Sé que lo leí en algún libro y eso me ha hecho buscarlo, que es una buena fórmula de lectura. Entre este y el otro, hasta que encuentras lo que buscas, acabas leyendo toda la bibliografía. Si tienes suerte y tardas en encontrarlo, mejor.
Leí que una vez hubo un pintor de Corte, que su mejor retrato no había sido del gusto de la Gran Concubina. Eso era de una gravedad extrema y, aunque el tirano gustaba de su pintor, más le gustaba ella, así que mandó buscarle mientras preparaba un castigo propio de la mente de un tirano.
Sabía que esta historia estaba escrita por un contador de cosas de todo tipo y rarezas; por eso me fui a los estantes donde tengo a los que cuentan casos tan increíbles, que luego no me acuerdo y que al volver a leerlo me parece que nunca lo había hecho antes. Por otro lado son mis escritores preferidos y al caer la noche busco entre ellos por si alguno me da las buenas, que son muy callados y casi nunca dicen nada, y hay veces que lo que cuentan es para no dormir, porque te acuestas con esa extrañeza: ¿qué habrá querido decir? Por eso en estas noches de invierno, cuando entra el ruido del viento por la chimenea, que se apaga, cuando fuera no se puede estar, aún seas centinela, me voy sin pasar por esos libros no vaya a ser que no me dejen dormir.
Por la mañana ya es distinto, cuando ellos deben descansar, porque en esos vasares no hay ruido, ni huecos vacíos, y nunca he buscado a esas horas. Es la de leer en los ojos de los pájaros, que, cuando amanece, se posan en las ramas de la higuera con la libreta bajo el brazo repasando las tareas del día que empieza. Cuando los libros duermen, ellos, los pájaros, hablan mientras no vuelan. Se puede leer el día en sus ojos.
Soy capaz de recordar que el pintor apareció ante el tirano, a su llamada, y, aunque no sabía nada, como el rey era muy caprichoso, podía ser que le llamaba para premiarle o para matarle, que cualquier cosa era posible en aquella intriga y tanta veleidad.
Era, como el rumor le había dicho, para matarle, pero no de cualquier forma sino que, como era tirano, le concedió dos clavos para sostenerse un tiempo y defenderse del dogal implacable en torno a su garganta. Porque su mejor retrato había disgustado a su concubina.
Pero ya no sigo porque he dado con la historia que buscaba. Acabo de encontrar el libro y el poema.
«La Cuerda y los ratones»
El tirano condenó al pintor de Corte
porque su mejor retrato había disgustado
a la Gran Concubina.
Sólo le concedió dos clavos
para sostenerse un tiempo
y defenderse del dogal implacable
en torno a su garganta.
Pero el pintor asióse de una mano
y trazó con la otra la figura
de pequeños roedores en el muro.
Púsoles rubíes por ojos y dulce piel caliente,
así que, agradecidas, tomaron vida las figuras
y royeron la asesina cuerda. Estuvo libre.
Pero para esto escribes tú, confiésalo,
por que tus sueños te liberen de la muerte;
y crees por esto mismo, dilo:
para que tu Dios se levante de la nada
y te salve con su cálida mano en el sepulcro.
Dibuja ratoncillos o simples palotes escolares
si no puedes más, no sabes.
Pero hazlo con amor y primorosamente:
te salvarán los ángeles, confía.
Si eso sucedió al pintor de Corte
¿por qué no a ti, aunque seas tan pequeño?
(José Jiménez Lozano)
Me dijeron que la historia era cierta, aunque hacía mucho tiempo que no había vuelto a ocurrir hecho semejante. Desde el tiempo de Ptolomeo, general de Alejandro, que al fundar una biblioteca donde se guardaban todos, todos, los libros, en Egipto, empezaron a leer incluso los roedores; y la pintura se convirtió en jeroglífico que quería decir algo, pero había que adivinarlo. Claro, así era imposible que las figuras tomasen vida y más bien de lo escrito empezaron a salir monstruos con muchas cuerdas a modo de dogales.
Ahora hay mucha gente atada y ni los roedores se atreven a meterse donde no les llaman.
Me he puesto a pensar en todo ello mientras mis nietos me traen su dibujo escolar con belenes y papanoeles, rebaños de ovejas, patos, cerditos, burros, vacas y pastores. También han pintado ángeles.
En este concierto feliz no falta Herodes en su castillo, que espero que no me llame porque no he pintado, nunca, nada; aunque no se sabe. Habrá que cuidarse mucho.
Hay tanto amor y primor en lo que han pintado mis nietos, que espero que sean los ángeles quienes tomen vida y nos salven, como nos anuncia don José.
En homenaje, recuerdo y admiración a D. José Jiménez Lozano
Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
21 diciembre 2020