Mierdaleños. Conocen el término. No sé nada del inventor, que seguro era un famoso escritor (de twiter). La primera vez pude oírlo en la orilla del mar de una playa del sur. Las playas del sur no pertenecen a nadie salvo al viento, pero a Zapatero/Sánchez parece que ya, menos mal, dejan de hacerles caso por lo que la costa vuelve a recuperar la esperanza de poder abrir y cerrar a las horas adecuadas para que los negocios y la vida se prolonguen hasta fin de mes sin tener que recurrir al llanto y crujir de dientes, que es el paño de lágrimas que ofrece la economía de guerra de la izquierda, la que aprovecha cualquier virus para la imposición definitiva del lamento. Los pueblos, ya se sabe, a pasar hambre. Su nombre es Estado de Alarma y deriva en estado de ansiedad.
¡Ya están aquí los mierdaleños! «¡Haremos el agosto!»; eso se le olvidó al inventor. Mierdaleños, franceses o ingleses, ¡qué más da! Ponte unas cañas y tráenos una paella para olvidar el cocido mierdaleño o los callos a lo mismo.
Nunca me había dado cuenta que yo era de Madrid, mierdaleño, hasta que se empeñaron en insistir en las diferencias. La diferencia estaba en la «singularidad» cuando creía que lo revolucionario era la pluralidad de ideas y de cosas terminadas en s como españoles, mejor que mierdaleño o el singular origen. De repente dejamos de ser españoles y aparecimos con inventados gentilicios, muchas veces incomprensibles y difíciles de situar. Por lo menos diecinueve; o más.
Ahora todos pendientes de los mierdaleños. ¡A ver que votan! Porque claro, ahí está la clave y el horizonte de acontecimientos.
La izquierda roja, la del «No pasarán» internacionalizó Madrid; de Brigadas y otras nacionalidades, y Madrid siguió como si no fuese con ellos porque tenía que atender a todos sin preguntar: ¿de dónde es usted? Aquí no se es de ningún sitio y hay de todo y de todos los sitios. Si se fija un poco verá hasta extraterrestres con cara y andares de normal.
Aquello que pasó en el plioceno los rojos no lo perdonan y enrojecen —más— al ver que una señora de nombre Isabel —como aquella primera reina— castiza y de primera fila, se empeña en hacer las cosas para todo el que llega a su casa que es Madrid, e insiste, mal que les cueste, en dejar hacer a los mierdaleños, y a los que no lo son, los internacionales, lo mejor que sepan y puedan, cosas así como montar empresas, crear puestos de trabajo, hacer hospitales, guarderías, carreteras y soltar palomas-palomos en plan libertad, además sin ira y con la gracia de la verbena.
Cada vez se ven menos rojos por las calles de Madrid, o al menos ya no te preguntan, solo en el 8M, y los mierdaleños seguimos sin mirar el origen, porque aquí no importa donde ni como uno nace sino como procede; y si eres honrado, pobre y desnudo puede que tengas mejor cualidad que el más galán y lucido. Vamos que da igual de aquí o de allá, que seas rojo o azul, amarillo o verde, el caso es que vivas y dejes vivir, y cuando hay que echar una mano, pues se echa; nunca al cuello.
Somos muchos, todos queremos hacer lo mismo, ganar lo mismo, tener lo mismo, pero nos empeñamos en ser distintos y poner barreras hasta en la habitación donde nacimos.
Puede que sea Madrid el comienzo y el lugar que abra la puerta de la libertad. Va siendo hora.
A ver qué votan los mierdaleños.
Que vuelvan pronto a las playas del norte y del sur, de levante y poniente; sobre todo que no pierdan la brújula que siempre señala la dirección de la libertad.
Rafael Dávila Álvarez
8 abril 2021
Blog: generaldavila.com