el sueño lo envolvió como la niebla». Es el ancestro más lejano que tenemos. Está en una tablilla de barro escrito con punzón.

Se repite hasta oírse en la boca de dos líderes extraños, inescrutables, misteriosos; pero mortales.

No han oído hablar del horrendo barquero que cuida las aguas de los ríos.

Caronte.

Escribir es un lamento que busca encontrar la palabra que acabe explicando lo que pretendes. Siempre te lleva al mismo lugar: incertidumbre.

La inmortalidad puedes aún así intuirla. Es un misterio resumido en la niebla.

Nadie puede verlo y vivir. Pensemos en ello.

«Podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás» (Éxodo 33, 23).

Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

5 octubre 2024

FELIZ NAVIDAD 2020. Rafael Dávila Álvarez

¡Qué momento más difícil! Quiero detenerme en él.

«Que cada cual examine sus pensamientos. Los hallará totalmente ocupados en el pasado o en el porvenir. No pensamos casi en el presente, y, si pensamos en él, lo hacemos solo para obtener de él la luz que nos permita disponer del porvenir. El presente no es jamás nuestro porvenir.

El pasado y el presente son nuestros medios; sólo el porvenir es nuestro fin. Así no vivimos jamás, sino que esperamos vivir. Y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que jamás lo seamos».

Permítanme que comparta con ustedes este momento presente recurriendo a Pensamientos,  de Blaise Pascal*. Aquí, ahora, Navidad año 2020, cuando no hay pasado ni futuro.

No nos perdamos en lo que nada es, porque todo en definitiva es nada. Cuando fue y cuando será de poco nos sirven en momentos de tribulación. Estos lo son. Muchas las necesidades que experimentamos y sufrimos, y porque no se da en el mundo poder ni talento ni bondad capaces de satisfacérnoslas.

Me pregunto hoy: ¿Tienen valor estos tiempos? ¿Qué hacer en estos tiempos? ¿Quién soy yo para responder?

Atisbo ahora, sin ayer ni mañana, que es tiempo de algo tan sencillo como un nacimiento. «Dios se enfrenta a los arrogantes, pero concede gracia a los humildes» (Ps 5,5).

En un mundo inhóspito y de codicia, entender que un nacimiento humilde puede cambiar el haz de la tierra es insoportable para la soberbia intelectual. Pero el paso de los tiempos ha visto derruir muchos tronos y cátedras, solo por una razón, que puede ser la razón que se nos escapa: «El que ama es el hombre justo. A este hombre le repugna la injusticia; los que aman y vibran más con la justicia que con el amor son, frecuentemente, injustos, cayendo en el pecado de “amar” a unos y despreciar o marginar a los otros. No saben conjugar en su corazón la justicia y la paz» (solo él sabe por qué y cuándo me lo dijo).

«Y la palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y contemplamos su gloria». Eso es todo, ahora.

Tanta inexplicable sencillez se muestra a diario diciéndonos a gritos: «Hay que buscar la verdad y no la razón de las cosas, y la verdad se busca con la humildad» (Unamuno); cuando llega un momento en el que la razón se muestra en rebeldía y abre el abismo de incomprensión —interrogante de los necios— a nuestros pies. Cuando la inteligencia de los sabios es dar la espalda o, al final, arrodillarse.

Son vanas las esperanzas. Dejar hacer y pasar; cada minuto presente vale más que todo lo pasado y que todo lo que vendrá.

Arrodillarse es una buena actitud, que la tengo por virtud. Si no quieren no recen. Arrodíllense.

La clave no la veo en el entendimiento, sino en el misterio que no puede tener más nombre que el de fe.

En el Libro del Éxodo se nos abre ligeramente la cortina del misterio:

«Déjame ver tu gloria» (Ex 33, 18). «Mi rostro no lo puedes ver» (33,20). A Moisés se le pone en un lugar cercano a Dios, en la hendidura de una roca, sobre la que pasará Dios con su gloria. Mientras pasa Dios le cubre con su mano y sólo al final la retira: «Podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás» (33, 23).

¿Tienen valor estos tiempos? ¿Qué hacer en estos tiempos? ¿Quién soy yo para responder?

No terminaba de encontrar el razonamiento exacto; no hay unos tiempos y otros tiempos, solo ahora; nada hay que hacer sino amar; delante de una cuna donde se inicia todo. Y ese amar, que es «mientras pasa», sólo se puede hacer de rodillas.

¡Cuánto tiempo hace que no nos arrodillamos ante lo único que el hombre debe doblar sus rodillas!

Feliz Navidad. Es un misterio. Vivámoslo hoy, ahora, sin tribulación.

*(Estudio Preliminar, edición, traducción y notas de Gabriel Albiac editado por Tecnos; pág. 87).

Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

23 diciembre 2020