Pues sí, damas y caballeros, con una entrada que llevaba por título “Armas y cuerpos funden nuestro emblema. El espíritu de la General” iniciaba un servidor sus andanzas en este querido blog hace precisamente hoy dos años. Dos años junto a tres prestigiosos y prestigiados soldados compartiendo con Vds., con todo el que haya querido acercarse a estas páginas virtuales, la defensa de la unidad de España y los valores que aportan a la sociedad las Fuerzas Armadas, contribuyendo a nuestra manera a difundir esa cultura de defensa tan necesaria desde que se suspendió el Servicio Militar.
Pero no es ese el tema del día, no. Ni tampoco el número de visitas al blog que se va aproximando al millón y medio. La noticia es precisamente el CXXXV aniversario de la fundación de la Academia General Militar, por el General Galvis en su primera época, el XC aniversario por el General Franco en la segunda, y el LXXV por el General Hidalgo de Cisneros en la época actual. Y sobre todo, lo que se enseña entre los muros del “solar zaragozano” y en sus campos de maniobras.
Cuando alguien me recuerda lo que ha cambiado la enseñanza militar en todos estos años, yo suelo responder –“tanto como ha cambiado la sociedad en ese tiempo”– así de simple, aunque no siempre así de sencillo. Fíjense. Hace unos años, la presentación en la Academia, tras haber superado el ingreso por oposición, se hacía de uniforme, sin
instrucción previa, en la mayoría de los casos. Sin que nadie te hubiera enseñado ni la forma de dirigirte a un superior, ni siquiera a rendir el saludo militar. Pero junto a la notificación del ingreso en la academia, te enviaban un añorado “Prontuario del Cadete”. Nada especial, era simplemente un condensado catálogo de normas sociales, de educación y de comportamiento cívico para ser tenidas en cuenta por el caballero cadete desde el momento en el que sentaba plaza. Venían a ser el modelo de la actuación que se espera no solo de un estudiante militar – universalmente conocido como cadete – sino las de un comportamiento ejemplar ante la sociedad de la que el militar forma parte, el modelo para un caballero al que hoy, con el correr de los años, no habría más que añadir el de una dama, en el caso de las féminas.
Pero aquel prontuario no era más que el principio. La formación empezaba al traspasar los muros de entrada. Ciertamente el núcleo central de los estudios que se cursaban en la Academia, eran conocimientos técnicos militares sobre organización militar, táctica y técnica de las armas, funcionamiento de los diferentes sistemas de armas y medios mecánicos que utilizaban nuestro ejército, electrónica, balística, etc. Pero además se completaba la formación con otras asignaturas del campo de las humanidades, como Derecho Penal Militar o Geografía e Historia orientadas al análisis de la toma de decisiones y el empleo de las diferentes armas y sistemas de combate. Sin descuidar la formacíon y endurecimiento físico, que incluía prácticas como la equitación, que enseña entre otras cosas al joven cadete, cómo conseguir llevar al noble bruto por donde él quiere y superar juntos el temor, el miedo a lo imprevisto. Y todo ello aderezado con un fortalecimiento de los resortes íntimos: la educación moral y militar, suponían un compendio armónico de los conocimientos que debe poseer un militar que se va a poner al frente de un puñado de soldados para que, sin dejar de ser uno más, sea el líder de todos ellos.
No nos engañemos. Antes como ahora, lo que a un cadete le gusta es lo militar. Punto. Para eso se hacen militares. Es la instrucción táctica, las marchas, el tiro, el deporte; todo lo que le acerque a su cometido más inmediato al dejar las academias, el mando de tropas, lo que le atrae poderosamente. Y las asignaturas militares, lo que persiguen no es hacer de nuestros futuros oficiales obsesivos o autómatas “gatillos flojos” como pretenden algunos juegos electrónicos tan en boga entre nuestros jóvenes. No pretendan tergiversar las cosas. En las sociedades avanzadas, regidas por Estados de Derecho, la legitimidad en el uso de la fuerza, de la violencia, la detenta el Estado a través de sus instituciones. El ejército es quizás la más antigua de ellas y tiene buen cuidado en enseñar a los suyos el uso de unas armas que tienen hoy un poder letal como jamás lo habían tenido. Que se pueden ver abocados a su empleo en escenarios en los que se mezcla la población civil con los militares, o incluso que el enemigo no se va a identificar como tal. Han de enseñar y se enseña ante todo la legitimidad del uso de esa descomunal fuerza y en todo caso, la racionalidad y proporcionalidad en la aplicación de la misma. No se trata pues de desmilitarizar la enseñanza militar, como alguien – con más peso que seso – ha pretendido argumentar y que quedará en una desafortunada anécdota.
Es compleja, muy compleja la formación de un oficial. Y en su formulación históricamente han intervenido varios factores. Unos son internos, derivados de las necesidades de responder a los conocimientos que se requieren para el manejo de sistemas de armas, comunicaciones, o procedimientos cada vez más sofisticados. Otros son externos, derivados de la orientación que, desde el nivel político se quiere imprimir en los futuros oficiales. Así se ha llegado al sistema actual que diseña una carrera para los oficiales en la que para la obtención del título se requiere la
superación de un grado en Ingeniería de Organización Industrial, impartida por profesores militares y universitarios, pero bajo el dirección del Rector de la Universidad de Zaragoza, además de la superación del programa puramente militar que le permita obtener el despacho de Teniente del Cuerpo General de las Armas. Los cadetes del Cuerpo de Intendencia del Ejército y los de los Cuerpos Comunes de Defensa, como ya ingresan con los correspondientes estudios universitarios para la especialidad que van a ejercer, tienen una formación diferente.
Es cierto que con esta formulación, en la actualidad los cadetes obtienen un título universitario. Pero también lo es que a esta situación se podría haber llegado por algún otro camino sin necesidad de supeditar la formación de los oficiales al criterio del rector de una universidad, simplemente por un procedimiento modular de construcción de créditos y su reconocimiento, tan en boga en nuestros días tras la aplicación del denominado Plan Bolonia.
Pero una vez más sostengo que la formación del oficial, puede sufrir los cambios que se estimen, internos o externos, y que los cadetes los soportarán, con paciencia y resignación. Pueden incluir en su itinerario asignaturas como Acotados, sombras y perspectivas, bailes de salón o resistencia de materiales. Puede que les exijan saltar el plinto o montar a caballo. Les gustarán más, menos, o aborrecerán alguna de esas asignaturas. A todos nos ha pasado. Pero lo que no me cabe ninguna duda es que cualquier plan de estudio que se les ponga por delante ha de contribuir a un fin esencial: Enseñar a un futuro oficial como cumplir su misión con el mínimo de bajas. En otras palabras, cómo alcanzar el objetivo que se le asigne en cada puesto, en cada momento, tras un estudio racional de los elementos que intervienen en su consecución y con el menor quebranto para su equipo, o para su unidad, con una inquebrantable voluntad de vencer. La misión, por encima de todo.
Eso junto con una convivencia en común de todas las Armas y Cuerpos, en un momento vital de los hombres y mujeres que han decidido abrazar el oficio de las armas desde la perspectiva de oficial, es lo que entraña “el espíritu de la General”, concepto o sentimiento que abarca mucho más que este o aquel plan de estudios y se sintetiza en esa memorable estrofa del himno de la academia General Militar:
Armas y cuerpos funden nuestro emblema
en unión y hermandad sin igual.
Y unida siempre luchará hasta el fin
por España la Academia General
Adolfo Coloma
General de Brigada (R) del ET
Blog: generaldavila.com
21 febrero 2017
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...