No suelo ver la televisión, nada tengo contra ella, sino que el tiempo no puedo dedicarlo a otra cosa que no sea aprender cosas nuevas. Queda mucho por saber y hay poco tiempo para aprender acerca de las grandes dudas que se han ido acrecentando con el paso del tiempo y que cada vez se presentan más oscuras en interminable laberinto que apenas deja horas para dormir buscando su salida. No será la nueva conciencia de la imagen la que lo solucione.
Ahora entiendo algo más porqué Dédalo construyó el laberinto para encerrar al Minotauro que solo aplacaba su ira con sacrificios humanos. Sin olvidar recrearse en la obra de una pista de baile para Ariadna.
Empieza a desvelarse el gran secreto que se encierra en la escasa evolución del cerebro humano cuyo líquido parece ser el rojizo color del atardecer de fuego. Es el Minotauro. Pasión por el animal.
La televisión nos ofrecía los premios al espectáculo real de ese arte profundo que atrapa la ilusión óptica con el color, la luz y el movimiento, todo eso que atrae al hombre más remoto; algo que creíamos podría ennoblecerle al verse en su desnudez sentado en la caverna de Platón: el cine entrega los Óscar.
Desde el lugar más culto, dicen, la meca del cine, del blanco y negro al tecnicolor, de la pulcritud de la imagen, arte sublime, nos llegó el cine sin dirección, pero con un guion muy antiguo: un hombre abofetea a otro por defender a su mujer, a la que cree propiedad. Poder. Posesión. Expresarlo con más brutalidad, con menos primor, con escándalo, no sería muy difícil. No es necesario. Ustedes me entienden. Claro que como era Hollywood todo era color y no sabemos muy bien si fue o no, solo película sin doblar.
La escena ha sido de cine. Solo ha faltado el beso del perdón, un buen beso, de esos, repito, de cine, eternos, de ella a él que agradecida planta en los labios de su defensor. Todo después de un intermedio para el duelo de pistolas por la solitaria calle, estática, rota la imagen por ese indefinible matojo que rueda por el viento, que se supone.
Puede que la Ilíada narrase esa escena de película o fue incluso antes. Aquiles, o fue Menelao el engañado, o Paris abofeteado. No sé que tuvieron que ver Briseida o Helena en todo este acontecer que es la guerra. Bofetadas hubo para todos y pasiones desbordadas, guerras y más guerras hasta que Einstein le preguntaba a Freud el porqué de las guerras y este contestaba que la culpa fue de una palabra a la que se respondió con una bofetada. Que eso no cambiará y que puede que se llame amor, u otra cosa distinta que tiene que ver con poder. O mejor con posesión: «conservar y unir (eróticas)—destruir y matar(de destrucción)». Siempre en una se da algo de la contraria. Es la vida.
El mejor ejemplo es la Ilíada. Pocas diferencias. «Por consiguiente, parece que el intento de sustituir el poder real por el poder de las ideas está condenado por el momento al fracaso» y sentencia: «El ser viviente protege en cierta manera su propia vida destruyendo la vida ajena».
Einstein y Freud no llegan a soluciones. Se les había adelantado Pascal:
«Guerra intestina del hombre entre la razón y las pasiones.
Si no hubiera más que la razón sin pasiones.
Si no hubiera más que las pasiones sin razón».
Una bofetada o una guerra. Misma pulsión.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
4 abril 2022