LOS ÓSCAR DE HOLLYWOOD Y LA GUERRA . Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

No suelo ver la televisión, nada tengo contra ella, sino que el tiempo no puedo dedicarlo a otra cosa que no sea aprender cosas nuevas. Queda mucho por saber y hay poco tiempo para aprender acerca de las grandes dudas que se han ido acrecentando con el paso del tiempo y que cada vez se presentan más oscuras en interminable laberinto que apenas deja horas para dormir buscando su salida. No será la nueva conciencia de la imagen la que lo solucione.

Ahora entiendo algo más porqué Dédalo construyó el laberinto para encerrar al Minotauro que solo aplacaba su ira con sacrificios humanos.  Sin olvidar recrearse en la obra de una pista de baile para Ariadna.

Empieza a desvelarse el gran secreto que se encierra en la escasa evolución del cerebro humano cuyo líquido parece ser el rojizo color del atardecer de fuego. Es el Minotauro. Pasión por el animal.

La televisión nos ofrecía los premios al espectáculo real de ese arte profundo que atrapa la ilusión óptica con el color, la luz y el movimiento, todo eso que atrae al hombre más remoto; algo que creíamos podría ennoblecerle al verse en su desnudez sentado en la caverna de Platón: el cine entrega los Óscar.

Desde el lugar más culto, dicen, la meca del cine, del blanco y negro al tecnicolor, de la pulcritud de la imagen, arte sublime, nos llegó el cine sin dirección, pero con un guion muy antiguo: un hombre abofetea a otro por defender a su mujer, a la que cree propiedad. Poder. Posesión. Expresarlo con más brutalidad, con menos primor, con escándalo, no sería muy difícil. No es necesario. Ustedes me entienden. Claro que como era Hollywood todo era color y no sabemos muy bien si fue o no, solo película sin doblar.

La escena ha sido de cine. Solo ha faltado el beso del perdón, un buen beso, de esos, repito, de cine, eternos, de ella a él que agradecida planta en los labios de su defensor. Todo después de un intermedio para el duelo de pistolas por la solitaria calle, estática, rota la imagen por ese indefinible matojo que rueda por el viento, que se supone.

Puede que la Ilíada narrase esa escena de película o fue incluso antes. Aquiles, o fue Menelao el engañado, o Paris abofeteado. No sé que tuvieron que ver Briseida o Helena en todo este acontecer que es la guerra.  Bofetadas hubo para todos y pasiones desbordadas, guerras y más guerras hasta que Einstein le preguntaba a Freud el porqué de las guerras y este contestaba que la culpa fue de una palabra a la que se respondió con una bofetada. Que eso no cambiará y que puede que se llame amor, u otra cosa distinta que tiene que ver con poder. O mejor con posesión: «conservar y unir (eróticas)—destruir y matar(de destrucción)». Siempre en una se da algo de la contraria. Es la vida.

El mejor ejemplo es la Ilíada. Pocas diferencias. «Por consiguiente, parece que el intento de sustituir el poder real por el poder de las ideas está condenado por el momento al fracaso» y sentencia: «El ser viviente protege en cierta manera su propia vida destruyendo la vida ajena».

Einstein y Freud no llegan a soluciones. Se les había adelantado Pascal:

«Guerra intestina del hombre entre la razón y las pasiones.

Si no hubiera más que la razón sin pasiones.

Si no hubiera más que las pasiones sin razón».

Una bofetada o una guerra. Misma pulsión.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

4 abril 2022

 

EL GENERAL EN SU LABERINTO General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

La leyenda de Ícaro

No me busquen en la novela de García Márquez. Salí indemne de su laberinto, más sabio quizá.

Hoy escribo sobre un dédalo más sencillo. Elemental como el personaje.

Hay generales que nunca lo han sido y su vida ha sido un constante peregrinar por el laberinto.

Zaragoza, Almería… ahora Madrid. Una huída tras la derrota sin saber que las alas con las que pretende izarse están pegadas con cera. Caerá al suelo como Ícaro.

Ostentar la vara de mando de Madrid es tarea harto complicada para quien la confunde con un cayado o cachava.

Las ovejas cruzan el centro de la capital y su autoridad principal toma ejemplo. Medita ante el espectáculo musical de balidos y se le ocurre que todos, ovejas o no, circulen en una sola dirección. Vara de mando convertida en aguijada. Marchemos todos juntos por la senda que marca la autoridad; municipal. Una jerigonza más.

El general en su laberinto se postula como nuevo pastor o boyero, sucesor de quien ha convertido la ciudad en un dédalo. Demasiado vuelo para tan pocas alas.

Madrid quieren convertirlo en el laberinto para el Minotauro, cabeza de toro y cuerpo humano, que irá devorando al grupo de doncellas y jóvenes que cada año le entregan como tributo. El laberinto los atrapa a todos y es su centro el lugar más atractivo porque allí, en su terror, se reconocen los que entran para quedarse enamorados de las promesas. En el centro de la ciudad-laberinto. Allí donde todos se congregan en asambleas desde donde se gobierna con las vísceras de la pasión. Todo está mal y nosotros somos los únicos que hacemos bien las cosas, vociferan mientras pretenden ser fiel reflejo de la indignación colectiva y atraernos con la esperanza de su virtud.

El laberinto es un lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él de modo que no pueda acertar con la salida. Definición para nuestra capital; porque capital es el interior de cada uno. Y ahora nos llega la emocional oferta que nos ofrece el general, el sucesor. El general en su laberinto. Donde continúa. Ligeras alas con las que pretende volar muy alto. Sin duda su ambición no le permite acertar con la salida. Confusión y enredo con el que pretende arrastrar a otros en su vuelo.

<<Después de haber preparado el par de alas de Ícaro, le dijo con lágrimas en los ojos: ¡Hijo mío, ten cuidado! No vueles a demasiada altura para que el sol no funda la cera; ni demasiado bajo para que el mar no humedezca las plumas. Y luego deslizó sus brazos en su par de alas y ambos emprendieron el vuelo. Sígueme de cerca gritó y no tomes un rumbo propio>>.

<<Ícaro se elevó en el cielo pero se acercó demasiado al sol. El calor derritió la cera que unía las plumas de sus alas y cayó al mar>>.

Deseamos lo mejor… a Madrid; y a los que desde el laberinto se postulan. Nuestro deseo y recomendación es que no olviden desplegar el tren de aterrizaje.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog generaldavila.com

19 diciembre 2017