LA REVOLUCIÓN RUSA Y LA PAZ Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Nada será igual. Desde Europa, la más afectada, hasta los confines de la tierra, el mundo asiste a su anochecer temprano, antes de que se acabe, por causa de esas cosas tan vibrantes como el cambio climático.

¡Qué cosas! ¡El hombre! ¡El humano! Nacido para las diferencias, para la lucha, incapaz de acabar con el mundo, cada día acaba con él mismo. Con todo.

Vivimos en un simple campamento donde las tropas estacionadas, temporalmente, inventan una forma de vida que pretende engañar a los centinelas y apagar el ruido que producen los cascos de batalla.

Se habla en los corrillos de combatientes ya sin el plumaje de la batalla, como si nada hubiese ocurrido; quieren así olvidar los colores de tierra de los uniformes, actúan con las máscaras del teatro que después de la batalla han robado a los muertos ya olvidados. Son simples y horrendas muecas que hablan. Quimeras en las conversaciones. Todos lo saben, mentiras instigadas por los que se alojan en la tienda de campaña principal desde donde emanan las órdenes silenciosas que no se transmiten, ni con la palabra escrita ni en el mensaje hablado, sino solo se adivinan por los signos de los tiempos. Los mismos del Génesis, los mismos del Apocalipsis. Son muy viejos, se repiten, una y otra vez: la guerra.

Hay un descanso de vez en cuando que irónicamente llamamos paz. Creíamos habernos acostumbrado a él después de tanto nombrarlo. ¡Qué va! Vana ilusión. Tras nuestras máscaras que nos esconden. Lo nuestro es la guerra.

La paz es una revolución que jamás ha vencido. La paz es una derrota que nunca asumimos. La paz es un canto que anuncia la pronta guerra y el fin de la conversación. La paz incita a volver al uniforme terroso y recuperar la espada. La paz es nada, inexistente y disfraz en el que se cobija la maldición que llevamos dentro y nos incita a matarnos, antes que a un perro, antes que abrir la jaula a la calandria para que sea libre.

Nada será igual ni para Europa ni para las tierras de los confines. Cuando llegue la paz, si es que llega, los que la vivan lo harán pensando en la guerra. La que se acaba, que pronto olvidarán, y la que preparan que más que pronto volverá. Nací en una guerra y creí morir sin ella. Nadie lo hará. Siempre habrá una guerra por medio de la vida. No es el cambio climático el final, no es la emisión de gases ni la bomba nuclear. Cada uno sabe que es uno y son todos. Nacimos llorando; así nos iremos. Aquí nadie se queda. Tarde o más temprano.

Nada hay peor que morir sin esperanza y eso solo lo sabe quien ya ha vivido o quien ya se sabe muerto. El soldado más temible para estas cosas tan cotidianas como la guerra es aquel que se sabe ya muerto. La historia está llena de ejemplos. El que se sabe ante la muerte es invencible. Todo está dentro de cada uno: invencible es solo la guerra. Todavía no ha habido quien la gane. Se va y vuelve, cada vez peor. Con la paz por medio, embustera, irónica y sarcástica. Eso sí: convincente alarga sus periodos de engaño. Para que olvides y no estés preparado. Volverá su compañera de viaje. Conviven, mutan, intercambian risas e inteligencia. Paz y guerra son el mismo nombre. La máscara.

¡Claro que estoy hablando de la de ahora! Hablo de la invasión de Ucrania. La guerra. Sigue. Ha vuelto. Nunca se fue.

Nadie te pregunta por qué ha sido ni a nadie interesan estrategias o tácticas militares. No. La guerra no vive de eso. Vive de la muerte cercana y del temor lejano. Ese horror que se acerca, más cada día. El miedo es la carcajada de la guerra. Que me pille, me aplaste, a mí, cuando esto está más cerca que el cambio climático y de las infantiles amenazas. No hay superhéroes. Es la guerra.

Alcanzarán los objetivos militares marcados en el plan trazado. Se sentarán en una mesa de negociación como antaño. Flores sobre un gran mantel blanco, sin salpicaduras de sangre, sonrisas sin lágrimas, acuerdos de fronteras, reparto del mundo, ¿Versalles, Viena, París…? Creeremos que vuelve el amanecer. Sigamos creyendo.

Tu Mu: «Muéstrale que existe una tabla de salvación y hazle comprender que existe una solución diferente a la muerte. Después cae sobre él».

Es una solución. Tómenla o no. No veo otra. Es necesario dejar una salida a un enemigo cercado. Es tiempo de tribulación. Aceptémoslo y examinemos nuestros errores con humildad y paciencia. Actuemos. El vencedor de la guerra puede que no perciba que su derrota está detrás de su victoria. Que quien está cercado es el que ha invadido. Es cuestión de perseverar y prepararse para un largo recorrido que lleve hasta los cimientos del agresor, hasta las murallas de su palacio, con paciencia minaremos sus defensas y sus propios soldados se volverán contra su mandato.

Hay que hacerlo lentamente. No queda otra solución, pero hay que hacerlo.

«Durante el reinado del emperador Hsuan de la dinastía Han, Chao Ch´ung Kuo castigaba un levantamiento de la tribu de los Ch´iang. Estos vieron su numeroso ejército, se deshicieron de su bagaje pesado y partieron para vadear el río Amarillo. El camino atravesaba estrechos desfiladeros y Ch´ung Kuo obligaba a avanzar a los Ch´iang sin hacer excesos.

Alguien dijo: “Vamos tras de una gran ventaja, pero avanzamos lentamente”.

Ch´ung Kuo respondió: “Están en una situación desesperada. No puedo pisarles los talones. Si los voy a empujar con moderación se irán sin volver la cabeza. Si los acoso, se volverán contra nosotros y lucharán hasta la muerte”.

Todos los generales dijeron: ¡Maravilloso!» (Sun Tzu. El Arte de la guerra. Editorial Fundamentos).

Avanzamos lentamente, la guerra pasará durante un rato, su compañera de viaje, la paz, nos llevará lentamente, sin empujar, a replantearnos que hay que dirigir las tropas y tenerlas siempre alerta y preparadas. Que la semilla de la libertad se siembra y se cosecha con las armas, que tendremos que tenerlas en la mano y poner centinelas.

La guerra está ahí, pero estuvo siempre. Nada nuevo, aunque nos haya pillados desprevenidos. Esa es la gravedad del momento y la general desorientación.

«El supremo refinamiento en el arte de la guerra es combatir los planes del enemigo» (Sunzi). Nadie parace saber cuáles son esos planes.

No terminaré siendo acusado de críptico.

Habrá que llegar a acuerdos. Una vez más. Se impone un Alto el fuego sin condiciones previas. Mantener las posiciones, por ahora. Puede que la guerra se enfríe, eso simplemente. Mientras, habrá que ser fuerte en el cerco económico y estudiar el derrumbe del agresor con nombre y apellidos. Se trata de esparcir la semilla y que fructifique. Sin permitir que los centinelas dejen la vigilancia. Muchos y bien armados.

Al final los suyos nos abrirán el paso, en nuestra lenta, pero constante persecución, será el jefe de su guardia, Pausanias, o un Hamlet que acabe con Polonio en su propio palacio.

Como entonces, ahora. Siempre una escenificación de lo que somos que suele terminar en tragedia.

¡Actores a escena! Es el momento de guardar las armas hasta la próxima que podría ser, si tenemos constancia y paciencia una revolución rusa hacia la libertad. No podemos admitir que el salvajismo sea ennoblecido por la victoria.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

16 marzo 2022

 

 

 

LA GUERRA (III) General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

<<Pues si el príncipe esclarecido y el general competente derrotan al enemigo cada vez que pasan a la acción, si sus hazañas se salen fuera de lo común, es gracias a la información previa>>, dice Sun Tzu cuando habla de los agentes secretos.

<<Voy a esconderme detrás de los tapices para enterarme de lo que ocurra>>, le dice Polonio al rey que para calzarse la corona ha matado al rey anterior, su hermano, y casarse con la viuda.

La guerra actual tiene mucho que ver con los tapices. En los mejores edificios se sientan los negociadores de nuestras vidas mientras los ce-ene-íes intentan aconsejar y a la vez oír los de los otros. Es la guerra que prepara la guerra, y con ello puede ganarse o perderse. A veces por  comenzar antes de tiempo, sin las condiciones de información previa que exige cualquier guerra; otras por engaños. Entre nosotros hay una guerra subterránea hace ya algún tiempo. Por la información. Nadie se ha atrevido a atravesar las cortinas con la espada a pesar de que hasta en los despachos del Palacio de la Zarzuela llegaron a esconderse tras los tapices y bajo las alfombras, Polonio o Pausanias, que nadie aún lo sabe.

Si en estos días el Gobierno ha salido detrás de su cortina y ha revelado la identidad, el nombre como los apellidos, del director de Inteligencia de los servicios secretos españoles, no es casualidad sino causal. ¿Cuál es la causa?

Sin darnos cuenta la guerra ha estallado hace tiempo y lleva varios capítulos; este es el tercero. Los espías suelen pasarse la vida, según leo, entre restaurantes de muchos tenedores y despachos plagados de micrófonos que no funcionan.

Suelen atacar por la misma vía y caer en las mismas trampas. Han olvidado la norma fundamental de un espía para la guerra: <<inteligentes, pero de apariencia estúpida, y hombres intrépidos, a pesar de su aspecto inofensivo; hombres ligeros, humildes y capaces de soportar el hambre, el frío, la suciedad y la humillación>>. Conozco a algunos y son todo lo contrario. <<Hay sicofantes y validos que ambiciona la riqueza […] y aquellos cuyo único deseo es aprovecharse de los periodos turbulentos para ampliar su poder personal>>. Estos, como dice Sun Tzu:<<pueden provocar disensiones entre el soberano y sus ministros, de forma que no reine entre ellos un acuerdo perfecto>>.

En la guerra está casi todo inventado, pero solo nos acordamos de atacar y defender; cuando eso es lo de menos. Hoy la guerra se juega entre cortinas y haría falta un Hamlet que acabase con tanto Polonio y vigilar a los Pausanias que merodean por los palacios.

<<Por este motivo solamente el soberano esclarecido y el general de valía que sepan utilizar como agentes a las personas más inteligentes tendrán la certeza de realizar grandes cosas. Las operaciones secretas son esenciales en la guerra […]. Un Ejército sin agentes secretos es como un hombre sin ojos y sin oídos>>.

Claro que cuando uno de estos inteligentes provoca disensiones hay que dudar para quien trabaja.

Así es la guerra de los espías. Es decir: la guerra que hoy libramos.

Miren debajo de la cama antes de acostarse.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

19 junio 2020

GUSANOS General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez


Cualquiera de los personajes de Hamlet tiene parte de nosotros.

Hamlet permite muchas lecturas y siempre surgen nuevos puntos de vista. Se lee en un instante, pero nunca se termina de leer.

Polonio es un personaje moderno, actual, incluso de alguna manera entrañable. Intrigante, familiar, sus hijos Laertes y Ofelia, por encima de todo, incluso del rey. Es algo frecuente en los palacios del poder.

La Corte es algo complejo; lo era entonces y ahora más. Los cortesanos abundan, sus salones dan para mucho y sus tapices y cortinas se revelan como peligrosos lugares. Detrás de ellos está escrita la historia de los reinos. Incluso la muerte puedes encontrar tras sus pliegues. Como Polonio.

Antes de despedir a Laertes, su hijo, le da sabios consejos; nos queda un memorable discurso que cualquiera ofrecería al suyo:

<< ¡Que mi bendición sea contigo! Y procura imprimir en la memoria estos pocos preceptos: No propales tus pensamientos ni ejecutes nada inconveniente. Sé sencillo, pero en modo alguno vulgar. Los amigos que escojas y cuya adopción hayas puesto a prueba, sujétalos a tu alma con garfios de acero, pero no encallezcas tus manos con agasajos a todo camarada recién salido sin plumas del cascarón. Guárdate de entrar en pendencia; pero, una vez en ella, obra de modo que sea el contrario quien se guarde de ti. Presta a todos tu oído, pero a pocos tu voz. Oye las censuras de los demás, pero reserva tu juicio. Que tu vestido sea tan costoso como tu bolsa lo permita, pero sin afectación a la hechura; rico, más no extravagante, porque el traje revela al sujeto, y en Francia las personas de más alta alcurnia y posición son de esto modelo de finura y esplendidez. No pida ni des prestado a nadie, pues el prestar hace perder a un tiempo el dinero y al amigo, y el tomar prestado embota el filo de la economía. Y sobre todo, esto: sé sincero contigo mismo, y de ello se seguirá, como la noche al día, que no puedas ser falso con nadie. ¡Adiós! Que mi bendición haga fructificar en ti todo esto>>.

Los tapices de los palacios esconden a los asaltadores. Suelen encontrarse tras ellos los interesados en el espectáculo. A Polonio le costó la vida. Caminamos con el consejo fácil, pero cuesta aplicarse la norma.

REY.- A ver, Hamlet: ¿dónde está Polonio?

HAMLET.- De cena.

REY.- ¡De cena! ¿Dónde?

HAMLET.- No donde come, sino donde es comido. Cierta asamblea de gusanos políticos está ahora con él. El gusano es el único emperador de la dieta; nosotros cebamos a todos los demás animales para engordarnos, y nos engordamos a nosotros mismos para cebar a los gusanos. El rey gordo y el escuálido mendigo no son más que servicios distintos, dos platos, pero de una misma mesa; he aquí el fin de todo.

El espectáculo preside y reina sobre la información. Satisface a los instintos, alimenta las pasiones de todo tipo. Engorda a los gusanos. He aquí el fin de todo.

Termina Hamlet definiendo el drama:

-Un hombre puede pescar con el gusano que ha comido de un rey, y comerse luego al pez que se nutrió con aquel gusano.

Que empiece el espectáculo. Detrás de los tapices o con la espada en la mano. Ya no sirven los consejos. Es la hora de la acción. Se oye el ruido de los gusanos de la política. Detrás de los tapices. Como a los gorgojos en la hiedra. No dejarán títere con cabeza.

«Nunca exhala el rey a solas un suspiro sin que gima con él la nación entera».

¡Que suene el trueno de Queronea!

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

3 septiembre 2019