Debería ser, lo fue, un día de celebración alrededor del acto de entrega de despachos a los nuevos suboficiales del Ejército de Tierra en la ceremonia presidida por el Rey de España al que acompañaba la Princesa de Asturias, alférez del Ejército de Tierra. Pero la alegría de tal celebración no debe ser motivo para olvidar unos hechos que forman parte y son semilla de alguno de los gravísimos males que amenazan la unidad de España, esa que figura dentro de las misiones que el artículo 8 de la Constitución otorga a las Fuerzas Armadas.
Nadie que haya seguido la política española de los últimos años podrá olvidar los gobiernos de Zapatero y Sánchez y su intromisión en los asuntos militares con ministros como aquel personaje que fue el peor ministro de Defensa que ha tenido la democracia: José Bono (El hacker de Pemán le llamaba mi inolvidable amigo Antonio Burgos). Nunca lo fue de defensa que no fuese la suya propia. Morir de vanidad. Rentables libros donde no da ni una a derechas, todas a diestro y siniestro. De aquellos polvos… Cesión, renuncia de España. Formó un equipo de clara ambición y desconocimiento del espíritu de la milicia, arrasando con la enseñanza militar y todo con un grupo de amiguetes a su alrededor de los que aún alguno perdura en puestos bien remunerados. El independentismo encontró su aliado perfecto. Patada a la Constitución. Por toda la escuadra.
En la Academia General Básica de Suboficiales del Ejército de Tierra en Talarn (Lérida) brillaba sobre la falda del Monte Constampla el lema de que nuestros suboficiales eligieron como norma de vida:
A ESPAÑA SERVIR HASTA MORIR
Era su Oración cada amanecer y anochecer. Era su Constitución y juramento, su bandera. Un político nacionalista catalán, de cuyo nombre no quiero acordarme, presionó al ministro de Defensa, José Bono Martínez, impropio ministro para tan buenos soldados, para que retirase aquel lema que le molestaba ver desde el cielo cuando su avión pasaba por encima de aquellos montes catalanes. Se cedió. El ministro ordenó retirar el lema y los militares cumplieron. Bajaron del monte el lema, agacharon la cabeza, se borró de los cielos de España para colocarse, modesto y sumiso, en la Plaza de Armas de la Academia. Aunque parezca mentira esto ha ocurrido en España con el Gobierno del señor Zapatero y su ministro de Defensa; de nefasto recuerdo. De aquellos, y otros más cercanos, polvos… ¿Nos extraña que ocurra lo que ahora ocurre? Los militares tragamos aquel sapo con esa sumisión que es mala disciplina.
Estos día de julio se celebra en todas las Academias Militares el acto de entrega de despachos a todos los oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas españolas después de una formación dura, agresiva, moderna y esperemos que completa en cuerpo y alma militar. Un nuevo mundo da comienzo para nuestros nuevos mandos entre los que destaca el de la Alférez Doña Leonor de Borbón y Ortiz, Princesa de Asturias, cuya responsabilidad será ni más ni menos que mantener la unidad de España, difícil empresa tal y como se divisa el panorama.
Servir hasta morir requiere un buen mandar y no engañar. Lo que exiges hay que cumplirlo de manera ejemplar, si no estás incapacitado para el mando. En la milicia arrastra el ejemplo que no las leyes. La Ley marca el camino, pero es la moral, la virtud, la que señala la meta final, el comportamiento del mando.
Mandar es de una belleza inigualable cuando se manda bien, es un arte tan severo e irrenunciable que hay que estar en permanente vigilancia y cumplimiento como ejemplo a tus hombres. Cumplir, exigir el cumplimiento y dar ejemplo: el resto no es mandar.
Me permito con la humildad del ya retirado, aún sin serlo del todo ni de todo, dar unas breves pinceladas de ese arte de mandar.
EL ARTE DE MANDAR
Este es un intento vano de acercarme con palabras el arte más complejo del mundo y que más satisfacciones produce: a unos hace grandes y a otros deja al descubierto su infamia, pero nunca pasa desapercibido.
Todo el mando encierra un secreto que se resume en una vieja historia que dice: «Saliendo los de Numancia a pelear con la osadía, y confianza que solían, fueron forzados a retirarse, y volver las espaldas, y reprendiéndoles su capitán, que por qué huían de los Romanos que tantas veces habían vencido, le respondieron, que los soldados eran los mismos, pero que el Capitán era otro, y de más valor y mejor gobierno que los pasados».
Mandar queda resumido en pocas palabras a pesar de ser una compleja actividad.
Estas son algunas de sus máximas:
Tus órdenes han de ser claras, que se entiendan, que se cumplan, que cada uno sepa lo que se le pide, y si es posible, por qué se le pide.
Debes mantener la idea elegida sin vacilaciones ya que no hay nada más amargo que verse sometido a las oscilaciones de un jefe vacilante en sus decisiones. Más útil es el entendimiento que la espada. Claro, preciso y respetar la iniciativa de otros. Esa idea permanente que debe presidir y transmitir con sus órdenes, incluso con sus gestos y presencia, es la de vencer.
Debes de estar atento a conocer nuevas ideas y aceptar propuestas ajenas. Entre todos los consejos nunca admitas los que proceden del odio y del temor, los peores consejeros en la guerra. Y recuerda que el que está a tus órdenes no está a tu servicio personal.
Da lo mismo el escalón de mando que se tenga o el puesto asignado. Siempre en la guerra surge la soledad, el momento más difícil al que acompaña el miedo, la inseguridad, incertidumbre, dudas y el peso de la responsabilidad. Estos son algunos de los sentimientos y sensaciones que embargan a cualquier soldado y que aumentan en función del número de los que están bajo tu mando. Aunque sea el acontecer diario. Sobreponerse a esos sentimientos marcará la diferencia entre el éxito y el fracaso. Hay que confiar en uno mismo, en los conocimientos y formación ya que frecuentemente se sabe más de lo que se cree y ello aflorará en el momento necesario.
Ante un problema difícil, cuando no puedas consultar, confía en tu intuición, pues cuando se conoce el oficio y se está identificado con él, la intuición te marcará el camino a seguir. No hay nada peor que el pánico o la inacción. Ni te escondas ni huyas ante los problemas de la guerra que suelen atacar en primer lugar al ánimo del que manda. Que los métodos y procedimientos aprendidos en las largas horas de estudio, aplicados con sentido común y serenidad, les ayudarán a adoptar las decisiones más convenientes aún en soledad. Deberemos confiar en su profesionalidad y buen hacer y darles la flexibilidad y libertad de acción que para nosotros pedimos. Muchas veces un líder no lo es solo por el empleo que ostenta o por la edad que tiene, lo es por que reúne un conjunto de cualidades que harán que sus hombres lo sigan sin condiciones.
Tan difícil es decidir, porque eres responsable de ello, como obedecer.
Para dirigir, organizar, investigar, enseñar, mandar u obedecer hay que estar preparado y eso se logra solo con aprendizaje y disciplina.
Tenemos que tomar decisiones a menudo, todos. Hay una frase en el Ejército un tanto dura, pero muy real:
‹‹El sudor de hoy evitará la sangre de mañana››. Creo que tiene su traducción en la vida civil y que sirve para todos: el esfuerzo y el estudio de ahora te servirá para no cometer errores mañana.
En tu función intelectual necesaria para decidir debes contar con la ayuda de tus auxiliares, es una labor de equipo, en la que tendrás que asignar trabajos a cada uno de ellos, pero la decisión final, la expresión de tu voluntad, te corresponde solo a ti y es tu mayor responsabilidad. En ella quedará reflejado el espíritu del Jefe y servirá como guía y eje de aquellas iniciativas que tus subordinados tomen en los momentos en los que se encuentren aislados o lejos de ti. Elige entre los que sabes que con una sola directriz actúan de acuerdo con tu criterio y huye de aquellos que necesitan exceso de explicaciones y vigilancia permanente para comprobar el cumplimiento de tus órdenes. La tibieza en el mando provoca graves indecisiones, es el mayor pecado que puede cometer el que asume la responsabilidad.
Debes de ser constante en el esfuerzo, evitar prisas y desorden.
Ser cortés, pues la cortesía es inseparable de la disciplina. Cortés en la precisión y limpieza de la palabra, en la actitud, en el gesto, en la voz y en los modales.
Cuenta siempre con el apoyo de tus colaboradores y el consejo de los más cercanos y busca en ellos la lealtad para nunca sentirte defraudado.
Nunca pienses en ti, hazlo primero en la misión que te han confiado y en los hombres que tienes para cumplirla.
Suerte, fácil recurso al que suele acudirse. No te engañes con la suerte, los buenos generales no confían en ella, sino en sus tropas, en su Estado Mayor y en su preparación para adoptar decisiones: a eso se debe la suerte. En la mayoría de los casos estudiados en los que se señala a la victoria como fruto de la suerte se deduce que sólo los capaces son afortunados.
Mandar es demasiado habitual, pero cada vez son más los que mandan mal y legión los que padecen sus consecuencias. No pretendas ser importante por el mando que te asignen, sino lucha por ser humilde que se traduce en ser útil.
El Mando es una montaña muy dura de escalar. Hay que recorrer despacio el camino, con humildad y paciencia. A la cumbre no se vuela, súbese poco a poco y con discurso de tiempo. En la guerra o en su preparación el esfuerzo y dedicación nunca están de vacaciones.
«La negligencia individual provoca un prejuicio colectivo, y la diligencia propia produce un triunfo colectivo» (Alejandro Magno).
La tropa debe ganar batallas; el Mando está para ganar la guerra. La suma de las batallas no da como resultado ganar la guerra, sólo la decisión y claridad en determinar a dónde, por dónde, cómo y cuándo conduce al éxito final al ir consolidando con la táctica la estrategia final. Entiéndase que en la táctica participan diversos mandos, pero la estrategia de la victoria debe ser cosa de uno.
No olvides que la inacción en la batalla es incompatible con el ejercicio del mando.
Por último sigue la máxima moral que todos llevamos dentro: «Que nadie tenga nada que esperar del favor ni temer de la arbitrariedad».
«El contenido de la sabiduría es el mando. Saber y mandar no es otra cosa sino saber ser obedecido. Sólo sabe mandar el que manda por razón de proporción, es decir, por razón de justicia. Sólo sabe mandar el que midiendo sus cualidades y las que tienen los llamados a obedecer halla entre ambos la proporción geométrica que justifica el mando y le hace efectivo».
Ese orden de la milicia establecido por el mando, «esa figura perfecta, capaz de andar en todas las direcciones; hacia delante, hacia detrás, a derecha e izquierda, hacia arriba o hacia abajo, sin que jamás se turbe el orden», algo así como la disciplina que no es sino «una habituación interna y externa del hombre a estar siempre en orden» va a servir en el futuro para construir la esencia misma de la política: el orden y la disciplina. En definitiva el mando, cuando no se convierte en una burda copia del Mando.
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Blog: generaldavila.com
8 julio 2024
