CONFINAMIENTO INCONSTITUCIONAL Rafael Dávila Álvarez

En una democracia las cosas no funcionan a capricho del que gobierna, sino con respeto a la Ley. Eso está muy bien, pero la clase política, que hizo la Ley, se lo pasa por el arco del triunfo.

Ni el confinamiento ni el cerrojazo al Congreso de los Diputados fue legal. Quitarse la responsabilidad y señalar a otros es inmoral. Las dos cosas han sido sentenciadas por el Tribunal Constitucional que son los que legalmente la interpretan.

¿Consecuencias? Ninguna para los inconsecuentes. Si usted se equivoca con la Administración puede prepararse para el calvario legal al que le someterán los administradores.

Estos años de pandemia todo ha sido una farsa, lo dice el Tribunal Constitucional: hemos estado sometidos a un recorte de nuestros derechos fundamentales. Pensé que eso era un delito, pero por lo que veo no es que no lo sea, sino que no todos somos iguales ante la Ley. Ser político es equivalente a ser irresponsable, que todo queda en manos de ese verbo tan gaseoso: gobernar.

Nos han robado, hablando en román paladino, dinero y libertad, uno en metálico y otro, lo que es más grave, en el mayor de los derechos fundamentales.

No pasa nada.

Se lo diré con palabras muy graves, pero que todos entendemos y ellos más que nadie: el Gobierno que tenemos en estos momentos en España cree que es fácil engañar al pueblo con esa liturgia, vieja conocida, que predica la revolución socialista consistente en decir que lucha por la igualdad económica y la realidad es un recorte de las libertades civiles.

Ese es el secreto. Se constituyen en una Religión: el término tiene todo el sentido de ir en mayúscula. Tan es así que estos nuevos religiosos hacen temblar —¿dudar?—hasta al Papa: Populismo.

Pero el mundo es tan viejo que es difícil engañarlo.

En la Apología de Sócrates Platón describe su despedida con una predicción: «Ahora dejadme predecir lo que os va a suceder a vosotros que me habéis condenado, pues estoy a punto de morir y en estos momentos es cuando los hombres están más dotados del don de profetizar. Os predigo que después de mi muerte caerá sobre vosotros, ¡por Zeus!, un castigo mucho más duro que el que me acabáis de infringir. Me habéis condenado con la esperanza de quedar libres de responder de vuestros actos, pero os profetizo que las cuentas os van a salir muy al revés: cada día aumentará el número de los que exijan explicación de vuestros actos, a quienes hasta ahora yo he podido contener, aunque vosotros no lo advertíais, y tanto más duros serán cuanto más jóvenes y, por ello, más exigentes; por eso viviréis aún mucho más enojados. Estáis muy equivocados si creéis que la mejor manera de desembarazaros de los que os recriminan es matarlos. No es éste el modo más honrado de cerrar la boca a quienes os inquietan; hay otro mucho más fácil: no perjudicar a los demás y mejorar la propia conducta en todo lo posible».

Se despide Sócrates con una petición para el futuro, para los hijos que vienen: «Y si presumen de ser algo, sin serlo de verdad, reprochádselo como yo os he reprochado, y exigidles que se cuiden de lo que deben y que no se den importancia, cuando en realidad nada valen».

Digo, que no soy Sócrates: ¿Quiénes os habéis creído ser?

REVELACIÓN

Sol vencido te regala,

en la tarde de otoño,

el poder y la gloria.

Mira tu alargada sombra:

nunca serás más grande.

(El Precio, antología poética José Jiménez Lozano)

Después de calmar mi furibundo enfado leo a Sócrates y al volar en el sueño de don José llego a la conclusión final: estos personajes nos roban la cartera, la de los valores, y nos da igual.

Hay que hacer un juicio sobre la cartera de valores, que son ¡tan distintos! Ya saben a los que me refiero cuando digo que nos los roban. Ahí está el problema: nos da igual, ¿o hemos gastado los valores?

Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

29 0ctubre 202

LENGUAJE DE GUERRA. NO SE MUEVE NI LA CABRA DE LA LEGIÓN Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Los augurios no son sino análisis de la información que un águila lleva en su vuelo después de días de observancia del campo enemigo. Los intérpretes, augures, ocupaban asiento junto al fuego de Agamenón.

A falta de águilas observo los mirlos en los parques, en los que no están cerrados y, sin Agamenón presente, recorro los garitos de las llamadas sedes de los partidos. Nada que ver con el de Galdós.

En las Academias militares se estudian los signos que indican que el enemigo se mueve y puede dar un paso más allá. Uno de ellos está en los despliegues que de fuerzas militares se llevan a cabo en la frontera. La OTAN, con España incluida, lo está en la de Rusia-Europa.

Pero hay nuevos signos de guerra, ¡tan preocupantes!: los despliegues de la palabra política. No tienen fronteras.

Claro que podría ser que este lenguaje que se introduce cada día responda al preludio de una guerra cultural, antecedente de otras, dirigida a quienes ni saben hablar, ni leer ni escribir. Analfabetos que leen etiquetas y loros que repiten la voz de su amo, junto a sinvergüenzas que cada noche redactan el estribillo.

Se equivocan los que dicen que esto es una revolución. No; esto es una concentración de poder, que para eso se hacen las guerras; contra la democracia. Si quieren le damos nombre: golpe de Estado silencioso. Lo comprobaremos en nuestra miseria cuando esté entre nosotros y no nos reconozcamos. Así, y  mientras esto sucede, nos entretienen con una utopía inalcanzable y fuera de lugar, pero digerible y esperanzadora. Ese es el gran atractivo de la mentira: la arenga permanente, repetitiva sin descanso, ¡que dulce sueño es saber que me mienten!

Si eso no es suficiente llega la fuerza, porque para ellos lo justo es lo fuerte.

Estado de Alarma, Toque de queda, confinamiento, controles, rastreadores, guerra al virus, ganaremos, venceremos juntos a este enemigo, el virus ataca de nuevo, la batalla. Nada es casual, sino dirigido y con una finalidad.

La batalla contra el virus, la moral de victoria, el sacrificio… es el lenguaje de un presidente que al dar comienzo esta guerra puso al frente al Jefe de Estado Mayor de la Defensa al que se le veía en un conflicto que no era el suyo, pero obligado a jugar su papel para el que, también, le impusieron el lenguaje y tuvo que utilizar a los soldados en combates que no le eran propios.

Porque como hemos dicho, y repetiremos, esto no es una revolución y sí una guerra, y en ella el objetivo estratégico es concentrar poder. Dictadura.

No hacen falta misiles, ni submarinos atómicos, sino martillear con la palabra, arenga diaria, disparos de ideología. Misiles sin límites en el tiempo o espacio. Mentir constantemente hasta convertirlo en un mantra.

Y por eso aquello: Estado de Alarma; toque de queda, confinamiento, aislamiento, divide y vencerás. Empecemos con el lenguaje.

¿Qué es la guerra? Se pregunta Clausewitz al introducirnos en el inacabado De la Guerra, y expone con crudeza analítica, casi matemática, la realidad de lo cotidiano del quehacer del hombre, ¿qué es la guerra?, esta guerra que inventó la política.  Su pregunta había tenido respuesta muchos siglos antes: «La guerra es un asunto de importancia vital para el Estado, es la provincia de la vida y de la muerte, el camino que lleva a la supervivencia o a la aniquilación» y concluye Sun Tzu. «Todo el arte de la guerra está basado en el engaño».

La verdadera fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad es la mentira, con la que seduces con halagos. Es el arte más fino del engaño. Clausewitz lo deja claro al señalar la guerra como un medio para lograr el propósito político, que es el fin. El propósito político será lo que deberemos analizar.

Y avisa: «Pues en asuntos tan peligrosos como lo es la guerra, los errores que se dejan subsistir por benignidad son, precisamente los más perjudiciales».

Con ellos no habrá desarme artístico, ni cejarán en su empeño de destrucción. No habrá benignidad.

¡Capitán mande firmes!, que les gusta.

No se mueve ni la cabra de la Legión. Es un augur.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

26 octubre 2020