«Y SI VOY A SANTIAGO, VOY A SANTIAGO PERO NO A ESPAÑA, QUE QUEDE CLARO» Rafael Dávila Álvarez

Son palabras de Su Santidad el Papa Francisco sobre su posible visita a Santiago de Compostela. Que tampoco. Porque de lo que dice se deduce que no va a Galicia, ni a la ciudad de nombre Santiago de Compostela, sino a su feudo, la Catedral, a la tumba del Apóstol y no más. Así lo entiendo, aunque sin entender el resto.

¿España?

¿Es esto lo que debe quedar claro? No sé.

La elegancia de un filósofo está en la sencillez para que todos le entendamos. La de un Papa en amar y enseñar a amar, de acuerdo con una única fórmula: a Dios y al prójimo como a ti mismo. Un Papa no debe utilizar la ironía para dejar una incógnita abierta y más si esta puede causar malestar. ¿Es infalible el Papa al tratar un tema de tanta sensibilidad para un pueblo como lo es su unidad y más en tiempos recios?

Viene a Santiago, pero no viene a España. Puede ser un milagro de Su Santidad, pero me llega el recuerdo de Pascal:

«Dios no hace milagros en la guía ordinaria de su Iglesia. Sería uno extraño si la infalibilidad estuviera en uno; pero estar en la multitud parece tan natural que la guía de Dios está oculta bajo la naturaleza, como en todas sus obras» (Pascal Pensamientos en obra de Gabriel Albiac). Lo que me lleva a pensar que la infalibilidad en este caso exige un sacrificio tan grande como el de mantenerse en silencio. El milagro es de la multitud que clama sin pastor que la conduzca.

Una vez que coges a Pascal no puedes dejarlo:

«Los milagros no son ya necesarios, a causa de que ya los tenemos. Pero cuando ya no se escucha a la tradición, cuando no se propone más que al Papa, cuando se le ha engañado y, habiendo excluido la verdadera fuente de la verdad, que es la tradición, y como a pesar de haber prevenido al Papa, que es su depositario, la verdad no tiene ya la libertad para aparecer, entonces los hombres no hablan ya de la verdad. La verdad debe hablar por sí misma a los hombres. Es lo que sucedió en el tiempo de Arrio».

Espero que las palabras del Papa no sean firmadas como infalibles; en este caso.

Recordaba Gabriel Albiac: «El gran Francesco Guicciardini lo formulaba en el siglo XVI con una perfección pasmosa: todas las cosas se derrumban un día, también los hombres, también los ciudades, las naciones, los mundos; lo duro es estar debajo cuando caen».

Me siento así; sin más. Estar debajo. Irremediablemente. Se cae el sustento de una civilización, de, casi podríamos decir, la civilización. Me (nos) pilla debajo.

«Mirad, que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres…» (San Pablo, Colosenses, 2-8).

«Muéstrenme la moneda para el impuesto. Y se la enseñaron. –¿De quién son esta imagen y esta inscripción? –les preguntó. –Del César

–respondieron. –Entonces denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22: 19-21).

A pesar de estar debajo de los escombros espirituales de occidente aún es posible, casi seguro, que interpreto mal; también las palabras del Papa.

No ha querido decir lo que ha dicho. Ha sido sin querer queriendo.

«Sancte Socrates,ora pro nobis» (Erasmo de Rotterdam).

Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

6 septiembre 2021

LA NEGOCIACIÓN: DAGHE L´AIGA A LE CORDE! General de División Rafael Dávila Álvarez (R.)

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Colocación del Obelisco en la Plaza de San Pedro en el Vaticano-1586

¡Agua a las cuerdas! Gritaba el capitán Giovanni Bresca.

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El traslado del Obelisco en la Capilla Sixtina

El obelisco que preside la Plaza de San Pedro frente al Vaticano fue traído desde Alejandría a Roma el año 37 por orden de Calígula. Terminó presidiendo el Circo de Nerón situado sobre la colina del Vaticano. Junto al obelisco marca la tradición el lugar donde fue crucificado y muerto San Pedro. En 1586 el Papa Sixto V decidió trasladarlo hasta su actual ubicación. A pesar de la corta distancia la obra era costosa ya que el enorme bloque de granito rojo medía más de 25 metros y pesaba cerca de 350 toneladas.

El 10 de septiembre de 1586 todo estaba preparado. Cerca de 900 hombres, 140 caballos y centenares de cuerdas de cáñamo iban a iniciar una maniobra cuya clave estaba en la coordinación y la máxima atención para entender las órdenes que se iban dando. La plaza pronto se llenó de curiosos y para evitar que el alboroto apagase las voces de mando se ordenó silencio absoluto bajo pena de muerte al que lo incumpliese. Llegó el momento y las cuerdas se tensaron, el esfuerzo aumentaba. Ya a punto de conseguir izar el obelisco, casi vertical, las cuerdas de cáñamo empezaron a echar humo. El silencio era amenazador, un momento más y las cuerdas se romperían, pero todos recordaban el castigo de pena de muerte.

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La maniobra era difícil 25 metros de longitud y 350 toneladas de peso

Una voz rompió el crítico momento: ‹‹Daghe  l´aiga a le corde!››.

¡Agua a las cuerdas! El capitán Giovanni Bresca, avezado marino genovés, sabía que las cuerdas de cáñamo se estiraban peligrosamente hasta romperse. Solo había una solución para evitarlo: echarles agua. Dicho y hecho. ‹‹Acqua alle funi››.

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Plaza de San Pedro con el obelisco

Roto el silencio, izado el obelisco, Giovanni Bresca, capitán genovés, no fue castigado sino que el Papa le recompensó con el derecho a izar la Bandera Pontificia sobre su nave y concedió a su ciudad, Bordighera, y a su familia el privilegio de proveer de manera exclusiva al Vaticano las palmas para la celebración del Domingo de Ramos. Así hasta el día de hoy.

Hoy, aquí, los intentos para izar nuestro obelisco fracasan. Todos guardamos silencio. Cada uno tirando de su cuerda oímos el crujir del cáñamo. Muchas se rompen sin posible sustitución. No tiran en la misma dirección. En la plaza se nota el desorden moral. Todos guardan silencio, incluso cómplice. Decir algo está severamente castigado. El obelisco, lleno de historia, es el símbolo del sacrificio, de la conciencia, la ética y el deber.

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Negociaciones

Es hora de gritar, aún a costa de la vida: ‹‹Daghe l´aiga a le corde››. Es un grito desesperado para que regrese la ética, la conciencia y la razón de Estado. Haría falta un Giovanni Bresca que, sin miedo a las consecuencias personales, pusiese el interés general por encima del particular de partido, incluso del individual.

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Nuestro obelisco de conciencia, ética y deber.

Con negociantes como los actuales no hay quien ponga en pie el obelisco. Habrá que empezar de nuevo. A pesar del daño hecho a la conciencia, a la ética y al deber.

La credibilidad cruje como las cuerdas de cáñamo.

General de División Rafael Dávila Álvarez (R.)