LOS LIRIOS DEL CAMPO Rafael Dávila Álvarez

Hoy cumple 91 años don José Jiménez Lozano. Sigue entre nosotros. Cada vez que canta el cuco o vuela la golondrina; oigo ladrar a un perro en el campo, en la lejanía, o miro el vuelo de los vencejos. Allí donde hay vida que viene o que se va, veo a don José.

Una primavera de azucenas en este mundo en el que «la verdad solo ha hecho su aparición como desgracia e irrisión».

Me recojo en la emoción con el prólogo que Enrique García-Máiquez hace en El Precio, una antología poética del maestro Jiménez Lozano.

Hoy, ayer y será mañana, todos los días son para estar al lado de esa poesía tan cotidiana que lee la verdad que nos acompaña, guste o no, la veamos o no.

En el repentino encuentro entre pocas y ordenadas palabras, engarzadas las letras, descubres tesoros y dices: ¡Velay!

La HIERBABUENA

Era una pequeña hierbabuena

que quería ser azucena, y penaba.

Sufrió mil años en las primaveras,

y quería extinguirse cada estío.

Justo se secó aquel año,

en que una pobre mujeruca enferma

buscó hierbabuena para su tisana,

y solo halló un matojo seco,

y azucenas.

Ya nadie escucha al cuco, que a lo mejor se ha quedado solo para los que buscan las hierbas buenas en las cunetas. Los que no supieron servir a dos señores y no sintieron el agobio del vestido ni de que comerán mañana.

¿Quieres que te lo cuente otra vez? ¡Si me entendieras!

Porque quien escribe que «En la alcoba, la ventanita tenía también su pañizuelo blanco para que no entrase frío y el sol del verano se matizase cuando por las mañanas era poderoso», no tiene que escribir nada más, porque es como aquello de «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme», o más lejos ¡Canta, diosas, la ira de Aquiles el de Peleo!

Los que se quedan con la añadidura, si es que se la dan, si hubiese algo por añadidura, que como dice Kierkegaard eso es para los afligidos y que ningún hombre es capaz de disuadirte de tu pena. «Así las cosas, lo mejor es buscarse otros maestros cuyo discurso no sea incomprensión, cuya animación no encierre ningún reproche, cuya mirada no juzgue, cuyo consuelo no exaspere en vez de calmar». Y nos dice con razón que toda incomprensión viene del hablar.

Es por lo que callo y leo al maestro Huidobro, porque como el lirio él no coteja su bienestar, o a lo mejor malestar, con la pobreza, o a lo mejor la riqueza, de ninguno.

¡Cuidado!

Diez años esperó que el árbol seco

floreciera de nuevo. Diez años

con el hacha aguzada y temblorosa,

pero el árbol

solo exhibía sus desnudos brazos,

la percha de la urraca y de los cuervos.

Cortóle al fin, y, de repente,

vio su corazón verde, borbotón de savia;

un año más, y hubiera florecido.

Más paciencia para mirar y ver a nuestro alrededor, a nuestro lado, que llega el aliento del sufrimiento y lo dejamos pasar de largo, como si con nosotros no fuese; y resulta que éramos nosotros; y vienen a cortarnos ya que nos creían secos.

Sí. Dice, y es para mí poner cátedra, Enrique García-Máiquez que tras leer a don José «no podemos seguir mirando, leyendo, pensando ni viviendo igual que antes». Ese gerundio que es la vida en cada instante. A mí me ha pasado; me está pasando.

En él estamos.

Mirad a los lirios del campo, miradlos. O no habréis visto nada. Mirando no veis.

«Tocamos la flauta y no bailasteis. Cantamos canciones tristes y no llorasteis». Todo os da igual.

Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

13 mayo 2021

 

 

MAS HAY AVES EN EL CIELO… Y VIEJOS QUE ESPERAN General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Estos días de confinamiento mi ventana recobra su importancia.

Tengo una ventana que me permite mirar a los pájaros cuando llegan y cuando se van. También veo a los que siempre están. ¿Nos conocemos? Los mirlos andan a la gresca con las urracas que adivinan enseguida donde están haciendo el nido, entre la hiedra, y ya no dejan la pelea. El mirlo es valiente y la mirla trabajadora. Los gorriones en cuanto empiezan a ver el trasiego desaparecen.

Tengo una ventana que no es una ventana cualquiera porque solo es de pájaros. Puede que haya otras cosas, que seguro que las hay, pero ellos me han dicho que solo les mire a ellos, que lo demás no interesa; total que estamos de acuerdo porque yo la ventana solo la quiero para ver los pájaros. Este año ando preocupado porque los vencejos están tardando en llegar o, a lo peor, están volando tan alto que mi vista no los alcanza. Tampoco hay aviones porque el aeropuerto al que bajan a posarse debe estar cerrado por estos virus nuevos. Cuando veo alguno lo miro como desde la selva amazónica lo harían los sin contaminar que allí viven, y entonces no le doy más importancia porque a mi los aviones metálicos ni me van ni me vienen; como a ellos.

Mantengo abierta la  ventana hasta que se hace de noche y ya no veo ni  a los murciélagos volando, o lo que sea lo que hacen, que no se sabe muy bien si vuelan o hacen piruetas desde una cama elástica que les acompaña.

<<Mas hay aves en el cielo,

lirios en el campo. No ocurre

nada>>*

Sigo con el recuerdo a Jiménez Lozano. Imborrable.

<<La primacía de lo político destruye lo espiritual, al convertir al señor en esclavo>>.

Un elogio a la vejez es el título del artículo de Gabriel Albiac (ABC.19-03). <<El Quevedo que sabe cómo el tiempo nos hace, en cada instante, “presentes sucesiones de difunto”. El Góngora que llama a que la inteligencia sepa sobreponerse al pavor de tal destino: “la razón abra lo que el mármol cierra”, en deslumbrante traslación lírica del san Pablo que interroga: “muerte, ¿dónde está tu victoria?»>>.

Los que gestionan el coronavirus  han puesto fronteras a la vida. Los de una edad aquí, los de más edad allá. Sálvese del horno quien pueda. El ser humano no deja de asombrar… a los pájaros al menos.

Tengo ya mi edad. Me han educado a dar la vida por los demás. No hace falta que me empujen. <<Ni la llamo ni la huyo; puede venir cuando quiera>>. Nunca pensé que habría prioridades y selección en el triaje en función de la edad; eutanásico. No empujen. Ya me muero solo.

Esta ventana no tiene barrotes, pero como si los tuviera porque ni puedo salir por ella ni tampoco entrar, así que cuando veo a los pájaros no sé si ellos pensarán que estoy enjaulado. Últimamente estoy pensando muy en serio en ello y a punto de cerrar la ventana. O ponerle barrotes para que no me la puedan robar. Esas son las soluciones de hoy, muchos barrotes, alarmas y seguridades porque nadie está seguro de nada. ¿Será porque no miran a los pájaros? Porque a ver: ¿si no para que hacen ventanas en las casas?, ¿no es para ver a los pájaros? A lo mejor es para ahorrar luz, esa que siempre llega tarde.

Supongo que todos habrán ido alguna vez a una Residencia de ancianos. Pueden comprobar que los viejos no apartan su mirada de la puerta de entrada. Esperan. Miran a todo el que entra y al que sale. Esperan que alguna entrada sea para ellos. Una sonrisa.

Su mirada es una eterna primavera de renacer ilusiones con la llegada de alguno de los suyos. No existe para ellos el tiempo. Todo es espera, de lo que fue; creen que volverá un haz, un fulgor de aquello. Hoy los hemos encerrado, nadie llega, crueldad a su espera, puede que, para algunos, sea eterna.

Soledad de pájaro

solo y solitario

soledad del cardo

y soledad del páramo.

Son tres soledades,

ya estoy acompañado.*

Viven solos, en su <<inventario>>:

Yo tenía un peón, de niño,

unas canicas,

un lacre rojo y una cuerda,

una sonrisa.*

Por edades. Los unos a la derecha, los otros a la izquierda ¿quién decide? ; y entonces morirán unos y más tarde otros. ¿Quién decide?

Los viejos ya no damos ni siquiera sombra.

Quedemos tranquilos. Nos enseñaron y educaron a dar la vida por los demás sabiendo que cuando se exige tanto, entregarlo todo, la enseñanza culmina con el ejemplo. Pero, por favor, no empujen.

*Poemas de El Precio, Antología poética de José Jiménez Lozano.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

23 marzo 2020