¡OH, GENERAL, MI GENERAL! General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

España es un barco perdido, sin su capitán.

Walt Whitman eleva la palabra a un nivel inasequible, único, y que  solo la poesía puede alcanzar.

¡Oh, Capitán, mi Capitán! resume todo aquello que solo ha empezado. Es la épica de una nación en busca de la victoria que no llegará. Esperanza sublime de lo inalcanzable en la historia del hombre: el camino a la libertad.

«Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la faz de la Tierra».

Hubo otros tiempos. «Ese ejército que ves vago al hielo y al calor…».

¡Oh, capitán, mi capitán!

Los versos de Whitman han seguido resonando, aunque en ocasiones transformados. En la milicia se fía la vida que se entrega al mando que la conduce, siempre con victoria, incluso si es derrota con honor.

Antes del poeta americano lo dijo el español Quevedo:

«Cuánto es más eficaz mandar con el ejemplo que con mandato. Más quiere llevar el soldado, los ojos en las espaldas de su capitán, que tener los ojos de su capitán a sus espaldas. Lo que se manda, se oye. Lo que se ve, se imita».

Demostrado queda en Valencia, con la catástrofe hecha tragedia, que los ejércitos no llegaron en el momento adecuado. Tarde. Aunque sea de minutos. ¿Dónde estaba su capitán?

Las Reales Ordenanzas recuerdan la norma que conduce al espíritu militar:

«El militar cuyo propio honor y espíritu no le estimulen a obrar siempre bien, vale muy poco para el servicio; el llegar tarde a su obligación, aunque sea de minutos; el excusarse con males imaginarios o supuestos de las fatigas que le corresponden; el contentarse regularmente con hacer lo preciso de su deber, sin que su propia voluntad adelante cosa alguna, y el hablar pocas veces de la profesión militar, son pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las armas».

Llegamos tarde. Hubo mala conducción y se necesitó mucha disciplina cuando el pensamiento aconsejaba lo contrario de lo que se les mandaba. Graves errores que a todas luces es solo uno y tiene componente político. Había  que esperar la orden política porque ellos, los que mandan en todo y sobre todo, vieron la oportunidad para volcar sobre el  adversario -político- una gestión que tenían perdida. Es la crudeza de la vil actuación de nuestra Administración. Ocurrió así. No hay la menor duda de que aquello no quería ser asumido ni aún, -¡qué vergüenza!- lo ha sido por el Gobierno de España. Hemos alcanzado la antiEspaña gobernante.

Quedaba la esperanza del que nada espera, ya todo perdido: los militares ¡que no llegan! Nadie les ordena. Llegaron tarde. No es su culpa como su voluntad adelantaba y han dejado allí su vida hasta donde les han dejado.

Soldados, todos los soldados, por España, todo por España.

Entre ellos buscamos al General, al más común, al que debería abarcarlo todo. Buscábamos solo el silencio del General, el que lo explica todo con  una frase que no ha encontrado. Ha dicho otra. La que no esperábamos: «Esto es una democracia» y varias cosas así. ¡Aleluya! No era esa la palabra que queríamos escuchar al que iba en el puente de mando. Nos ha llegado el ruido de un general, no su palabra, mucho ruido mediático en un lugar inapropiado y convertido en errónea arenga. No es palabra militar.

Hay un lugar militar y otro que no le corresponde. Confundirlos ha tenido  graves consecuencias en España que ahora  no vamos a recordar, aunque aún estemos viviendo sus consecuencias. En cuanto un político alcanza el poder sus oídos son regalados con esa música celestial desde el primer tiempo del saludo: «A sus órdenes«. Todo lo saben, todo lo mandan y todos les obedecen sin poner ante su incompetencia el hacer correcto. Un general debe mandar y los hay también para asesorar al que manda que suele hacerlo desde el más absoluto desconocimiento que puede -acostumbra- rayar en la tragedia. Para evitarlo hay generales que deberían. Al que mirábamos ha fallado y, lo peor, créese ganador.

«¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;
levántate —por ti la enseña ondea— por ti suena el clarín;
por ti son las guirnaldas y festones —por ti se apiñan gentes en la orilla;
por ti claman, la inquieta masa a ti se vuelve ansiosa».

No es por ti mi General.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

27 noviembre 2024

 

 

 

FIESTA NACIONAL DE ESPAÑA. DESFILE PASADO POR AGUA General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

 

Jarreaba. Al agua cuando la sacas no hay cauce que la conduzca. Como a las tropas. Cuando las sacas del cuartel ya se sabe, volver de vacío es desolador. Vences o mueres, cualquier cosa antes del regreso con la derrota sin enfrentamiento. ¡Tantas horas de duro entrenamiento!

Jarreaba, llover no era suficiente. Pero para eso está el mando, que sabe hasta donde el esfuerzo, hasta donde la maniobra y cual es el punto a partir del cual el esfuerzo solo conduce al inútil desgaste.

No quisiera hablar del desfile del 12 de octubre de 2024, pero creo que es necesario aclarar algunas cosas de las que nadie habla porque no se atreve , porque no sabe, porque le da igual o porque mejor mirar para otro lado.

Nunca debió de realizarse ese desfile cuando se sabía de antemano con científica precisión que no iba a llover, sino que iba a jarrear como suelen decir las tropas. Recuerdo de mis años de joven teniente en operaciones especiales que el límite para saber si llovía y estabas mojado lo medía la elástica del calzoncillo, si esta daba de sí es que ya no admitías más agua. Eso era broma este sábado ya antes del desfile.

Nadie estuvo a la altura de tomar una decisión. Dejar pasar el tiempo y…

¡De frente!

Falta saber el porqué. Alguien debe dar una explicación.

Quizá haya sido una buena medida de guerra cognitiva para desviar la atención. Suspender el desfile dejaba encima de las redacciones la única noticia que había, alarmante, en un fin de semana crucial para lo que se viene encima.

En fin; nadie  ha rendido cuentas, pero someter a las tropas a este remojón prescindible y fuera de lugar no tiene motivo alguno en que sustentarse, no había nada que demostrar y el rigor y la sensata decisión era suspenderlo. No hablo de memoria. He sido durante dos años el responsable de la organización de este desfile, desde el más mínimo detalle al mayor y conozco muy bien su planeamiento y desarrollo. Se decide suspenderlo o no con al menos dos horas de antelación de la hora prevista para su inicio. No pasa nada ante adversas condiciones, sino todo lo contrario, comprensible y aceptado. Siempre se contempla otra alternativa que va desde iniciarlo con un retraso de horas, que era lo lógico dada la previsión meteorológica, o un acto alternativo. Pero eso hay tenerlo previsto como hipótesis más  peligrosa junto a otras que pueden darse. Decidir es una difícil responsabilidad, pero más lo es asumir sus consecuencias. Buenas o malas. Alguien ha cometido un grave error sometiendo a las tropas a un esfuerzo inútil que también supone un quebranto económico no baladí, aunque sea pólvora del Rey.

Dicho esto no lo está todo. Queda quizá lo más importante del espectáculo sin precedentes visto por la arteria principal de Madrid.

El pueblo no se quedó en casa y como si el sol inclinado de otoño se citase con las bayonetas, la alegría brillaba en la calle en un conjunto de colores que parecía una enorme bandera de España. Más que nunca el pueblo quería gritar en la calle ¡Viva España! y eso nunca mejor que junto a los soldados, la bandera, el himno nacional y el Rey. Déjenme que les diga algo para los que no estuvieron o no vieron por la televisión. Una parte notable del público era hispanoamericano, nuestros hermanos, a los que hay que agradecerles ese apoyo ahora más que nunca, ahora que ingratos y malvados dirigentes usan la palabra para desacreditar la gran obra de España que hermana pueblos. Hoy más que nunca es necesario proclamar como ejemplar la labor realizada por España en el Nuevo Mundo aportando su sangre, su fe y su lengua. ¡Viva la Hispanidad!

Los soldados desde el amanecer todo lo preparaban, el brillo de sus botas, la gorra bien calada, limpia el arma, que me vean bien maqueado, que me aplauda España. El que no conozca el murmullo del oscuro amanecer antes de un acto de servicio, en paz o en guerra, no conoce nada. Todos se mueven sabiendo cada paso que dan, el mismo olor de siempre, las voces justas, el lugar de cada uno, todo se rige por un código adquirido, por el orden de la disciplina, nadie se pierde. Una maquinaria humana perfecta, la más perfecta, la de los soldados españoles cuando inician algo importante y están bien adiestrados y mandados. Únicos y sin igual.

Cuando amanece nada queda por rematar. Todo en marcha, solo queda esperar, la orden, la mirada, el gesto, hasta que ya en la base de partida alguien da permiso y con las primeras luces se oye esa voz que empieza a cantar. Son canciones alegres, de la tropa, de guerra y paz, siempre de amores y sinsabores, pero esta gente inigualable, la tropa, antes de empezar cualquier cosa siempre le da por eso, por cantar. Si llueve o hace frío, calor o tempestad da igual, nada sienten más allá de que todo empiece; el sábado tocaba desfilar, Regulares, Guardia Civil, la Armada o el Aire, la Legión, en pura y envidiable rivalidad, alejados de decisiones que no fuesen alinearse, aire marcial, esas diagonales, ¡mi Cabo, mi Sargento…! ¡Sí, mi Capitán!

¡Sí, a la orden mi Capitán! Suena el cornetín ¡Atención general! ¡Firmes! ¡De frente…!

Aquello no era asfalto, era un río, era la mar, bromeaban ¡hemos venido a desfilar no a navegar!

No ha sido un desfile ¡Ha sido un desembarco!, en Madrid, pero de algo ha servido. Comprobar el espíritu de nuestros soldados que se crecen ante la adversidad, su alegría y disposición, las ganas que hay de España, un plebiscito aprobado por mayoría absoluta que aprobaba a la vez que reprobaba, soldados de España, la Bandera, el Rey, el Himno Nacional.

Fue a pesar de las inclemencias de todo tipo un día grande porque sirvió para ver a nuestros soldados, a España, que

“Todo lo aguantan en el asalto

pero no soportan que les hablen alto”

¿No os dabais cuenta de que a pesar del agua, de jarrear, era España que todo lo aguanta?

No se os ocurra hablarles alto.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

14 octubre 2024

 

 

 

MI PROFESOR DE TÁCTICA General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Ha muerto D. Rafael Girona Olmos, Coronel de Infantería, profesor de Táctica de la Academia de Infantería, legionario y maestro de Cadetes.

La Fiel Infantería está de luto en la Tierra mientras abre las puertas del Cielo a un Infante de los buenos, de los que arrastran con el ejemplo, la firmeza del conocimiento y el carácter exigible para el mando.

El Capitán Girona fue mi profesor de Táctica en la Academia de Infantería de Toledo, cuando de táctica sabíamos poco más que en el futuro debía ser el pan nuestro de cada día y apenas lo habíamos probado.

Nos topábamos con algo más que la instrucción para el combate y los movimientos de un pelotón. Aquello ya era maestría de Capitán, ejemplo y virtudes, los ojos clavado en tu proceder, te preparabas para ser oficial de la Infantería española.

No, no era solo táctica, era más, era mandar. Necesario un maestro de Armas.

Iba el capitán Girona al frente de los Cadetes, yo a su lado, por el Cerro de los Alcaravanes, de regreso a la Academia después de una jornada de prácticas en los Alijares.

Mi capitán: No acabo de entender muy bien cómo debe expresarse la Idea de Maniobra en las órdenes de operaciones.

Llevábamos unos días en clase con ese tema a cuestas, con la misión, la finalidad, el cometido, la expresión de la decisión del jefe, en fin, conceptos complejos cuando por primera vez te enfrentas a ellos.

Desde los Alcaravanes a la Academia fui al lado de mi capitán, en silencio, escuchando aquella voz recia, penetrante; puedo visualizar el recorrido y casi relatar su precisa explicación. Ni en la Escuela de Estado Mayor me ofrecieron aquella visión llena de claridad.

Pero eso no importa ya. Mi capitán era un maestro de cadetes y su magisterio iba mucho más allá de las asignaturas. Él enseñaba una, la única que no está escrita y por tanto inexplicable: Milicia.

La enseñanza es el arte más difícil dentro de la milicia (fuera también). La tarima que te eleva por encima de tus alumnos es una exigencia para la que no todos están preparados. Nunca se olvida a un profesor; cada uno guarda en su memoria los tiempos de aprendizaje como un tesoro que te devuelve a la forja donde cincelaron tu forma de ser soldado y allí aparecen los nombres de los maestros del Cadete, su legado contigo. El capitán Girona llega hoy a mi hondo recuerdo y sirve para enviarle mi homenaje agradecido porque si algo fui en el mando a él le debo una gran parte.

A su esposa e hijos vaya todo mi afecto y como uno más, su antiguo Caballero Alférez Cadete, le dice: ¡Sin novedad mi Capitán! Me enseñaste a ser soldado y a amar a España.

Gracias a ti, he cumplido y en ello sigo.

A tus órdenes mi Capitán

¡Coronel de Infantería don Rafael Girona Olmos! ¡Presente!

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

29 enero 2021

 

 

 

COMANDANTE JUAN JIMÉNEZ BARRIOCANAL. EN RECUERDO A MIS SARGENTOS General de División Rafael Dávila Álvarez (R.)

Carta del comandante Juan Jiménez Barriocanal a su hijo David, sargento de inafantería

Llevo varios días con la carta que el comandante de infantería, Juan Jiménez Barriocanal, dejó escrita antes de morir a su hijo David, sargento de infantería. La he leído y meditado varias veces. Me la he tragado hasta los tuétanos. Con ella dentro he vuelto a los lugares donde se perciben los horizontes que reconocen a los centinelas que se relevan en la vigilancia de las virtudes del deber. Es inútil para el que no ha estado allí que busque ese lugar. Es una dignidad solo alcanzable después de largos años de servicio.

Juan abrió el libro de esta sencilla historia como Caballero Legionario Paracaidista, duro oficio de soldado paracaidista donde se acostumbró a  convertir en virtud, el calor, el frío, el hambre, el sueño y el cansancio. Servir en los Ejércitos, su vocación y sino. Con esfuerzo, buscando el tiempo que no tenía, ingresó en la Academia General Básica de Suboficiales. Talarn, Toledo. Allí se forjó en el oficio del mando, en el escalón donde no es posible esconder ni esconderse, donde se manda con el ejemplo, donde nadie es más que otro sino hace más que el otro.

Los primeros años de la ‹‹Básica›› tuve el honor de ser profesor de aquellos hombres. Nunca aprendí tanto, ni viví enseñanza tan seria y auténtica como en aquella donde, con aquellos hombres, tenías que cerrar libros y reglamentos y decirte: o te das tú, entero, lo que eres y vales, o tu labor no dará fruto. Esperaban todo de ti, sencillo y claro como las largas marchas y los fríos amaneceres. No fue aquello nada sencillo. Por eso lo recuerdo y añoro, porque jamás hubo una falsa enseñanza ni nada que fuese imposible con aquellos alumnos. Todo lo aprendí de ellos. El comandante Barriocanal era uno de ellos, de la VI promoción, de una raza de hombres a los que el Ejército debe mucho de lo que ha sido durante estos años difíciles y de lo que ahora es. Hombres especiales. Son la base, el cimiento, la raíz. Son el todo de nuestro ejército. Lo demandó el honor y obedecieron, lo requirió el deber y lo acataron. Letras escritas no por el poeta sino con el ejemplo de la dureza, del sacrificio, de la autenticidad, de cada soldado que vive tan de verdad su vocación que es capaz de dejar escrito lo que el comandante Juan Jiménez Barriocanal en sus últimos momentos le dejó escrito a su hijo David, sargento de infantería. De soldado a soldado. De padre a hijo. Una herencia eterna, el saber maduro, la vida que se va, sin lágrimas, con dolor… Un día más en la cuenta atrás. Uno más y vendrán otros. El relevo está asegurado. La antorcha pasa de mano en mano con el fuego cada vez más brillante.

A España servir hasta morir

Una penúltima lección que recibo de estos hombres que aún tengo el honor de que me llamen ‹‹mi capitán››.

Hoy después de tantos años, con la fatiga de la última marcha, antes de llegar a la meta vuelvo a gritar:

‹‹¡Guerrero, la canción!››…

‹‹Somos los cabos primeros que vinimos de Talarn. ¡Madre mía, vaya cambio!… Esto sí que es trabajar… ››. Sonaba como un trueno aquella voz de la compañía…

Y aquellos hombres olvidaban el cansancio, olvidaban el esfuerzo y el sacrificio… y cantaban, como hoy siguen cantando… con Juan, para Juan. Para David y tantos hijos que nos siguen en vocación. Centinelas que se relevan en la vigilancia del deber.

‹‹Hola David:

Te tengo que hacer uno de esos encargos un poco siniestros (de ahí el nombre de la carpeta), pero para ti, al estar en el gremio, será fácil de entender.

Me gustaría presentarme ante el Padre Eterno (ya sé que no es tu onda, pero ya me disculparás) como si de un nuevo destino se tratara.

Debo iniciar ese viaje con uniforme de presentación, ya sabes, camisa blanca, corbata negra, guantes blancos.

  • No quiero llevar divisas, ante el Padre Eterno no puedo ser más que un soldado español que quiso servir a su País; qué más da la graduación.
  • No quiero llevar condecoraciones ni más curso que el paracaidista. Solo el rokisqui, que me enseñó los valores de la milicia que tanto he amado y a la que tanto debo.
  • Preocúpate de que mis zapatos estén brillantes, y mi aspecto sea el que corresponde. Pásame revista como ese buen sargento que eres y del que tanto me enorgullezco.

Puede que mi camino pase por un horno, pero ya sabes, pasaremos… como debe ser.

Te quiero con todas mis fuerzas hijo…››.

Juan Jiménez Barriocanal murió el día 25 de Julio día del Apóstol Santiago, patrón de España.

Ya no hay nada más que decir, nada que añadir.

Querer a España, su pasión eterna. / Servir en los Ejércitos, su vocación y sino. / No quisieron servir a otra bandera, / no quisieron andar otro camino, no supieron morir de otra manera».

General de División Rafael Dávila Álvarez (R.)

Blog: generaldavila.com

31 julio 2017