¡Qué momento más difícil! Quiero detenerme en él.
«Que cada cual examine sus pensamientos. Los hallará totalmente ocupados en el pasado o en el porvenir. No pensamos casi en el presente, y, si pensamos en él, lo hacemos solo para obtener de él la luz que nos permita disponer del porvenir. El presente no es jamás nuestro porvenir.
El pasado y el presente son nuestros medios; sólo el porvenir es nuestro fin. Así no vivimos jamás, sino que esperamos vivir. Y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que jamás lo seamos».
Permítanme que comparta con ustedes este momento presente recurriendo a Pensamientos, de Blaise Pascal*. Aquí, ahora, Navidad año 2020, cuando no hay pasado ni futuro.
No nos perdamos en lo que nada es, porque todo en definitiva es nada. Cuando fue y cuando será de poco nos sirven en momentos de tribulación. Estos lo son. Muchas las necesidades que experimentamos y sufrimos, y porque no se da en el mundo poder ni talento ni bondad capaces de satisfacérnoslas.
Me pregunto hoy: ¿Tienen valor estos tiempos? ¿Qué hacer en estos tiempos? ¿Quién soy yo para responder?
Atisbo ahora, sin ayer ni mañana, que es tiempo de algo tan sencillo como un nacimiento. «Dios se enfrenta a los arrogantes, pero concede gracia a los humildes» (Ps 5,5).
En un mundo inhóspito y de codicia, entender que un nacimiento humilde puede cambiar el haz de la tierra es insoportable para la soberbia intelectual. Pero el paso de los tiempos ha visto derruir muchos tronos y cátedras, solo por una razón, que puede ser la razón que se nos escapa: «El que ama es el hombre justo. A este hombre le repugna la injusticia; los que aman y vibran más con la justicia que con el amor son, frecuentemente, injustos, cayendo en el pecado de “amar” a unos y despreciar o marginar a los otros. No saben conjugar en su corazón la justicia y la paz» (solo él sabe por qué y cuándo me lo dijo).
«Y la palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y contemplamos su gloria». Eso es todo, ahora.
Tanta inexplicable sencillez se muestra a diario diciéndonos a gritos: «Hay que buscar la verdad y no la razón de las cosas, y la verdad se busca con la humildad» (Unamuno); cuando llega un momento en el que la razón se muestra en rebeldía y abre el abismo de incomprensión —interrogante de los necios— a nuestros pies. Cuando la inteligencia de los sabios es dar la espalda o, al final, arrodillarse.
Son vanas las esperanzas. Dejar hacer y pasar; cada minuto presente vale más que todo lo pasado y que todo lo que vendrá.
Arrodillarse es una buena actitud, que la tengo por virtud. Si no quieren no recen. Arrodíllense.
La clave no la veo en el entendimiento, sino en el misterio que no puede tener más nombre que el de fe.
En el Libro del Éxodo se nos abre ligeramente la cortina del misterio:
«Déjame ver tu gloria» (Ex 33, 18). «Mi rostro no lo puedes ver» (33,20). A Moisés se le pone en un lugar cercano a Dios, en la hendidura de una roca, sobre la que pasará Dios con su gloria. Mientras pasa Dios le cubre con su mano y sólo al final la retira: «Podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás» (33, 23).
¿Tienen valor estos tiempos? ¿Qué hacer en estos tiempos? ¿Quién soy yo para responder?
No terminaba de encontrar el razonamiento exacto; no hay unos tiempos y otros tiempos, solo ahora; nada hay que hacer sino amar; delante de una cuna donde se inicia todo. Y ese amar, que es «mientras pasa», sólo se puede hacer de rodillas.
¡Cuánto tiempo hace que no nos arrodillamos ante lo único que el hombre debe doblar sus rodillas!
Feliz Navidad. Es un misterio. Vivámoslo hoy, ahora, sin tribulación.
*(Estudio Preliminar, edición, traducción y notas de Gabriel Albiac editado por Tecnos; pág. 87).
Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
23 diciembre 2020