GUERRA DE UCRANIA 16.- LA BATALLA QUE CAMBIÓ EL MUNDO Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

«En la actualidad aún se oye el eco del antiguo ideal encerrado en el mito de las Termópilas: es el concepto de que hay valores por los que merece la pena morir y también vivir» (Paul Cartledge, Termópilas. La batalla que cambió el mundo).

No solo se oye: se repite: Ucrania. «Ve, caminante, y di en Esparta que nosotros caímos aquí en obediencia a sus leyes».

Merece la pena morir y es Credo para muchos soldados entre ellos los legionarios españoles que proclaman: «El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde».

Cara es la libertad; hay que defenderla con la vida, pero es tarde cuando se traiciona la historia de los que se sacrificaron por ella.

Dice Esquilo: «La victoria de Grecia sobre Persia fue la lanza sobre el arco, ¿Cómo le irá a Jerjes, el Rey que nació de Darío? ¿Será vencedor el disparo del arco? ¿O ha prevalecido la lanza de punta de hierro?».

Habla simplemente del valor; de defender las leyes y la vida de los tuyos, pero sin miedo a lo que ello supone; casi siempre perder la vida. Según se entienda: o ganarla.

Ucrania es el paso, el desfiladero por donde se cuela la traición de Efialtes. Ucrania es Maratón, Termópilas, Salamina, ¿Platea?Estamos avisados. La retaguardia va a quedar desguarnecida. El mar Mediterráneo vuelve a ser el juego y Oriente y Occidente se miran y penetran. Ahora después de tanto tiempo sigue todo igual, pero peor. Ya no se forman hombres que suben a la escala de lo mitológico y se sitúan entre los dioses y los hombres. Sólo alguno. Cuando la necesidad de ellos obliga, se buscan y se crean. En Ucrania los héroes mueren cada día entre el olvido o ligeras lágrimas del amigo. La guerra une más que la paz, es una nueva familia que hermana para crear la obra mayor del ser humano: ser libre. Por ello se muere. O se vive.

También otros son capaces de luchar —mandar a otros por ellos—para privarte de la libertad en base a encontrar la suya perdida, quizá a esconderla como si no existiese: solo la sumisión sirve de forja a algunos corazones.

Es una historia ya muy vieja que lleva al hombre a la lucha más animal conocida: el deseo de ver muerto a quien no piensa como tú, a aquel que no puedes dominar y doblegar a tu gusto y manera.

Se luchaba con la lanza. El arco persa era detestado porque lo usaba el cobarde, ese que escapa cuando llega la hora de batirse cara a cara.

O cometía traición:

«¿Dónde paran, ¡oh Pándaro!, tu arco

y tus aladas flechas y tu fama?

Nadie contigo en arco rivaliza

aquí al menos; ni tampoco en Licia

de ser mejor que tú nadie se jacta…»

(Ilíada Canto V, 171, 173).

Pándaro había roto la tregua. La lucha con el arco era considerada una cobardía. Hasta que se impuso Apolo, el dios que hiere de lejos.

La flecha se lanza sin que te salpiquen sus efectos.

Hay un cuerpo a cuerpo en Ucrania que no es digno de estos tiempos; cuando otros disparan desde lúgubres sótanos sin sentir el efecto de la flecha que destroza desde la inocente distancia de los que aún no pueden coger ni arco ni lanza. Aprenden a odiar y a cuidarse muy mucho olvidar aquella flecha. Aprendices de Apolo como semidioses y de Odiseo como hombres. Su vida será venganza por aquella flecha y buscarán al que a escondidas guerreaba. Querrán ver su cara, aunque sea por última vez.

Esta es una guerra de máxima crueldad donde se forman barreras de hombres que sirven de parapeto mientras se lanzan las flechas sobre sus ciudades como si de un videojuego se tratase.

La victoria será de la espada, aunque sean pocos los que la manejen.

Como Pándaro tendrán que renunciar a las flechas cuando llegue el momento decisivo. Porque los campos de cereales quedarán sembrados solo de odio. Y este, tarde o temprano, sin mediar el tiempo de las nubes, crece y crece sin secarse; hasta que arde por todas sus parcelas. No hay flecha que apague el odio de la guerra.

«Y así

los dejé y como infante me he venido

a Ilio, en mi arco confiado

que, cual se ve, de nada me valdría.

Porque ya a dos caudillos disparé,

al hijo de Tideo y al de Atreo,

y sin duda, de entrambos brotar hice,

pues di en el blanco, sangre,

pero más excitéles el coraje».

Por muchos que sean, por muy lejanas y mortíferas que sean sus flechas, por mucho odio que siembren, los pueblos han vivido y entregado su vida por la libertad. Es decir porque nadie se les imponga violenta —o pacíficamente— con armas —o engaños— para someterlos a su voluntad —o a su negocio— que requiere amansar las conciencias.

Son cosas, no de la historia, sino de la libertad: no ser esclavo de nadie. También de no desear nada de lo que ofrece el dios que hiere de lejos y en silencio.

Triunfará la verdad: el cara a cara, desnudos uno frente a otro. Claro que eso no será ahora ni por ahora. Eso fue cuando la sabiduría: antes de nacer Platón.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

14 marzo 2023