Aunque la republiqueta catalana apenas ha sido reconocida por uno de los cerca de doscientos estados que hay en este mundo (nada menos que por Osetia del Sur, faro de la civilización oriental y occidental con sus 80.000 habitantes), sus partidarios creen haber influido en la historia mundial de los mass media al haber logrado que las multinacionales de las comunicaciones hayan incluido en su repertorio de emoticones el famoso lacito amarillo de sus reiteradas cuitas. Nada más lejos de la realidad: si sus intelectuales no se dedicaran a reemplazar el Mare balearicum de toda la vida por una inédita Mare catalana o a Cristóbal Colón por Cristófol Colom y además engañifas de charlatán de feria para nostálgicos de cierto carlismo rural decimonónico, sabrían que el «yellow ribbon» es de raigambre anglosajona: lo lució el ejército puritano en la guerra civil inglesa (1642-1651), de manera que tiene una tradición secular aunque con significados cambiantes, pues en los Estados Unidos aludió en un principio al deseo de una mujer de que le fuera fiel un prometido que estaba muy lejos. De hecho, ya en 1917 se popularizó una canción con ese lema que fue versionada de nuevo en 1949, aunque su variante más difundida y popular es el famoso»Tie a yellow ribbon round the ole oak tree» en la conocida versión de Tony Orlando.
Pero no queda ahí la cosa, porque en Australia se utilizó como símbolo de protesta contra la cesión de espacio público del Albert Park para el Grand Prix de aquel país. En Canadá fue utilizado por madres y esposas de combatientes en la Primera Guerra Mundial y en Dinamarca se generalizó como símbolo de apoyo a sus tropas en combate con la leyenda «Støt vore soldater» (apoya a nuestros soldados); por último, en China se utilizó para conmemorar el trágico hundimiento de un famoso crucero fluvial.
Conviene añadir que ya en 1704 el virrey de Cataluña, conde de Melgar, los prohibió para evitar su uso por quienes «crean discordia en el seno de las familias», algo que vuelve a estar de actualidad cuatro siglos después.
Todo lo anterior dará igual a quien se muestran más inasequibles al desaliento que los mejores falangistas de antaño. Si han creído en la vialidad de su republiqueta de opereta ¿cómo no van a creer que han generalizado el uso de su lacito amarillo en las redes sociales del universo mundo?
Escribió de Quincey que «se empieza asesinando … y se acaba faltando a las reglas de urbanidad». En Cataluña se empezó prevaricando y se ha acabado delirando.
Melitón Cardona (Embajador de España)
Blog: generaldavila.com
4 abril 2018