No es posible entender la guerra sin leer la Ilíada. No es posible entender nada, sea ello paz o guerra. Porque lo escrito es el retrato del hombre, por el hombre y es guerra que no distingue tiempo y espacio mientras aquí estemos los humanos. La guerra se aprende leyendo la guerra que está escrita en los remansos de paz, donde se forja; como Urano que aburrido del idílico paisaje la engendró.
«Las armas son herramientas de mal agüero». Lo que Sun-Tzu dejó escrito no era un rechazo a las armas, sino al modo de resolver lo definitivo entre los hombres: eliminar y someter. Sustituir la relación por las armas, un presagio o señal de cosa futura.
El futuro está entre nosotros en forma de armas que hieren de lejos. Todo es como era y será. Si Heráclito no se bañó dos veces en el mismo río no serás tu el que lo hagas. No será nunca la misma guerra ni las armas serán las mismas. Sí los que las usen, como los bañistas, esos no cambian.
Las armas nos dicen que el que a hierro mata a hierro muere algo que no ha dejado de ser y es cadena que nos une a través de eslabones cada vez más firmes. Resplandecen las armas, luz del hombre, en error histórico que consumimos como pasto vigorizante.
Patroclo pide las armas a Aquiles. El héroe no quiere combatir, sino solo que se sepa que está allí, su presencia es notoria aun sin blandir su espada Disuade. ¡Es todo tan antiguo!
«Y dame tu armadura
para ajustarla yo a mis dos hombros
al armarme con ella,
por ver si confundiéndome contigo,
de la guerra desisten los troyanos
y los marciales hijos
de los aqueos toman un respiro
de las angustias que están padeciendo;
que breve es el respiro de la guerra.
Fácilmente, por no estar cansados,
podemos llegar a repeler
hasta la villa a unos guerreros
cansados de combate, y alejados
de nuestras naves y de nuestras tiendas».
No son las armas, sino quien las maneja, el hombre y su nombre, el que ostenta la fuerza y el poder. Carros de combate, de fuego y movimiento que es maniobra: el arte de la guerra.
El carro es un arma troyana que modificó Ciro según nos cuenta Jenofonte. «En su lugar equipó los carros de guerra con fuertes ruedas, para que no se rompiesen con facilidad, y con largos ejes, pues todo lo que es ancho, es más difícil de volcar […] a los aurigas los acorazó completamente, excepto los ojos».
Todos quieren las mejores armas, carros y espadas, flechas, javelin, jabalinas, stinger, aguijones, leopardos…
Sin darse cuenta que no son las armas, sino quien las maneja, quien las dirige y marca el objetivo. La guerra tiene su personalidad y arte en el mando. Solo hay que tener presente una máxima: «seguir al de delante». Lo que encierra todo el arte: ¿Quién se hace seguir? No eran las armas de Aquiles, sino Aquiles.
Es el valor el que salva vidas, más que huir o protegerse con la coraza.
Ajax no quería las armas de Aquiles; quería ser Aquiles y eso te lleva a la muerte.
La guerra es mando, no ciencia ni técnica: arte. Olvidarlo para confiar en la coraza sin que esta tenga la impenetrabilidad de las tradiciones y culturas ancestrales, es el soterrado desarme artístico que deja a un pueblo indefenso y derrotado sin dar batalla, sin voluntad de vencer.
La guerra necesita un buen capitán que la encabece, porque como decía Marcos de Isaba «El que a la guerra viniere, ha de traer puesto el ojo al servir y vivir virtuoso, y no a la merced, que sin merecerla procura que se le dé, y ha de entender que no puede ser maestro quien no hubiere sido discípulo».
Hacer la guerra y olvidar la necesidad de un buen capitán nos lleva a requerir del cobijo en la coraza a la que traspasará la flecha lanzada por aquel que mejores arqueros haya formado desde el valor, el honor y la tradición.
«Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos» (Eclesiastés 9,11).
La ocasión está ahí. ¿Dónde el capitán?
Aquiles ha muerto. No hay capitán, solo quienes se disputan sus armas.
General Dávila (R.)
Blog: generaldavila.com
30 enero 2023